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La guerra fría de los mundos

Spielberg da otra lección magistral de gran cine apoyado en un inteligente guion de los Coen y un reparto perfecto

Tom Hanks en una secuencia de la cinta.

El arranque de "El puente de los espías" debería proyectarse el primer día de clase en todas las escuelas de cine del mundo, incluidas las coreanas. No hay palabras. La imagen pura y dura. En medio minuto perforamos la coraza del espía ruso: está haciéndose un autorretrato ante un espejo. El hombre de las tres caras. Luego le vemos ejerciendo su papel de espía y cómo los agentes norteamericanos le siguen y persiguen entre vías. Su detención no puede ser menos espectacular: en calzoncillos, desarmado pero con el valor y la inteligencia suficientes para eliminar pruebas sin que sus torpes captores lo descubran.

Un director en plena madurez creativa hace lo que le da la real gana sin perder ni un ápice del entusiasmo con el que hace décadas nos asustó a dentelladas. Los que le siguen acusando (¡aún!) de ser un director que solo piensa en la taquilla y un apóstol del buenismo y del patriotismo deberían fijarse en el plantel de canallas que pulula por esta película, tanto rusos como americanos. Incluso el aparente final feliz tiene un poso de decepcionada amargura evidente. El sistema democrático de EE UU es mejor que el soviético porque allí, aunque haya jueces que ya tienen decidida la sentencia de culpabilidad y haya comportamientos de los servicios de inteligencia tan deleznables como los soviéticos, un hombre solo puede, con su honestidad y coraje, sacar provecho de los puntos fuertes de la democracia y defender a otro condenado de antemano por una sociedad dominada por la histeria anticomunista (la casa del protagonista es tiroteada, en el tren los pasajeros le miran con odio, su propia familia le reprocha su decisión de defender a un rojo) y a Washington le interese más salvar a sus propios espías que al estudiante inocente que cae en las garras soviéticas.

No deja de ser un sarcasmo (de los muchos que hay en la película, muchas veces soterrados, cortesía de los hermanos Coen, que pasa eso los fichó Spielberg) que el defensor del espía ruso trabaje para una compañía de seguros, uno de los símbolos del consumismo masivo. Elegido seguramente para tal tarea por presuponerle dócil y asustadizo, James Donovan lleva hasta sus últimas consecuencias su profesionalidad, y eso incluye negociar con la justicia para proponer un trato ventajoso para todos. Su convicción en que todo el mundo merece una defensa justa acaba haciendo de él un caballero sin espada enfrentado a los enemigos de la justicia y la razón.

Como película de tintes judiciales, "El puente"? es precisa, contundente y áspera. Cuando llega el momento de jugar la baza de los espías llegan los momentos más espectaculares en una película donde manda el diálogo: la caída del avión con suspense incluido (y uno de esos planos que solo se le ocurren al Maestro) y la captura del estudiante en medio de la construcción del Muro de Berlín, que al final tendrá, por cierto, un irónico momento paralelo con otro tipo de vallas en suelo americano?. La cosa se complica con un juego de intereses a tres bandas (el intercambio de prisioneros pasa a ser un 2x1 en el que solo cree Donovan), sin que falten los chispazos de humor (Donovan consiguiendo información pero quedándose sin su caro abrigo en las heladas calles) o de horror, como ese instante insuperable en el que ve cómo se ametralla a un fugitivo que intenta escalar el Muro.

Cuando llega la escena cumbre, Spielberg se deja de efectismos lacrimógenos que a veces lastran su cine (sí, el final de "La lista de Schindler" a la cabeza) y rueda con austeridad unos instantes donde se cruzan el miedo, la esperanza, la tensión. Y la dignidad. Los encuentros entre el espía y su defensor son magistrales (Mark Rylance, asombroso en su lúcida melancolía, Hanks, impecable) pero hay dos especialmente emocionantes: cuando escuchan música juntos y cuando Rudolf Abel cuenta la historia de un hombre al que no lograron doblegar a golpes. Siempre se levantaba. Siempre volvía a estar de pie. Abel y Donovan, cada uno a su manera, son dos hombres (patriotas) que se mantienen de pie en un mundo (ocurrió entonces, ocurre ahora) que intenta tumbarlos. Con Munich y Lincoln, "El puente de los espías" forma una trilogía seguramente espontánea sobre el odio, la justicia o la falta de ella, la dignidad y las tinieblas del ser humano. Las tres tienen otro punto en común: son la demostración incontestable de que Spielberg es un genio.

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