Apenas era capaz de dar crédito a lo que tenía ante sus ojos. Hace unos días, en Hevia, la pequeña aldea de Siero distante sólo once kilómetros de Oviedo, el titular de Cultura, César Antonio Molina, contemplaba extasiado cuadros de El Greco, de Rubens, del Bosco, de Gerung, de Murillo, de Carreño Miranda, de Goya, de Zurbarán... El ministro era uno de los cuarenta invitados a un acontecimiento excepcional: la apertura, por primera vez para un acto oficial, del palacio de los Masaveu, que atesora una de las colecciones de arte más importantes de España y, sin duda, la colección privada más importante de Asturias. La familia Masaveu tiene en Galicia intereses empresariales, uno de los más conocido es una bodega de albariño en Salvaterra do Miño, donde posee decenas de hectáreas dedicadas a su cultivo.

El palacio, habitado en los últimos años por Pedro Masaveu Masaveu y, sucesivamente, por sus hijos Pedro y Cristina, abría sus puertas por primera vez convertido ya en sede oficial de la Fundación Cristina Masaveu. El motivo era dar la bienvenida a los responsables de ocho de los centros culturales más importantes del mundo reunidos este fin de semana en Asturias por el Centro Niemeyer y presentar en sociedad la sede de la Fundación que preside Fernando Masaveu, anfitrión del histórico acontecimiento.

El edificio está enclavado en una finca de diez mil metros cuadrados de terreno llano, primorosa-mente ajardinado y perfectamente cercado por un alto muro de piedra. Muy poca gente fuera del entorno de la familia Masaveu había accedido hasta ahora al interior de la finca y del palacio.

El día de su apertura pudieron hacerlo el presidente del Principado, amigos de la familia y los responsables del Centro Pompidou, del Lincoln Center, de la Ópera de Sydney, del Tokio International Center, de la Biblioteca Alexandrina, del Hong Kong Cultural Center, del Barbican Center y del Centro Niemeyer. Fue la puesta de largo de la Fundación Cristina Masaveu, creada hace un año, a raíz de la muerte de ésta, y del propio Centro Niemeyer, con el que la Fundación anunció allí mismo que suscribirá un acuerdo de colaboración. Al igual que ocurrirá con el centro Niemeyer, sería de extraordinario interés que en un futuro la Cidadade da Cultura pudiese establecer algún tipo de convenio con la familia Masaveu.

Espectacular pinacoteca

De sobresalto en sobresalto ante tanta obra de arte, los invitados recorrieron las salas atentos a las explicaciones del anfitrión, Fernando Masaveu, y de otros dos excepcionales cicerones: Evaristo Arce, responsable de la colección de pintura, y Emilio Marcos Vallaure, director del Museo de Bellas Artes de Asturias. La pinacoteca -propiedad de la Colección Masaveu, no de la Fundación- es espectacular, pero todo el palacio es una obra de arte armónica y perfectamente conservada, en la que destacan por su belleza no sólo los cuadros sino muebles, lámparas, tapices...

La puerta principal da paso a un amplio recibidor desde el que se accede a la planta baja, y del que parte una monumental escalera de madera tallada que conduce al segundo piso, donde, entre otras dependen-cias, está la habitación que ocupó Pedro Masaveu Masaveu. La primera y única vez que pudo contemplarse parte de la excepcional colección de pintura de la familia Masaveu fue, a finales de 1988, en el Museo de Bellas Artes. La muestra -que luego iría al Museo del Prado y que fue comisionada por Pérez Sánchez- se organizó por el sexto centenario de la creación del título del Principado de Asturias por Alfonso de Trastamara. Uno de los cuadros memorables que entonces fueron expuestos fue el Campamento de Holofernes, de Matthias Gerung, una obra maestra de la pintura universal que los visitantes al palacio de Hevia pudieron admirar en el rellano del segundo piso de la escalera, un espacio privilegiado que se comparte con Las tentaciones de San Antonio, cuadro de El Bosco en el cual el árbol que sirve demorada al santo centra toda la acción.

En el salón principal de esa segunda planta destaca una pintura de Rubens, de pequeño formato, que, sobre un caballete, se exhibe delante de un retrato de Mariana de Austria obra de Juan Carreño Miranda; una Mariana, por cierto, de asombroso parecido en algunos de sus rasgos con varios de los más famosos retratos de Carlos II pintados por el asturiano coetáneo de Velázquez.

El más genial de los pintores españoles está también presente, aunque sólo indirectamente, en el palacio de Hevia. En el salón principal de la planta baja, junto al bello Apóstol de Ribera y, compartiendo caballete con un retrato de El Greco, se encuentra un bodegón de gran tamaño que conserva aún la placa dorada con el nombre de Velázquez y la supuesta fecha de su autoría. El bodegón ha estado durante años atribuido, efectivamente, a Velázquez -y así figuraba en varios catálogos-, pero una reciente restauración descubrió, grabado en el borde de un recipiente de bronce pintado en el lado izquierdo del cuadro, el nombre de su verdadero autor: Ignacio Arias. En cualquier caso,la atribución auténtica resultó muy valiosa para completar la interpretación sobre la pintura del bodegón, una de las escuelas fundamentales de la pintura española.

Música y arte

Junto al pequeño Ansegisel y Santa Begga de Rubens expuesto en el salón de la segunda planta fue improvisado el escenario en el que los maestros Yuri Nasushkin y Lidia Stratulat conmovieron a los asistentes con obras de Bach, Brahms, Rachmaninov y Manuel de Falla. La emoción que Yuri y Lidia pusieron en su interpretación hizo que a alguno de los asistentes se le escaparan las lágrimas. Y allí mismo, dos horas después, Enrique Morente desgranó tres cantes que enmudecieron el palacio. Ese salón da paso al referido dormitorio de Pedro Masaveu Masaveu, conservado como él lo dejó, con una cama baja cubierta con una colcha bordada en delicados colores, en el centro de la habitación, y hasta unas zapatillas suyas guardadas en una mesita; y en una de las esquinas, un Cristo crucificado de Zurbarán.

Frente a esa habitación, en la otra sala que completa esa ala de la segunda planta, seis obras maestras deslumbran al visitante. Sobre una mesa, dos pequeñas escenas taurinas (Alguacilillos y Banderilleros) de Goya; al fondo, sobre sendos caballetes, dos grecos (uno de ellos la Magdalena penitente) de mediano tamaño con su estilo manierista ya muy marcado y, en una de las paredes, un Zurbarán luminoso entre un Murillo y un retrato obra de Rafael. Entre una y otra planta, dos obras de Brueghel el joven y otras de Luis de Morales.

Al filo de la medianoche, los cuarenta asistentes al encuentro posaron en la escalinata del palacio para la foto de familia. Poco después, el ministro de Cultura llegaba al hotel, y, pese a encontrarse cansado, antes de dormirse sacó tiempo para escribir la inolvidable experiencia que acababa de vivir. Su cuarto tomo de memorias de ficción ya está en la imprenta, pero en el próximo el periodista gallego -César Antonio de Molina es doctor en Periodismo- incorporará las respuestas que recibió ensimismado de Fernando Masaveu y seguirá describiendo los años que ya no vuelven pero que seguimos esperando.