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Adiós a un rapsoda único

Tras los pasos de Carlos Oroza

Algunos de los amigos más cercanos del poeta reconstruyen sus itinerarios por Vigo al tiempo que descubren su rostro más íntimo, sus deseos, sus peculiaridades y su cabeza luminosa

Antón Patiño y Oroza, frente al Marco, en la calle Príncipe.

Las manos entrelazadas tras la espalda, el paso ligero, el perfil muy menudo, elegante y austero, que muchos reconocían como parte del paisaje de la ciudad. Y la mirada encendida, absorto en sus pensamientos, en las imágenes, las voces, los ecos, que iban y venían -otros se quedaban- en su extraordinaria cabeza. Carlos Oroza (Viveiro, 1923) caminaba sin cesar por Vigo y hacía de ese paseo una obra de arte.

El poeta entonó su silencio más emotivo hace una semana. Su vida estaba rodeada de misterios y pocos sabían bien dónde vivía, su edad -que él mismo ocultaba con coquetería-, si tenía familia o qué había hecho en el pasado... Un sinfín de leyendas sobre su arrasador encanto e intensas alabanzas sobre sus incendiarios recitales. Oroza se resistió muchos años a editar su obra, ese único poema corregido y reescrito hasta el infinito, porque para él la poesía debía ser dicha, cantada, como si fuera una oración.

Prefería caminar a solas, aunque de vez en cuando quedaba con alguno de su amigos -la mayoría relacionados con el mundo de la creación- para compartir un café, hablar sobre arte, indignarse con la política y... continuar después con su eterno camino libre, dejando en cada encuentro una impronta en esas personas, una huella invisible pero duradera.

Siete días después de la muerte de Carlos Oroza, a sus amigos apenas soportan su ausencia. En este reportaje algunos de ellos reconstruyen su itinerario por la ciudad de Vigo, ahora sin él, para recordar el lado más íntimo del poeta, su contagiosa energía y también, por qué no, sus arrebatos de sinceridad con aquellos que no le gustaban, a veces injustos e hirientes, pero inevitables.

La fotógrafa Marta Filgueira elige la mesa de la esquina del café Gregorio, en la Puerta del Sol. Allí se conocieron una noche del verano de 1989 cuando ella solo tenía 20 años, compartieron cientos de confidencias y también allí, el pasado lunes, se cruzó Marta a las 8 de la mañana, de manera inesperada, con el coche fúnebre que llevaba el cuerpo del poeta a la Casa Galega de la Cultura para su velatorio. "Con él todo era mágico, divertido y surrealista", confiesa Marta, que vivió con el poeta ocho años "que me marcaron de por vida".

Marta realizó algunos de los retratos más bellos del poeta, muchos de los que Oroza eligió para sus libros. "Hablábamos de poesía, por supuesto; yo estaba enganchada a sus versos y me los aprendía de memoria. Muchas noches me dormía arrullada por su voz... En cualquier momento de la vida cotidiana salían sus versos. Él era su poesía; imposible separarlos", recuerda. Pero también destaca lo mucho que le gustaba la música y salir al rural. "Le encantaba ir al campo, el olor de las vacas, huir de la ciudad y de la gente y evadirse... Fuimos a Viveiro en una ocasión pero se puso triste porque decía que no se parecía en nada a lo que recordaba de su infancia. Me dijo: "Es cierto eso de que nunca hay que volver al lugar en el que has sido feliz", cuenta Filgueira.

La tecnología no le atraía lo más mínimo, por lo que ningún amigo insistió en convencer a Oroza de las ventajas del teléfono móvil. "Con Oroza uno no solía quedar, se encontraba", asegura el pintor Nelson Villalobos, que forjó un vínculo íntimo con el poeta durante la última década. Se conocieron cuando el artista cubano realizó su primera exposición en la Casa das Artes de Vigo. "Ese señor tan flaquito, que parecía que levitaba, entraba todos los días en la sala y hablaba delante de los cuadros diciendo cosas impresionantes. Uno de esos días le invité a tomar un café en el Royal Atlántico y así empezó nuestra amistad", relata Villalobos.

Cuando Oroza quería verle le dejaba una nota en el café y entonces el dueño llamaba a Nelson para avisarle. "Era impresionante su puntualidad", sonríe. Nelson evoca con nostalgia la forma en que Oroza le recitaba su poesía. "Era un lujo escucharlo, decía cosas increíbles". Él era uno de los pocos a los que les permitía caminar a su lado: "Y rara era la vez que no se nos acercaba alguna mujer a pedirle un beso".

Después vendrían varios trabajos conjuntos como la edición de "Malú", ilustrada por el pintor, varias serigrafías sobre su obra y, sobre todo, "Évame", la publicación definitiva de sus poemas. "Tardó dos años en aceptar el diseño", revela el pintor.

También con el artista Carlos Vilas preparó Oroza varios trabajos como la edición de bibliófilos de "Preludio a Cabalum. Cabalum y Malú", que incorpora un documento audiovisual con tres videopoemas de Oroza. Pero Vilas y el poeta fueron más que socios: fueron sobre todo amigos, y vivieron juntos quince años. "Le conocí en persona sobre 1990, cuando yo era profesor de Filosofía, emborrachándonos juntos en el Eligio, aunque admiraba su poesía desde finales de los 70, cuando publicamos su poema Alicia en la revista universitaria", recuerda Vilas.

Años después, Vilas dejó la enseñanza y se dedicó de lleno a la pintura. "Me dijo si quería colaborar con él y yo acepté encantado, y como en ese momento estaba buscando casa, se vino conmigo, que vivía en una especie de palacete en Montecelo, con seis habitaciones, una maravilla", describe.

Vilas asegura que Oroza apenas comía, "y además pocas veces lo hacía acompañado, porque consideraba que era un acto privado". "La convivencia con alguien que roza la genialidad siempre es compleja. Carlos era humilde y vanidoso a la vez, bipolar antes incluso de que existiera el término, pero vivimos momentos inolvidables", rememora.

Para Vilas era apasionante ver cómo Oroza componía de forma autodidacta. "Daba con la palabra precisa de forma natural; yo luego le explicaba la etimología de esas palabras que usaba, que no conocía pero de forma increíble dominaba". Sus conversaciones, así, delante de un vino, versaban sobre pintura, poesía o filosofía. "Detestaba la charla banal y le aburría sobremanera lo cotidiano", advierte.

Compartieron varios viajes a festivales en los que realizaban una suerte de performance en la que Oroza recitaba y Vilas pintaba en una cámara oscura con pintura fosforescente. "Nos llevábamos cuarenta años pero nos tratábamos de igual a igual y disfrutamos de momentos mágicos", asegura.

"Un caso único"

"Un caso único de la poesía española, diferente a cualquier otro de su generación. Un misterio completo". Xosé Luis Méndez Ferrín conoció a Oroza en Madrid, en aquel Café Gijón que guarda un verso manuscrito suyo. "Apareció en Madrid muy tarde y la persona que primero le conoció y habló bien de él fue Xavier Pousa y Novoneyra también, que tenía un puesto clave en RTVE y ayudó a que sus poemas entraran en la televisión", cuenta Ferrín. "Yo le conocí por Novoneyra, en los 60, y nos veíamos casi todos los días; después en Vigo ya solo nos encontramos de forma muy esporádica, para tomar un café y hablar bien o mal de la gente", dice con sarcasmo el escritor.

Un hito más en su itinerario por Vigo: el paseo de las Avenidas. Por esa zona se encontraba de vez en cuando con César Cunqueiro, hijo del insigne escritor. "Nos presentaron en algún acto a finales de los 90 y simpatizamos enseguida, entre otras cosas porque la lengua poética de los dos es el castellano", cuenta el notario y escritor. También admiraban ambos a Rilke y Hölderling y nunca se cansaban de hablar de su obra. "A veces le pedía que me recitase alguno de sus versos, tan vinculados a la naturaleza; era como un titán, a pesar de su aspecto pequeño", destaca Cunqueiro.

Por su parte, el pintor Pedro Solveira lamenta que Oroza no escribiera más. "Habría tenido mayor trascendencia, aunque su mayor don era el de la palabra; era un rapsoda extraordinario", se admira el pintor vigués, que tejió su amistad con el poeta en los años 80. "Por aquel entonces venía caminando hasta mi estudio, en la calle Coutadas, en Teis, y un día le enseñé el jardín del convento de las Salesas Reales, que hoy ya no existe, y quedó maravillado, convirtiéndolo en parada obligatoria cuando hacía este recorrido", recrea.

Solveira admite que Oroza tenía un carácter difícil: "Algunas veces nos enfadamos por ese genio suyo, pero siempre nos respetamos".

Cuando regresó a Galicia, Oroza se instaló primero en Cangas. Allí le conoció Román Pereiro, médico, crítico de arte y aglutinante del Grupo Atlántica. "En sus largos paseos, en alguna ocasión le gustó ser cronista de la ciudad", apunta, y recuerda unos versos del poeta:

"Por las cuestas de luz del Calvario a La Guía tus pies

eternamente tus pies salpicados de sol y de peces

por una mañana sin tiempo que tendrá por los siglos de los siglos

una legua de iluminados"

"Le molestaba enormemente tanta indolencia en el mundo, tanta pobreza de razón, tanta abundancia de vidas acosadas por la infertilidad del tedio y desde sus poemas ejercía de gran censor", afirma Pereiro, que editó a Oroza varias carpetas de grabados. La primera "Baiona, horizonte Atlántico", que dio el nombre genérico a las ediciones de las citas poético pictóricas de los veranos en la finca "El Touitizal": "Ahí nos regaló algunos momentos mágicos".

Un bar de la Alameda fue el lugar en el que el pintor Antón Patiño vio por primera vez a Oroza, en 1974. "Estaba junto a Lodeiro y mi padre, Antón Patiño Regueira. Aquella noche recitó entero de memoria su poema "América"... Me impresionó y me quedé con el impacto de sus imágenes poéticas para siempre. Un poco después lo encontramos en la Plaza Mayor de Madrid, cuando Menchu Lamas y yo éramos estudiantes. Estuvimos una mañana entera sentados: nos habló de la luz y del espacio con un énfasis insólito", recuerda. A partir de ahí, Patiño asegura que tuvieron innumerables encuentros, en Madrid y en Vigo. "Hablábamos de todo. Era un excelente conversador, muy apasionado y culto. Atento siempre al latido de nuevas tendencias".

Menchu Lamas se emociona también al recordar sus encuentros. "Estar con Oroza era sentir una energía especial, compartir su pasión por el hecho creativo y la rebeldía poética. Le interesaba mucho la pintura. Era maravilloso cuando, de repente, comenzaba a recitar de memoria algunos versos de sus poemas, con aquel aliento largo y profundo... Seguía el ritmo con la mano y te dejabas balancear a través de él", describe la pintora.

Oroza conectaba de forma increíble con los más jóvenes. También impactó al hijo de Antón y Menchu, el cineasta Lois Patiño. "Soy lector asiduo de sus poemas, me resultan muy sugerentes. La pieza de videoarte En el movimiento del paisaje lleva un extraordinario verso suyo: "Quédate quieto y observa cómo se mueve el mundo", concluye Lois.

En una entrevista reciente en este periódico, el periodista preguntó al poeta qué esperaba de sus paseos.

- Nada, yo sigo caminando al encuentro de esas cosas que la gente no percibe y pisa.

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