Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nieve que quema

Bellas imágenes pero emocionalmente gélida

Juliette Binoche.

Hay tres odiseas muy distintas en Nadie quiere la noche que afectan a dos mujeres. La aventura física, sensorial y peligrosa de la protagonista en su desesperada y audaz búsqueda por territorios inhóspitos en condiciones adversas que la ponen al borde mismo de la resistencia en todos sus frentes. Luego están los efectos de ese periplo exterior en el interior de esa misma mujer, con todo la evolución íntima y a todos los niveles que unas experiencias tan extremas causan inevitablemente en un ser humano. Y luego está el calvario personal e intransferible de la directora Isabel Coixet metida en un berenjenal de mil demonios, con lo tranquila que estaba ella rodando pequeñas historias de amores y desgarros con barnices poéticos y poca acción. Los apuros económicos de la producción, las evidentes dificultades de un rodaje infernal en escenarios poco acogedores para semejantes labores artísticas y las vicisitudes posteriores, con una presentación en Berlín en la que la crítica masacró la película, forzando a la directora a quitar un porrón de metraje para aligerarla, hacen inevitable mirar con simpatía Nadie quiere la noche por lo que tiene de proeza y, también, por el manifiesto empeño de Coixet por salirse de sus caminos más conocidos y seguros. Ahí cabe ser no solo amable sino elogioso con la primera odisea que muestra la película, y en la que Coixet utiliza buenas artes cinematográficas para narrar las zonas más físicas, aprovechando al máximo la belleza amenazante de los paisajes y fundiendo a los personajes en el ambiente. Pero la película falla, precisamente, allí donde Coixet había demostrado tener mejor mano hasta ahora. La evolución íntima de su protagonista (no se sabe si por impericia del guión o por los aludidos hachazos al metraje) no es convincente por más que la siempre eficaz (aunque Coixet se muestre demasiado devota a veces de su ídolo) Binoche haga un esfuerzo considerable. De ahí que la historia desprenda una gelidez distanciadora cuando pide a gritos más calidez, más intensidad, más complicidad emocional con el espectador, que observa lo que pasa en la pantalla con cierta indiferencia y admirando la maravillosa fotografía de Jean-Claude Larrieu.

Compartir el artículo

stats