Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La flecha que acabó con el yugo

Concluye la saga con una aburrida entrega de escasa acción y muchos discursos

La flecha que acabó con el yugo

Lo peor de Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 2 no es que sea aburrida, desangelada y estiradísima sino que pasará a la historia por ser la última película del gran Philip Seymour Hoffman, cuya presencia aquí se limita la mayor parte del tiempo a escuchar lo que dicen otros. Se habla sin descanso. Casi todos los personajes importantes tienen un momento para soltar su discursito, y algunos privilegiados hasta dos. En la primera parte de la última parte de la saga (Groucho, escucha) ya se parloteaba demasiado, y luego la gente se queja de que en las películas francesas hay mucho diálogo...

Quienes vayan al cine esperando grandes demostraciones de efectos especiales, tiroteos a mansalva y ritmo trepidante será mejor que se vayan mentalizando para pisar el chasco. Si lo que se dijera fuera interesante se podría hablar de una película revolucionaria que da a la audiencia adolescente gato por liebre y le suelta mensajes profundos y lúcidos y provocadores (en plan El club de la lucha para entendernos) sobre el sistema corrupto, las falsas revoluciones, los sistemas del poder para perpetuarse, la violencia que engendra violencia, la capacidad de la propaganda para lavar cerebros creando amenazas para aterrorizar al pueblo. En fin, todo eso tan de permanente actualidad. Pero el guión de Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 2 se limita a enlazar frases rimbombantes y huecas, tópicos de libro conspiranoide barato ("Una verdadera líder no puede ser otra cosa", o algo parecido), pronunciadas, eso sí, con gesto muy serio. Bueno, salvo por Donald Sutherland, que se las sabe todas y maneja con destreza una sonrisa sarcástica incluso en su dramático momento final.

Cuando no están dándole al pico, de Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 2 deja caer alguna escena movidita para que la gente no eche la siesta, aunque el abultado presupuesto debió irse en pagar a Jennifer Lawrence (con expresión ceñuda en modo on, contando los minutos para salir pitando del set), porque el ordenador trabajó a destajo y los puntos fuertes (la trampa del petróleo, unas vainas ametrallando hasta quedarse secas, una larga batalla subterránea no apta para quienes no lleve linterna) están rodados sin garra por Mr. Lawrence. Que empiecen a aparecer unos primos hermanos de los zombis ya es de traca. Y llameantes, para que quede más vistoso. Solo hay una escena con cierta fuerza: una matanza indiscriminada pero nada explícita que sí transmite angustia y horror.

La primera escena es engañosa porque en ella nuestra arquera arisca y desagradable (eh, lo reconoce ella, a mí no me mires) apenas tiene voz, aunque pronto la recupera para soltar frases como (cito de memoria) "Snow tiene que ver mis ojos cuando lo mate". Por desgracia, Snow sale poco, y eso que las escenas de Sutherland son lo mejor, como cuando envenena a un tipo en la mesa y lo mira con regocijo brutal de tirano sádico.

Hay una frase pronunciada por Jennifer casi al final sobre el tedio que podría resumir perfectamente de Los juegos del hambre: Sinsajo. Parte 2 pero seré un caballero y no la repetiré. Final que, tras un giro de aparente sorpresa con la que se da un revolcón a tiranos y rebeldes, ofrece una escena bucólica y luminosa y que resuelve el enigma de con quién se queda al final la chica, con Josh o Liam, aunque hay quien preferiría que no eligiera a ninguno de los dos pavisosos y buscara algo más estimulante. Sinceramente, se merece algo mejor.

De no haber sido por la codicia desmedida de los productores (no son los únicos, no me hagan citar otros ejemplos recientes de sagas con el desenlace partido en dos) se hubiera realizado una última entrega de dos horas y media con menos cháchara, con la acción más continuada e intensa y con el ritmo menos cansino, y se habría continuado la aceptable senda de las dos primeras aventuras. Lo que ha llegado es sólo apto para los aficionados devotos del producto que estarán odiando todas y cada una de mis palabras.

Compartir el artículo

stats