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Mujeres en acción

Película inteligente que confirma el talento de Baumbach pero también su tendencia a la dispersión y el humor fácil

Fotograma del filme. // FdV

En solo una década, Noah Baumbach ha dejado bien claro que es el cineasta norteamericano mejor colocado para heredar el trono de Woody Allen. O eso dicen algunos, aunque lo más apropiado sería considerarle un discípulo aventajado de Eric Rohmer. Ojo: sin mimetismos sino conservando una personalidad propia en formas y contenidos. Una historia de Brooklyn, Margot y la boda o Frances Ha. Hace unos meses disfrutábamos de Mientras seamos jóvenes y ahora llega una obra que conserva las virtudes de su director: esa capacidad asombrosa para conseguir que los diálogos sean brillantes y a la vez naturales, el talento para hablar de cosas cotidianas con desgarro y al tiempo con humor, la singularización de los personajes dotando a cada uno de ellos de vida propia, el ingenio que irrumpe de pronto en algunas soluciones de puesta en escena, aquí con inequívocas reminiscencias de la comedia clásica de los años 30. También aparecen algunos de sus defectos: una dispersión argumental que en ocasiones deriva en aburrimiento, alguna que otra ocurrencia facilona que empaña el conjunto, traspiés interpretativos que chirrían en un reparto de lo más competente). De nuevo, Baumbach habla de sueños. De frustraciones. De soledades e incomprensión. En Nueva York, claro, capital de las ilusiones rotas y los corazones desamparados. Como ocurría en su anterior película, aquí hay un juego de contrastes entre dos personajes radicalmente distintos, aunque complementarios. Cuando la historia se centra en ellas todo va bien. Funciona. Cuando empiezan a colarse personajes en tropel y se busca una comicidad alocada, las costuras crujen.

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