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Agitado, no mezclado

Mendes vuelve a restaurar el icono Bond con un cóctel de adrenalina e inteligencia en sus mejores momentos, y previsible en los peores

James Bond, en apuros sobre las vías.

Dudo que sea casualidad que Sam Mendes inicie su "Spectre" con un plano secuencia en México deudor del que prologaba "Sed de mal" y que al final inserte una escena que recuerda al juego de espejos de "La dama de Shanghai". Ambas dirigidas por Orson Welles. Y, en cierto modo, hay también resonancias de "Ciudadano Kane" en esa fotografía añeja que nos desvela un misterio de la infancia de James Bond, aquí definitivamente despojado de parte de su armadura de invencibilidad para que le veamos sometido a buenas palizas, salvado por manos femeninas y ¿enamorado? Nada que ver con el macho alfa de Sean Connery o los bufones posteriores. Incluso en un momento de la película le dicen a un atónito 007 que es "un buen hombre". Anda ya. El amor es ciego, sin duda, porque Daniel Craig, vulnerable y sentimental a su manera, sigue siendo un asesino a las órdenes de Su Majestad, aunque aquí no se le mire con la severidad de "Skyfall" e incluso se le conceda una oportunidad para la redención, un quedarse sin balas para reducir su aura letal.

Que Mendes es lo mejor que le ha pasado a la saga bondiana en el apartado de directores está fuera de toda duda. Que no disimula cuando se ve obligado a ponerse el mono de faena y rodar escenas de acción convencionales entre la fantasmada y una suerte de autoparodia, también. Sin llegar a los excesos cómicos de la etapa Brosnan, en "Spectre" hay algunas secuencias (la persecución en avión en un paisaje nevado, la pelea inicial en las alturas) tan espectaculares como grotescas, y los fuegos artificiales en el desierto con Bond nuevamente atrapado sin salida están muy manoseados y parecen ejecutados por el director de la segunda unidad mientras Mendes se dedica a menesteres más enjundiosos. En cambio, se nota que se divirtió con la pelea en el tren o una persecución jocosa en coche a las orillas del Tíber. A Mendes se le nota cómodo y motivado cuando los escenarios le son propicios. El arranque en el Día de los Muertos, en unas calles superpobladas de proféticas calaveras, es una virguería. La parte italiana, con una Monica Bellucci vista y no vista (y desvestida, en la escena más torpe de toda la película, vaya) y con una incursión en una reunión secreta de una especie de club internacional del crimen (que recuerda a otra similar de "Eyes wide shut"), muestra al Mendes más elegante con la cámara, cuidadoso con los encuadres y la iluminación. Con un fondo argumental que bebe de las fuentes más turbias de la actualidad (una conspiración para meter miedo a la sociedad y así favorecer la imposición de un Gran Hermano global), "Spectre", que afortunadamente no abusa de los chistes malos marca de la casa, no indaga en las sombras bondianas con la intensidad de "Skyfall" y sufre el doble problema de la falta de química entre una luminosa Léa Seydoux y Daniel Craig, y de un malvado que, atrapado por las muecas de Christoph Waltz, inquieta menos que su gato. En todo caso, Mendes cierra su trabajo de restauración con una película sobradamente entretenida y con personalidad, en la que, a diferencia de sus predecesores, no mezcla los ingredientes sino que los agita para que el brebaje recupere sabor. La escena final es toda una declaración de amor/humor que hará felices a los bondianos más nostálgicos. Arranca, James..

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