Rodar una película muda con sus alumnos como protagonistas, animarles a crear una protectora de animales, grabar un documental con los abuelos del pueblo, enseñarles a hablar en público... Son algunas de las experiencias didácticas que ayer compartió con el público del Club FARO César Bona, uno de los cincuenta mejores maestros del mundo según el Global Teacher Prize, el llamado Premio Nobel de los profesores. Ante el Auditorio del Centro Social Afundación de Vigo, completamente abarrotado, Bona (Ainzón, Zaragoza, 1972) defendió un modelo de escuela en el que el profesor no se limite a introducir datos en la cabeza de sus alumnos, que estimule su creatividad y que no olvide que las aulas no están solo para aprender, sino también para divertirse. "Tenemos que hacer de la escuela un sitio adonde a los niños les apetezca ir", dijo.

Bona fue presentado por la consultora Elba Pedrosa, que comenzó desgranando algunas ideas contenidas en el libro del conferenciante: "La nueva educación. Los retos y desafíos de un maestro de hoy". Entre ellas, que la educación tiene que estar por encima de cualquier gobierno, y que en la elaboración de una ley de educación deben estar presentes los educadores.

El considerado "mejor maestro de España", después de ser nominado al Global Teacher Prize el pasado 8 de diciembre, no se ve como tal. "No hago nada extraordinario, solo me divierto", insiste. Para Bona, un maestro es simplemente "alguien que inspira para la vida, de forma negativa o positiva: como don Dionisio, que me hizo amar la Lengua Española; o como aquella profesora con nombre de continente que me hizo odiar las matemáticas". El docente zaragozano se encuentra actualmente en excedencia y ha podido viajar durante diez meses por todo el país, constatando que "hay miles de maestros en España que viven con pasión su profesión". Remarcó que uno de los retos de la educación ha de ser "hacernos mejores, tanto individual como colectivamente".

Colegio "difícil"

Apoyado por una proyección, César Bona mostró algunas de sus originales iniciativas como maestro. Su primer destino fue un "colegio de difícil desempeño", con una tasa de absentismo escolar superior al cincuenta por ciento. De un total de 24 niños, 20 eran gitanos; el resto, un payo y alumnos de Rumanía, Gambia y Marruecos. "Les dije que yo no lo sabía todo y que a ver qué me podían enseñar. Con eso se sintieron importantes. Uno de ellos me enseñó a tocar el cajón [flamenco]".

Trabajó también en Bureta, un pueblo zaragozano de unos 250 habitantes, donde se encargó de un aula unitaria con seis niños de cinco edades diferentes. De ellos, dos no se hablaban. No por una riña infantil, sino por algo de sus respectivas familias que ya venía de muy atrás. "Mientras escuchaba música de las películas de Woody Allen se me ocurrió que podíamos hacer una película de cine mudo. Los protagonistas -los niños que no se hablaban- se iban a amar. Los mayores me preguntaron si aquello valía la pena, y les dije que sí. Nos dieron un premio de 20.000 euros del Ministerio de Cultura, y aquello ya empezó a merecer la pena -ironizó-. Las familias, pasados varios años, siguen llevándose bien".

En otro pueblo zaragozano recibieron la visita de un circo itinerante. Un hombre repartió folletos entre los alumnos con una serpiente al hombro. César Bona les animó a investigar. "Los niños descubrieron que los animales del circo no eran tan felices...". Aquello terminó con una carta al alcalde, la prohibición de circos con animales en el pueblo y una protectora virtual llamada El Cuarto Hocico, dirigida por los propios niños.

El educador aragonés, que habló para decenas de profesores, padres y niños presentes en el auditorio, matizó que no siempre lo que se hace en las aulas tiene que tener una finalidad didáctica. "Los maestros solemos llevar unas gafas didácticas y hay que saber quitárselas, incluso dentro del aula. Estamos para divertirnos también". Contó que en cierta ocasión le cegó el sol que entraba por la ventana y que le dijo a un alumno que lo apuntara en la pizarra: "A las 9.37, el sol ciega los ojos de César". Al día siguiente, ocurrió lo mismo un minuto después. "¿Lo hice para estudiar el movimiento de la Tierra? Pues no. A veces improviso". En otra ocasión convocó un concurso para ver quién fruncía el ceño más rápido. "¿Cuál era el objetivo didáctico? Ninguno", aseguró.

Recordó César Bona que, mientras que los adultos tenemos la posibilidad de cambiar de trabajo, los niños no pueden dejar de ir a la escuela. Pero esa obligación debe tener un componente lúdico, porque el tiempo de la infancia "pasa muy rápido" y "un niño es más emoción que conocimiento". "En todos los colegios a los que fui, al principio los niños parecían anestesiados, cuando tienen una imaginación brutal".

"Microsociedad"

Para César Bona no es cierto que se eduque en casa y se enseñe en la escuela. "Se enseña y se educa en la escuela y en casa. En la escuela podemos educar en manada, lo cual es algo positivo". En este sentido, afirmó que el colegio es "una microsociedad", y puso como ejemplo una experiencia que él puso en práctica, asignando roles a sus alumnos: el curioso, la historiadora, la abogada, y el "cabecilla de los sublevados, que tenía una caja donde los alumnos metían papeles en los que explicaban sus problemas, algo que puede ser interesante contra el acoso escolar".

La escuela, añadió, debe tener una implicación hacia la sociedad, debe invitar a participar en ella, por lo que conviene enseñar a los niños a hablar en público, a hacerse mejores colectivamente y a gestionar sus emociones.

En suma, dijo César Bona, un maestro debe ser alguien "siempre con las antenas subidas para captar inspiración, una persona creativa y curiosa, que respete el medio ambiente y a quien tiene al lado".