Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Llámenle Samaín, no Halloween

Etnógrafos gallegos reivindican las tradiciones de esta fiesta de origen celta

Niños del Colegio Alba, durante su visita esta semana al Museo Liste, donde conocieron a los personajes de Samaín. // M.L

La fiesta de los difuntos no es un invento estadounidense. Ni mucho menos. Se trata de una de las celebraciones más antiguas del mundo celta en la que se celebra el final del verano y de las cosechas, se le abre la puerta a la estación oscura, el invierno, y se brinda una oportunidad para que los vivos se relacionen, por una noche, con sus antepasados.

Y en Galicia, esta fiesta tiene sus propias peculiaridades sin tener necesidad de echar la mirada al otro lado del Atlántico.

Durante toda esta semana, más de 400 escolares han pasado por el Museo Etnográfico Liste de Vigo para conocer de cerca a los protagonistas de esta tradición y cómo se han vivido durante todos estos años estas tradiciones celtas en Galicia. "Samaín fue llevado por los emigrantes irlandeses a América y allí se mezcló con otras tradiciones. En Galicia tenemos ese mismo sustrato celta aunque algunas cosas las fuimos perdiendo y otras adaptando a nuestra cultura, y está bien que los niños las conozcan", apunta Isabel Pousada, responsable del departamento de Didáctica del museo.

Así, los niños se acercan a personajes como Jack-o'-lantern, "que en Galicia es 'Jack o do farol', "un granjero que dicen que consiguió burlar al diablo y es condenado a vagar por el mundo con la luz de una calabaza", explica Pousada.

También conocen a las hadas celtas, la Santa Compaña, los druidas y las bruxas o meigas, entre otros. "La Santa Compaña podía ser encontrada en cualquier momento del año pero especialmente en este día en que se abrían las puertas del mundo espiritual", apunta la responsable del museo.

Según la leyenda, la comitiva de difuntos avanza durante esta noche en completo silencio y portando largos cirios encendidos, siendo necesario protegerse contra la maldición que supone toparse con ella: unos hacen como que "no la ven", mientras otros recomiendan subirse a un cruceiro y esperar a que pase de largo. Pero sin duda, nada hay más eficaz que evitar alejarse del hogar durante esas horas consagradas a los muertos. Un consejo ciertamente valioso, puesto que el que encabeza la comitiva es en realidad una persona viva, que ha sido condenada a portar una cruz delante de la procesión espectral, y que solo quedará libre cuando pueda traspasar su condena a otro?

Rafael López Loureiro, maestro de Cedeira, fue el responsable de redescubrir esta tradición y comprobar que existía por toda Galicia, unos conocimientos que refleja en su libro "Samain: a festa das caliveras" (Ir Indo). Los ancianos de localidades como Noia, Catoira, Cedeira, Muxía, Sanxenxo, Quiroga u Ourense todavía recuerdan una tradición coincidente con los días de Difuntos y Todos los Santos, y que consistía en la elaboración de feroces calaveras confeccionadas con una cubierta de calabaza: son los famosos melones, o calabazas anaranjadas de Cedeira; los calacús en las Rías Baixas, o los bonecas con remolacha en Xermade (Lugo).

En sus orígenes, los celtas hacían uso de calaveras para espantar a los espíritus y posteriormente se usarían nabos y otros productos del campo antes de dar paso a la tradicional calabaza.

"Nosotros también tenemos esa fiesta de difuntos, de reírnos de los muertos, y viene de hace muchos siglos. Era una fiesta celta y muy metida dentro de las costumbres gallegas desde siempre", reivindica el escritor Francisco Castro. "Lo tenemos y de toda la vida. Y hace falta que así se lo digamos a las niñas y niños que hoy, orgullosos y felices, van a los centros educativos con sus disfraces terroríficos y acuden a fiestas a pasarlo bien", concluye Castro.

Compartir el artículo

stats