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Un "remendón" de firmas de lujo en Madrid

El zapatero gallego de Isabel Preysler

Nació en la Ribeira Sacra de Lugo, trabajó en calzados en Ourense y Vigo, vivió en Suiza y ahora cumple las más exquisitas demandas de tacones de lujo en el barrio de Salamanca

Un detalle de su trabajo artesano. // E.O.

Como buen gallego se guarda el as para la última baza. Y esconde bajo la manga del secreto profesional cuál fue el último pedido que le hizo la célebre Isabel Preysler. Antonio Rodríguez Guerra es artesano de vocación y zapatero por formación. Tiene 54 años y dos hijos. Eso sí, reconoce que ha atendido exquisitas (o diarias) demandas de reparación del calzado de famosas como Aitana Sánchez Gijón, Pastora Soler, las Koplowitz, un primo de Óscar de la Renta o incluso el compositor británico Albert Hammond. En su taller de apenas veinte metros cuadrados en el distrito madrileño de Salamanca asegura que, si uno elige bien, viajando se aprende más de 'mundología' que en la universidad. Nacido en Pantón, municipio de la Ribeira Sacra de Lugo y emigrante a Suiza con sus padres, abrió talleres en Ourense y Vigo a su regreso a Galicia. En la ciudad olívica viven aún sus padres, en Sampaio. Es el testimonio de su vida. Las pruebas de su buen hacer las porta entre sus manos, cinceladas por veinte horas de jornada diaria: zapatos Jimmy Choo, Hermès, Manolo Blahnik, Hugo Boss o Louis Vuitton. Toca cambio de temporada en el armario y con él, el pico de trabajo en la zapatería. "Hacemos reparaciones muy complejas; nos envían trabajos desde Londres, Estambul o Santander", asegura.

En las inmediaciones de la estación de metro de la plaza de Manuel Becerra, llena de locales de cuero y llaves, sus colegas indican a la primera dónde está el taller del "Remendón". Es bien conocido en la zona y entre los vecinos, por su buen hacer. "Le he dejado unas botas porque no compro calzado barato precisamente y quería repararlas antes de que llegue el invierno; siempre las deja como nuevas", indica una joven que se ofrece a acompañar hasta el taller de Antonio Rodríguez, en la calle Rafael Juan y Seva y que esquiva con un atajo la ruta que marca el Google Maps.

Tras un par de bocacalles a la derecha, aparece escondido el local de Antonio Rodríguez Guerra, que pasa inadvertido en una callejuela de pasado industrial. Allí encola, pule y cepilla en la rutina de un día cualquiera. Un jueves cualquiera en que trabaja mañana y tarde hasta las 21.00 horas. Aunque cierra la persiana, Antonio se queda dentro hasta la una de la madrugada a veces. Y vuelve a las cinco. El artesano gallego, reacio a la prensa en un principio y fiel a su confidencialidad, accede a hablar por la cercanía del acento. "Ya hacía tiempo que no escuchaba a alguien hablar en gallego", asegura con simpatía. Aún así, muestra el pudor de quien prefiere que hable por él su habilidad. "Somos un gran equipo, yo no soy la pieza más importante pero tenemos tanto trabajo porque entre nosotros y el resto hay una gran diferencia". El calzado más caro que pasó por sus manos fueron unos Jimmy Choo de 3.500 euros cuyo cometido fue ensancharlos, aunque a diario, ve zapatos de 800 y 600 euros. "La gente no los tira; es como quien se compra un Bugatti y luego va al taller a cambiarle el aceite. Louboutin tiene su taller de postventa en París; pues hay reparaciones que nos piden aquí que no las hace ningún otro taller", reconoce. "Los traen no para repararlos, sino para volverlos nuevos. Hay que tener mucha sensibilidad y tratar estos zapatos exactamente igual que joyas", comenta el remendón del lujo sobre los encargos que recibe de España y extranjero. No es de extrañar que utilice agujas de siete medidas y una paleta de colores de hilo alemán.

Mientras transcurre la conversación, una joven que llega en un taxi recoge unos 'stiletto' de color rojo y charol; una niña acude a por unas botas de caña alta Hunter y Antonio saluda en árabe a un cliente. Entre su clientela también hay mujeres rusas. "Yo hago una jornada de veinte horas diarias". Desde hace años esa gran firma dirige a su clientela hasta su taller. Es algo así como un servicio postventa para tacones de lujo. Hermès, Valentino, Manolo Blahnik, Yves Saint Laurent... Ha atendido políticos, empresarios, gente mediática y anónimos y calzado que triplica el salario mínimo.

"La clave es no tener prisa", asegura. "Te pueden decir que un arreglo es caro, nunca que está mal hecho. Yo soy más exigente que mi cliente". En efecto si hay que hablar del coste del arreglo, el zapatero entona un "depende". Y es que mantiene la demanda de las personas del barrio. "No hacemos distinción". Por eso, conviven los arreglos de zapatos que no superan los treinta euros, con complicadísimos encargos -como estrechar la caña de una bota alta, o poner alzas a unas deportivas- que al artesano le aportan el mismo orgullo.

"La diferencia es que si estropeas un zapato que cuesta 700 euros tienes que pagarlo, pero no hay diferencia en el esmero que le pones, que es idéntico al tesón con el que arreglas un zapato de 10 euros", expone. "Sólo nos comentan que trabajamos muy bien", argumenta.

Trabajos "únicos" que superan los 100 euros

  • Antonio lleva 23 años en su taller en Madrid, pero su recorrido comenzó en Galicia. Emigrado a Lausana con 14 años junto a su familia, este gallego de Pantón relata con gusto su trayectoria: "Volvimos de Suiza el 30 de agosto de 1979 y en 1981 abrimos un local en la Travesía de Vigo, en las galerías García Prieto. Se llamaba zapatería La Moderna", recuerda el zapatero. Antonio Rodríguez aún recuerda el nombre de las calles; también de las Galerías Israel, donde tuvieron negocio en Ourense. E indica que sus padres residen en Vigo actualmente en Sampaio, cerca de A Madroa.Con respecto al oficio, Rodríguez Guerra relata: "Es una formación muy larga, a base trabajar con gente muy buena. Por mucho que usted madrugue no va a amanecer más temprano. Pues aquí ocurre lo mismo. Es la experiencia de muchos años".Con respecto a su empeño actual en el arreglo de carísimos zapatos, asegura: "Empleas más tiempo y el riesgo no es el mismo. Requiere un tacto especial", comenta con un tono aterciopelado como el interior de unos castellanos. "Ese tipo de clientela no pregunta nunca por el precio de la reparación; busca la perfección", reconoce. En ese caso sus arreglos pueden superar los 100 euros, si requieren modificar la forma del zapato o tocar aspectos de la fabricación. El mismo artesano que dos décadas atrás empezó a curar calzado de diplomáticos y celebridades con habitación en el Ritz -sobre todo por sus maletas- se había negado a ser entrevistado hasta que su vida salió reflejada en un reportaje de El Mundo.En su entrevista para FARO, Antonio reivindica: "Sería bueno que existiera una escuela de alto nivel de formación para esta profesión; es un segmento en el que se necesita. Todos los zapateros que conozco, incluído yo, lo dejaríamos si pudiéramos". Uno de sus hijos tiene 18 años pero no quiere ni oír hablar de relevo generacional. "Esto es muy sacrificado", justifica un artesano de lujo.

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