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La soledad era esto

Un eficaz Scott y un gran Matt Damon sacan adelante una entretenida película de aventuras sobre un náufrago en el planeta rojo

Matt Damon, de paseo por Marte.

Lugar común: dícese de aquel sitio donde crecen frases tales como "Ridley Scott hizo Los duelistas, Alien y Blade runner, y adiós las muy buenas". O sea, que después de ese fulgurante encadenado su talento se evaporó. Lo cierto es que Scott nunca ha ido de autor por la vida y que, por ejemplo, el hecho de que Blade runner se convirtiera en un título de culto tras patinar en taquilla se debió a una confluencia de circunstancias favorables en las que el innegable don organizativo del cineasta y su lustroso sello visual estaban en el mejor escenario posible. Vale, no ha vuelto rodar nada redondo desde un punto de vista artístico, más que nada porque suele elegir guiones equivocados, pero también es raro, por no decir imposible, no encontrar en sus películas (incluso en la horrible Exodus) dos o tres momentos de muy buen cine. Recuerden la muerte de Andy García en Black rain.

En Marte alquila toda su larga experiencia tras las cámaras para contar una historia de aventuras prescindiendo de tics estéticos que se han convertido en otro lugar común (después de Black Hawk derribado o Gladiator todas las escenas de batallas salidas de Hollywood parece seguir un planillo idéntico). Es decir, dejando claro que cuando quiere (El reino de los cielos, American Gangster, incluso El consejero) puede ser tan aseado como un Ron Howard cualquiera, aunque, por fortuna, bastante más enérgico y malencarado. No hay en Marte grandes momentos para recordar como el final de Thelma y Louise (obra más que discutible, por otra parte) pero mantiene un nivel aceptable aunque el guión pegue algunos bandazos chocantes (la irrupción china, sin ir más lejos, con una llamada a la fraternidad mundial involuntariamente graciosa) o que los tejemanejes dentro de la NASA resulten a veces forzados, con un enfrentamiento entre Jeff Daniels y Sean Bean que solo se sostiene por la fuerza de dos actores que se las saben todas.

Pero no nos engañemos: lo que sucede en la Tierra nos importa poco o nada (menos mal que el astronauta perdido en Marte, todo un pirata del espacio, no tiene esposa ni hijos, así nos ahorramos las escenas lacrimógenas de turno) y estamos deseando que Scott coja los bártulos y nos lleve a la inmensa soledad de Matt Damon (su mejor trabajo hasta la fecha, sin discusión) en tareas de Robinson Crusoe. La primera persona que se queda sola en un planeta, dice, así que necesita echar mano de todos sus conocimientos para ser capaz de obtener comida a partir de sus propias heces, comunicarse con la NASA por medio de complicadísimos sistemas y, sobre todo, sobrevivir a la música disco que le ha quedado a mano. Y es que Scott, al que nunca le han salido bien las comedias, apura aquí al máximo las posibilidades humorísticas de la historia sin abusar de los momentos de gravedad máxima, con un protagonista que reflexiona sobre asuntos importantes sin ponerse pelmazo. Es en la escena angustiosa en la que tapa con esparadrapo las grietas del casco o en las salidas al exterior donde aflora el Scott más intenso.

Lástima que lo peor llegue al final: un desenlace circense en plan "Iron man" tan absurdo y poco creíble como el de Gravity. Se lo podían haber currado un poco más, digo yo.

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