Lejos quedan los tiempos en que Julio Medem era capaz de interesar al mismísimo Stanley Kubrick con propuestas como "La ardilla roja". Incluso sus más acérrimos detractores admiten que aquellas primeras películas tenían un sello propio indiscutible, una autoría incuestionable de un cineasta con ganas de contar las cosas de forma diferente. "Vacas", sobre todo, "Tierra" o "Los amantes del Círtulo Polar" eran obras valientes, fascinantes por momentos. Irritantes también en otros.

Pero a principios del siglo Medem cambió su registro ultrapersonal por otro más vendible. Más convencional. "Lucía y el sexo" . "Caótica Ana". "Habitación en Roma". Cine epidérmico, nunca mejor dicho. Convencional en sus excesos facilones por más que el director aplicara ocasionalmente sus planos calientes de cineasta con enorme sentido visual. Sus mujeres dejaron de ser especiales para ser de cartón piedra. Angustiado quizá por las dificultades de sacar adelante sus proyectos más personales, Medem realiza en ma ma un frustrante ejercicio de funambulismo creativo del que sale mal parado. Por un lado deja caer gotas de su estilo más reconocible con la cámara y el montaje. Por otro, fabrica un guión que no se cree nadie, empezando por él mismo (la parte futbolera es tremenda, el personaje de Luis Tosar está tan mal escrito que incluso un actor con tanto oficio naufraga) y se deja llevar por un tremendismo sentimental que convierte la emoción de una historia tan dolorosa en un simple arreón dramático propio de las peores artimañas de Hollywood para mojar los ojos de la audiencia.

El mensaje positivo es encomiable, sin duda, pero a Medem le salva de la quema Penélope Cruz. El "Goya" es suyo. Y si los académicos fueran más listos, hubieran enviado ma ma a los "Oscar". Les encantaría allí.