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Cómo cargarse una película

Tras una larga pero interesante presentación de personajes llega un desastroso desenlace pirotécnico

Una escena de la película "Cuatro Fantásticos". // FdV

A Hollywood le gusta pescar cineastas primerizos y vistosos para darles una oportunidad que puede acabar siendo su tumba profesional. Hay casos así a puñados. Esperemos que Josh Trank no entre en ese macabro club de cineastas a los que el becerro de oro les embistió demasiado pronto. Su "Chronicle" no estaba lograda del todo pero tenía gracia e intensidad, había talento en ella aprovechando hasta el último dólar. Alguien pensó que era el hombre ideal para darle un revolcón a los Cuatro Fantásticos, tan maltratados siempre por el cine. Al rebufo de Nolan y sus Batman renacidos de las cenizas en versión sombría, los cuatro fantásticos intentan ponerse al día pero con un obstáculo insalvable: Trank no tiene el poder de un Nolan para imponer sus criterios y los productores, tras darle carta blanca para contar la historia a su manera, se la quitaron de las manos para destrozarla sin piedad.

El resultado: una película que empieza bien (recuerda a los añorados Joe Dante y Zemeckis de los primeros tiempos) ofreciendo una chocante visión de los cuatro fantásticos en sus años imberbes, con un tono de cine independiente que modula bien los diálogos y se encarama a una naturalidad insólita. Creíble. Y hacer eso en un género tan dado a la artificiosidad y el estereotipo tiene mérito. También paga su precio, claro: a medida que se avanza en el proceso de transformación de cuatro chicos normales (en apariencia, claro) en seres extraordinarios, el ritmo desfallece y llega a hacerse algo cansino. Pero ese defecto es casi una virtud si lo comparamos con lo que ocurre de repente: llega un momento en que podemos imaginar a un productor iracundo entrando en la sala de montaje para despedir con cajas destempladas al director y meter a un grupo de leñadores que corten a hachazos el material y, de paso, se hagan injertos de espectacularidad forzada. El resultado es un monstruo cinematográfico: una hora y pico de superproducción pausada y reflexiva con escasas concesiones a la taquilla (ni siquiera el reparto, formado por buenos profesionales, tiene carisma suficiente para echarse a la espalda el desaguisado) y, de golpe y porrazo, un tramo final de peleas, efectos especiales ramplones y escenarios cutres con el que se cierra una de las presentaciones de personajes más largas de la historia del cine.

Nunca sabremos cómo sería los Cuatro fantásticos que tenía en mente el director (ojo, tampoco se trata de convertirlo ahora en un Orson Welles machacado por la industria) pero no hay la menor duda de que sería mucho mejor que lo que ha llegado a las pantallas. Tan dolorosa fue la experiencia que el pobre Trank ha salido en público poniendo a parir su película, queja que le puede costar cara en Hollywood, la fábrica de sueños que, cuando vienen mal dadas, escupe pesadillas como Cuatro fantásticos, así llamados gracias a una ocurrencia de...

(Si aguantan con valentía hasta la última escena lo sabrán).

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