-¿En qué consisten los denominados fármacos de la felicidad y dónde puede hacerse uno con la receta?

-Sencillamente, se trata de conocer el potencial médico y farmacológico que tiene el propio organismo, es decir, la naturaleza humana. El cerebro es capaz de fabricar y de liberar una serie de fármacos muy conocidos, como serían las endorfinas, que se segregan en la corteza cerebral; y también otras hormonas que tienen que ver justamente con el bienestar del individuo, como pueden ser la oxitocina o la dopamina. Entonces, la realidad del ser humano es que debemos ser conscientes de nuestro potencial farmacológico y de nuestra responsabilidad de cara a nuestra salud a lo largo del ciclo vital. Nuestras posibilidades son inmensas y, desde el punto de vista terapéutico, somos fármacos muy eficaces.

-¿Cómo funciona científicamente el cerebro ante los estímulos que usted plantea?

-El cerebro responde a los estímulos positivos con potentes opiáceos endógenos y con antiinflamatorios que son capaces de neutralizar el dolor y, por lo tanto, tienen mucha eficacia terapéutica y, además, disminuimos el costo sociosanitario. Pero los seres humanos lo complicamos todo porque, a menudo, estamos bien, pero lo complicamos todo cada vez más, de tal manera que, en vez de mimar nuestra mente, nos fustigamos de forma continua y eso es tremendamente perjudicial para nuestra salud. No somos conscientes de la repercusión que tienen las emociones negativas, como la ira o el odio, en nuestro organismo y todo ese manejo inadecuado de nuestras emociones hace que nuestro cerebro sufra y entre en situaciones de estrés, ansiedad o angustia e, incluso, de pérdida de control de la tensión arterial.

-¿Por qué algunas personas encuentran mayores dificultades para alcanzar esa paz interior y, en su lugar, se internan en un laberinto de miedos y ansiedades?

-Pues porque estamos atrapados en un ritmo vertiginoso e, incluso, pantanoso en esta sociedad, y no somos capaces de apreciar ni valorar absolutamente nada. Curiosamente, al mismo tiempo, apenas somos conscientes de nuestro propio potencial médico. En efecto, hay personas que acarician la felicidad y el bienestar, en tanto que otras persisten una y otra vez en intoxicarse mental y físicamente, incluso enfermándose a sí mismas y volverse hipertensas o diabéticas. Lo que siempre intento exponer es la importancia de que las personas seamos conscientes de todo este arsenal terapéutico que tenemos a nuestra disposición y que tenemos en nuestro interior.

-¿Cree que tendemos a confundir la búsqueda de un bienestar sostenible con las tentaciones del placer inmediato?

-Muchas veces sucede que la gente está perdida e, incluso, atrapada en un laberinto porque trata de conseguir ese placer inmediato, pero que no es la felicidad. Las personas que persiguen siempre ese hedonismo en los grandes templos de consumo se meten en una cadena consumista donde no hay salida. También sucede con el abuso de medicamentos, como los ansiolíticos, en los que buscamos el bienestar instantáneo, pero eso es imposible. Creo que para ser más felices deberíamos situarnos en las carencias, de tal manera que, si una persona ha vivido una determinada situación familiar o personal de carencia, es importante reconciliarse con ella y empezar a volar, y a sentirnos a gusto con nuestro pasado y también con nuestro presente; con lo que tenemos, no con lo que quisiéramos tener. Y, si sabemos defender un optimismo frente al futuro, tenemos el triángulo más eficaz para lograr la felicidad.

-Usted habla de un método eficaz para mejorar la situación vital frente a la incertidumbre que comporta el vivir, ¿cuáles son los ingredientes?

-Lo cierto es que ahora está muy de moda hablar de libros de autoayuda pero, lógicamente, todas estas ideas tienen unos correlatos científicos y una fundamentación científica o clínico-terapéutica, así que eso es lo que se trata de perseguir. Algunos aspectos importantes como fortalecer la autoestima, practicar ejercicio físico, tener una vida sexual plena e, incluso, reírse de uno mismo, nos armoniza con la naturaleza y hace que nuestro cerebro funcione perfectamente. Y cuando el cerebro es capaz de liberar estas hormonas u opiáceos endógenos tan potentes que neutralizan el dolor, conseguimos también una sensación subjetiva de satisfacción y de placer.

-¿En qué medida inciden los hábitos de vida occidentales, proclives al sedentarismo y a formas de relación virtuales, en nuestra calidad de vida?

-Su influencia es absoluta, pero yo destacaría el empobrecimiento de la televisión, porque genera una adicción peligrosa. El problema surge cuando estamos sentados ante la televisión y no pensamos, sino que permitimos que piensen por nosotros y, por tanto, estamos perdiendo la capacidad de decisión y de generar pensamientos positivos que alimenten esa armonía y esa segregación de bienestar, que repercute en última instancia en el sistema inmunológico.

-Usted dice que una de las claves de la longevidad es el sentido del humor.

-El envejecimiento es un reto personal y, ahora, el colectivo de personas mayores es el más heterogéneo de la sociedad. Estamos envejeciendo desde el mismo momento de la fecundación y las relaciones que tenemos con la familia y con nuestro medio son cambiantes, lo cual hace que una persona de 80 años pueda ser tremendamente optimista y activa, en tanto que jóvenes de 25 o 30 años estén sumidos en la desesperación. En definitiva, es un reto personal saber decir "quiero ser yo y quiero encontrar un sentido a mi vida" y las personas que practican actitudes como el optimismo, la generosidad, el humor o la amabilidad tienen unas inmunoglobulinas salivales más elevadas, lo cual nos dice que tienen una inmunoprotección mayor y que, en consecuencia, viven más.