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Matad, matad, malditos

Desigual relato sobre horrores bélicos, con una primera parte notable y un desenlace decepcionante

Brad Pitt.

"Fury" (cuesta usar el ridículo título español, "Corazones de acero") arranca en plan bucólico. Un jinete sobre un caballo blanco. Un cielo de pastel. Poco a poco, la solitaria figura se adentra en un escenario de fuego y destrucción. Chatarra bélica. Huele a muerte. Y ahí aparece un salvaje Brad Pitt demostrando que se le da muy bien cargarse a enemigos. Un prólogo contundente que muestra las mejores bazas de David Ayer en este regreso de Hollywood a la II Guerra Mundial cuando se cumplen 70 años de su desenlace. Hay crudeza extrema, nada de paños calientes y dibujo a grandes rasgos y sin adornos de los personajes, extirpando de raíz uno de los males del cine bélico: la cháchara. Aquí hay muy poca información sobre los guerreros y se omiten esas terribles escenas en las que los combatientes van desgranando en los tiempos de calma sus pensamientos o sus biografías.

De quien más cosas sabremos es del novato (excelente Logan Lerman), por ejemplo, que es un mecanógrafo enviado al infierno sin saber por qué y que tiene profundas creencias religiosas (es fácil adivinar que el horror que le espera le dará la vuelta a su mentalidad como si fuera un calcetín) que chocan en un mundo despiadado donde la vida del enemigo no vale nada. En su primera parte, "Fury" está cargada de imágenes impactantes: ese tanquista en llamas que apaga su dolor de un tiro, los niños soldados reventados, parte de una cara pegada al acero, el fuego de ametralladora con balas trazadoras que dan a los combates un extraño aspecto de tiroteo galáctico, las cadenas de los tanques aplastando cuerpos... Con la irrupción en escena de una larga secuencia en un pueblo alemán ocupado, con un atisbo de romance imposible, la película empieza a cojear. El personaje de Pitt, hasta entonces de brutalidad inaudita, amenaza con parecerse demasiado a esos sargentos tópicos a los que la guerra ha convertido en bestias cruzadas por cicatrices pero que conservan un poso de nobleza y son capaces de salir en defensa de una mujer inocente frente a sus salvajes subordinados. Sin embargo, el peligro se desvanece gracias al excelente trabajo de los actores (impresionante LaBeouf), que consiguen crear una tensión palpable en la pantalla.

Llega después una larga escena de combate entre carros que recuerda por su fuerza a los mamporros visuales de un Sam Fuller. Y partir de ahí, vaya, la película explota en mil pedazos. Cuando lo tenía todo a favor para ser un título memorable, a pesar una banda sonora más bien lamentable. Ayer se saca de la manga (¿miedo a estrellarse en taquilla?) una absurda situación límite para montar un "fregao" de tiros y explosiones completamente alejado del realismo anterior y parecido lastimosamente a cualquier rambonada de Stallone, con una copia descarada del berenjenal de "Scarface" que montó Brian de Palma, y en el que los soldados alemanes (presentados como temibles veteranos) se comportan como muñecos de pimpampum, en la peor tradición del cine bélico norteamericano. Hay momentos en los que más que una película parece un videojuego tipo "Call of duty". En cualquier caso, entre tiroteo y tiroteo y citas bíblicas con trasfondo, la película deja caer ahí algunas de las frases más reflexivas, que engarzan con algunas de las teorías más extendidas sobre la dependencia de la guerra que miles de soldados acabaron teniendo. Cuando un personaje habla del tanque como su hogar o afirma que "éste es el mejor trabajo del mundo" y le "encanta estar" en medio del infierno, no hace más que admitir que se ha convertido en una máquina de matar, y que cualquier atisbo de idealismo como razón para combatir al monstruo nazi ha desaparecido para dar paso al simple y adictivo arte de matar.

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