Joseph Pérez nació en 1931. Padres valencianos, emigrantes. Hispanista especializado en los siglos XV y XVI, biógrafo de los Reyes Católicos y catedrático de Civilización Española e Hispanoamericana. Es presidente de honor de la Universidad de Burdeos, experto en Fray Luis de León y Santa Teresa de Jesús y miembro de la Real Academia de la Historia. El viernes recogerá en Oviedo el premio "Príncipe de Asturias" de Ciencias Sociales.

-¿Sabe que las nuevas generaciones en España están descubriendo a la reina Isabel por una serie de televisión?

-Me dan un poco de miedo las series. Una vez me vino una periodista para un guión de una serie francesa, también sobre Isabel. La única preocupación de aquella periodista es que yo dijera que Isabel la Católica tenía las manos manchadas de sangre. Pues mire, era el siglo XV. También se puede decir que el general De Gaulle tenía las manos manchadas de sangre.

-¿Cuál es el gran mérito histórico de Isabel?

--El de una muchacha de poco más de veinte años que llega al trono con una idea muy clara: restaurar la autoridad del Estado. Y lo hizo. Y lo hizo tan bien que aquella autoridad se mantiene durante más de dos siglos. Tuvo la suerte de encontrarse con el mayor estadista que ha dado la Historia de España.

-Cisneros.

-Exacto. Fue el hispanista Pierre Vilar el que me habló por primera vez del cardenal Cisneros, en 1957. Vilar, que como sabe era marxista, decía que Francisco Jiménez de Cisneros había sido el jefe de estado más progresista de Europa. Nos sirve de referencia porque supo desarrollar una labor política con auténtico sentido de Estado, con vocación de servicio público.

-¿Un inquisidor progresista?

-Fue autoritario porque recogía la tradición de los Reyes Católicos en el sentido de que la política era cosa de la monarquía, y en política salvo los reyes no se metía nadie, ni siquiera los nobles. Cisneros apoya esa idea. Nada que ver cuando algunos años más tarde las Cortes de Valladolid le dicen al emperador Carlos I: usted es nuestro mercenario, al servicio de la comunidad. La figura de Cisneros va mucho más de la inquisición. Por ejemplo, hace una grandísima labor de fomento de la agricultura en España, en unos tiempos en que todo se centraba en la Mesta, en la ganadería. El tratado de agricultura que lleva a cabo fue puesto por las nubes, siglos más tarde, por ilustrados como Campomanes o Jovellanos.

-¿Quién mandaba más, Isabel o Fernando?

--Hay que partir de la base de que los dos mandaban mucho porque los dos eran muy inteligentes. La tradición señala que Fernando era el que llevaba la voz cantante porque, en realidad, la reivindicación de Isabel como gobernante es relativamente moderna, llega hacia 1820 tras las Cortes de Cádiz. Lo importante de aquel matrimonio es que ambos tenían sus propias ideas, que esas ideas no siempre eran coincidentes y que, sin embargo, lograron siempre la apariencia del acuerdo.

-Se dice que América era cosa de Isabel.

-Y es cierto. De la misma forma que la decisión de la expulsión de los judíos la toma el rey Fernando. Se decía de Felipe II que tenía la costumbre de quitarse el bonete cuando pasaba en palacio bajo un retrato de Fernando el Católico. "A él le debemos todo", decía.

-¿Usted cree que Carlos I llegó a arrepentirse de aceptar el trono de Castilla y Aragón?

-No. Carlos tenía un concepto muy patrimonial del poder. Llegó con la idea no de ampliar imperios sino de conservar o recuperar lo suyo. Y lo suyo era Borgoña, que se la habían quitado los franceses. Supongo que llegaría a la Corona como quien llega para llevar a cabo una misión que cumplir, que era la unidad de la cristiandad frente a los turcos, en el exterior, y a los protestantes, en el interior.

-Algunos lo señalan como una especie de precursor de la idea europea.

-No lo veo así. En la mente del emperador Carlos había un cierto concepto de comunidad de naciones cristianas, que es una cosa distinta. Y Lutero rompía la unidad cristiana.

-¿Supone que el emperador Carlos valoraba la capacidad intelectual de Lutero?

-Carlos no quería herejes, eso está muy claro. No sé si había cierto respeto personal. El emperador lo deja salir [cuando la Dieta Imperial de la ciudad alemana de Worms, tras la excomunión decretada por el papa León X] y eso puede ser considerado como un símbolo de respeto. Quizá.

-¿Cómo es el todopoderoso emperador Carlos I que se retira, enfermo, al monasterio de Yuste?

-Yo estoy convencido de que Carlos se arrepiente de haberse "jubilado". Empieza a no estar de acuerdo con algunas cosas de su hijo Felipe II. Cuando los españoles ganan la batalla de San Quintín, Carlos no comprende cómo el nuevo emperador no marcha hacia París; tampoco entiende la postura que se tiene con los focos luteranos que aparecen en Valladolid y Sevilla, a los que acusa de alborotadores de la república. Carlos insistía desde Yuste que no se podía consentir la cizaña luterana.

--¿Hay mayor tibieza en la monarquía inmediatamente posterior a Carlos I?

-En algunos aspectos, sí. Lo que sabemos es que Carlos consigue estar desde Yuste muy al tanto de los acontecimientos. Escribe constantemente y llama la atención sobre asuntos.

-Avancemos cinco siglos, a la España actual. Viendo la crisis secesionista, uno echa de menos el centralismo francés.

-El de Francia es un sistema que dio resultado... hasta ahora. Soy poco optimista. De hecho, soy muy pesimista sobre el futuro, por qué no decirlo así. Creamos un país muy unido gracias a la tradición jacobina y republicana, con una gran red de servicios públicos y eso es algo que Europa no nos perdona. Todo lo que se logró en mucho tiempo está ahora en peligro.

-Las reformas...

-Sí, pero es que el concepto reforma tuvo durante dos siglos una connotación positiva. Se reformaban las cosas para mejorar, pero ahora no, las reformas dictadas desde Bruselas son para peor.