La periodista y escritora Cristina Morató descubrió ayer en el Club FARO a seis "mujeres desdichadas tras el trono", reinas golpeadas por la vida y algunas de ellas "maltratadas por la historia": la emperatriz Sissi, María Antonieta, Eugenia de Montijo, la reina Victoria, Cristina de Suecia y Alejandra Romanov. Casi todas fueron consortes destinadas a ser un mero "objeto decorativo y reproductor" después de contraer "matrimonios de Estado" por obligación y para sellar alianzas políticas, rara vez con amor de por medio. "Los tiempos han cambiado -subrayó la conferenciante-, hoy basta con que una reina sea austera, transparente y comprometida".

Conocida por sus libros sobre viajes, la también vicepresidenta de la Sociedad Geográfica Española esbozó ante el público del Auditorio do Areal, en Vigo, los perfiles regios que recoge su último libro, "Reinas malditas", (Plaza & Janés), basado en las cartas, los diarios y las memorias de estas mujeres a menudo desarraigadas y vilipendiadas por sus propios súbditos, y cuyas imágenes han sido distorsionadas por los clichés que de ellas nos han dejado la literatura y el cine.

Es el caso de Sissi, que nos ha llegado como una emperatriz "romántica, ñoña y cursi" a través de las películas protagonizadas por Romy Schneider. "Fue una chica liberal y, dicen, de corazón republicano -explicó Cristina Morató, que fue entrevistada por la periodista de la SER Noelia Otero-. Era una niña bávara de 15 años que llevaba zuecos y comía salchichas. La elegida iba a ser Nené, su hermana mayor, y su vida en la corte de Viena fue un infierno por el trato de su suegra, la archiduquesa Sofía, madre de Francisco José".

Entre otros detalles menos conocidos, la escritora contó que Sissi, una emperatriz "desquiciada e incomprendida", padecía anorexia y bulimia, "se mataba a hacer gimnasia y apenas comía". Tenía un botiquín en el que, entre otros productos, llevaba cataplasmas de mostaza, diversos opiáceos y una jeringuilla con la que se inyectaba cocaína.

Clichés

Otra consorte con una imagen deformada por los clichés es la austriaca María Antonieta, retratada como "frívola e inmoral" por películas como la dirigida por Sofia Coppola hace ocho años. "La he descubierto a través de las cartas a su madre, la emperatriz María Teresa -contó Cristina Morató-. Tardó ocho años en quedarse embarazada [de Luis XVI] y fue acusada de correrse grandes juergas por París. En los últimos años demostró una dignidad y un valor encomiables. Antes del asalto al palacio de las Tullerías [1792] pudo huir, pero decidió no abandonar a su marido". Un año después, María Antonieta murió guillotinada, se dice que pidiendo perdón a su verdugo por haber tropezado con él.

Si María Antonieta fue acusada de acabar con la monarquía de Francia, a la granadina Eugenia de Montijo (1826-1920), casada con Napoleón III, le atribuyeron el fin del segundo imperio francés. Cristina Morató la describió como una aristócrata "bastante culta, austera, de corazón generoso y pionera del feminismo, pues fue responsable de que se le concediera la Legión de Honor por primera vez a una mujer, la pintora Rosa Bonheur. Trabajó para mejorar las condiciones de vida y la educación de las niñas. Murió a los 94 años en el palacio de Liria, en Madrid".

Con la emperatriz Sissi, de la que fue contemporánea, tuvo en común Eugenia de Montijo la prematura viudedad y la pérdida de sus hijos herederos, lo que les llevó al luto hasta el final de sus vidas.

Sufrió también por su hijo (el hemofílico heredero Alexei) y fue también extranjera en su corte Alejandra Romanov, princesa alemana casada con el zar Nicolás II. "Caía mal al pueblo", reconoció la autora de "Reinas malditas", que en su libro cuenta la entereza que mantuvo esta mujer hasta el asesinato de toda la familia imperial rusa a manos de los bolcheviques en 1918. Recordó también que cayó bajo la influencia de Rasputín, pero que, según lo que pudo investigar, no fue su amante, puesto que "lo veía como un santón".

La abuela de Alejandra Romanov, la reina Victoria del Reino Unido (1819-1901), también ha llegado hasta nosotros con una imagen tópica que Cristina Morató ha contribuido a matizar. Pese a su porte de "señora bulldog" en los retratos de su madurez, "fue una reina joven, guapetona y muy apasionada", recordó la escritora. "A su primer ministro le escribió que en su noche de bodas no pegó ojo y descubrió el amor" con su consorte Alberto, que tardó años en olvidar tras su prematura muerte, aunque luego se relacionó con un rudo sirviente escocés llamado John Brown, que "dormía en la alcoba contigua a la suya en el palacio de Buckingham". Pese a que en su vida íntima se divertía mucho, la moral victoriana ha pasado a la historia como sinónimo de puritanismo.