Desde que, en un "cierto día de finales de agosto de 1971, de cuya fecha exacta no consigo acordarme", Ignacio de Medina y Fernández de Córdoba visitó por primera vez el Pazo de Oca, el presidente vitalicio de la Fundación de la Casa que acumula el mayor número de títulos nobiliarios de España, no ha dejado de acudir puntualmente a su cita veraniega con la joya gallega de los Medinaceli: "Bueno -concede el duque de Segorbe-solo falté un año, el que precedió al de la muerte de mi madre, el 2012, porque ya entonces ella estaba muy enferma y yo no quería separarme de su lado".

Nadie con mayor conocimiento de causa que don Ignacio, así pues, para ejercer de guía no ya solo por los fastuosos jardines de este Versalles de Galicia, sino también, y ello sucede por vez primera, para abrir las puertas a un medio de comunicación y desplazarse por las estancias interiores del Palacio, cerradas para las visitas públicas, y expuestas en esta ocasión en exclusiva para los lectores de FARO DE VIGO. Se trata de un apasionante recorrido por el presente dotado del glorioso pasado que la Historia otorga a las interioridades ocultas de Oca y que complementa a la perfección el paseo previo por unos jardines únicos en el mundo.

Aquella visita primigenia también guarda una historia especial, la cual Ignacio de Medina no se recata en contar con su gracejo andaluz: "Nos reunimos, cada uno procedente de una ciudad distinta de España, mi madre con su hermana, mi padre y yo. Quedamos en primera instancia en Compostela y, desde allí, nos trasladamos a Oca. No teníamos pensado siquiera comer aquí, pero a la hora del almuerzo, la mujer que entonces se encargaba del mantenimiento de la casa, Carmiña Brey, por cierto, prima de la madre de Mariano Rajoy, nos citó: señores, la mesa está dispuesta. Entramos en el comedor y nos asombramos. Pese a que el pazo llevaba prácticamente 40 años cerrado, su estado de conservación era inmaculado, a tal punto semejaba como si hubiésemos estado allí todo el año".

Ignacio de Medina posa en los jardines del Pazo // Ricardo Grobas

El padre de don Ignacio, Rafael Medina y Vilallonga, quien además de alcalde de Sevilla era un sevillano de pro, tenía sus reticencias hacia Oca, "pero no porque le quisiese mal, sino porque temía que mi madre se aficionase mucho, demasiado, a Oca y le obligase a él a salir de su Sevilla querida más tiempo del que quisiese", explica su hijo menor. Los intentos del duque de mantener alejada a su esposa, Victoria Eugenia, resultaron vanos muy especialmente a partir de aquel mediodía del agosto de 1971: "Tanto le gustó esto a mi madre que, desde entonces, tuvo por norma acudir al menos una semana al año a Galicia...Y, claro, con ella siempre venía yo, y sin ella también". Y es que a don Ignacio le maravilló, tanto o más que a su progenitora, el Versalles gallego: "Tenía al menos un par razones para ello -justifica-. La primera, los jardines, pues yo creo que aquí fue donde surgió mi pasión por la jardinería. Y, la segunda, que todo el conjunto, jardines y edificio, ejercieron tal fascinación sobre mí que enseguida me dije a mí mismo: esto es bellísimo, sí, pero todavía queda mucho trabajo por hacer". Y, sí, desde hace 43 años, el hogaño Duque de Segorbe y Conde de Ribadavia se convirtió en el "jefe" y gestor de Oca, una labor en la que continúa y siempre con un objetivo muy claro marcado desde el principio: "Queremos que esta maravilla sea conocida y reconocida universalmente".

Los jardines del Pazo dejan instántaneas de una gran belleza // Ricardo Grobas

En el propio Pazo de Oca nació precisamente la idea de crear la actual Fundación Casa Ducal de Medinaceli, constituida en 1978, que es la encargada de conservar los monumentos patrimoniales de la familia, dispersos por toda España. Entre ellos, cuatro están abiertos a las visitas públicas: el propio Pazo de Oca, la Sacra Capilla de El Salvador (Ubeda, Jaén), el Hospital de San Juan Bautista (Tavera, Toledo) y la Casa Pilatos (Sevilla).

El destino fatal de los señores de Oca

No deja de ser curioso el destino común que comparten los originarios señores de Oca con la rama primigenia de los Medinaceli, la de la Casa de los de la Cerda: ambos perdieron sus respectivas disputas por el trono. De los Oca dice don Ignacio, apelando de nuevo a su sentido del humor, que "se equivocaron de bando". Y dice bien, pues en la guerra de sucesión de Enrique IV, Álvaro de Oca y su hijo Suero, partidarios de Juana La Beltraneja, aliados al Conde de Camiña, Pedro Álvarez de Sotomayor, perdieron la guerra frente a los de Isabel I de Castilla, representada en Galicia por el poderoso arzobispo de Santiago, Alonso de Fonseca. Y a fe que aquella derrota les resultó carísima: perdieron todas sus posesiones y cayeron en tal desgracia que desaparecieron del mapa de las familias aristocráticas del antiguo Reino de Galicia. Digamos que su sangre azul perdió su color.

No fue tan cruel el resultado de la disputa de los Medinaceli con la otra rama de la dinastía borgoña palatina. Eran efectivamente los de la Cerda los que representaban a quien estaba destinado a ser sucesor de Alfonso X El Sabio, su hijo mayor Fernando de la Cerda,nacido en Galicia y fallecido prematuramente aún en vida del monarca, pasando la corona a posar, en lugar de a la cabeza del nieto de El Sabio, en la del tío de éste, Sancho IV. "De aquella disputa deriva el hecho de que hoy en día sea rey de España Felipe VI, descendiente de la dinastía vencedora", apunta sin atisbos de acritud aparente el Duque de Segorbe.

En la documentación que maneja la Fundación Casa Ducal Medinaceli se lee, en referencia a Oca, que "aunque la tradición pretende que preexistía una antigua fortaleza desde el siglo XIII, los primeros vestigios materiales que aún hoy subsisten datan de mediados del siglo XV". Ello significa que el patrimonio actual de las dependencias del Pazo de Oca acumula, sumando las aportaciones de sus sucesivos propietarios en las diferentes épocas, un total aproximado de 600 años de la Historia de España.

Uno de los salones que guardan piezas únicas // Ricardo Grobas

La primitiva fortaleza de Oca, aquella que perdió Suero, se compondría, según las investigaciones de la Fundación Casa Ducal Medinaceli, "muy posiblemente de dos torres unidas por un cuerpo intermedio todo almenado. En tiempos de los Neira, que adquirieron el pazo en el último tercio del siglo XVI, se hicieron algunas transformaciones de las que asimismo todavía quedan claros testimonios". Tal sucede con las puertas enfrentadas del zagúan de entrada, coronadas por las armas de los Neira y los Luaces, a las que se suman, en otros rincones, las de Bermúdez de Castro y Mendoza.

Pero sería, no obstante, a partir del siglo XVIII y, sobre todo, en su primera mitad, cuando se intensificó la remodelación y ampliación del conjunto de Oca, tanto en lo que se refiere al edificio en sí, como a los jardines. En este proceso sería decisiva la figura de Andrés Gayoso, I marqués de San Miguel das Penas, y de su hijo Fernando. Fue Andrés Gayoso quien reedificó la vieja torre medieval y remodeló la fachada que da a la plaza y, para dejar constancia de su intervención, labró las armas de su Casa en una de las caras de la torre. Pero la obra más importante de este IV señor de Oca fue el diseño de los estanques, a los que Otero Pedrayo calificó de "dignos de una villa cardenalicia" que aún hoy, pese a numerosas transformaciones, siguen constituyendo el eje central en torno al cual se ordena el laberito espacial de los jardines. Este carácter axial deriva no solo de su ubicación física, sino del doble hecho de condensar en poco espacio todo el barroquismo arquitectónico y paisajístico del jardín y de simbolizar, por otra, la característica conciliación, propia de este jardín y en general de todos los jardines pacegos, de los principios estáticos más sofisticados con la utilidad original productiva que estos depósitos de agua tuvieron al menos desde finales del siglo XVI.

En el estanque bipolar detenemos nuestro paseo por los jardines y atendemos a la explicación del Duque de Segorbe, que en los útimos años ha dedicado gran parte de su trabajo a conservar y dignificar este espacio mágico, dividido en dos partes, cada una con un barco de piedra, uno de guerra y uno de pesca, y una figura, el señor de la sierpe, como intermediario entre los dos mundos: el del estanque de arriba, "el de las virtudes", y el de aguas turbulentas del de abajo, el de las vanidades del mundo": el Cielo y El Infierno, el Bien y Mal, la Tormenta y la Calma?.¿Acaso el Yin y el Yang, señor Duque?

-Por supuesto, también el Yin y el Yang, y la Noche y el Día, y la Oscuridad y la Luz, la vida misma.

Accedemos entonces al interior y, sin precaución, somos advertidos de la descolorida alfombra que estamos a punto de pisar: "la llamamos la alfombra de Carlos IV, porque fue él quien la regaló", informa el Duque. Y proseguimos...