Pontevedra dedicaba esta edición de la Feira Franca a la astronomía y los participantes en la fiesta estuvieron ayer muy pendientes del cielo. Pero no por el movimientos de los astros, sino por las nubes. La amenaza de la lluvia estuvo presente toda la jornada e incluso llegó a hacer acto de presencia en un par de ocasiones a lo largo del día, pero no como para afectar al desarrollo de esta celebración tan especial, una mezcla de recreación histórica, romería urbana y macrofiesta gastronómica.

Con todo, no habría chaparrón o tormenta que pudiera frenar la Feira Franca, declarada fiesta de interés turístico de Galicia el pasado año. Hace ya quince años que los pontevedreses decidieron recordar el esplendoroso pasado medieval de la ciudad, cuando la ciudad del Lérez era el burgo más populoso y boyante de Galicia. Lo hicieron volviendo a celebrar aquel mercado libre de impuestos que fue autorizado por el rey Enrique IV en el año de 1467. En estos quince años los pontevedreses no solo han hecho suya esta fiesta, sino que además la han querido compartir con miles de visitantes de poblaciones vecinas y de toda Galicia que cada año acuden a la ciudad del Lérez. La participación ciudadana es clave en el éxito de la fiesta. No fue una Feira Franca de récords, quizá por la amenaza de la lluvia, pero las calles de la ciudad volvieron a contar con un gran ambiente, con miles de personas vestidas de época y cientos de comidas organizadas por particulares y restaurantes.

Tras el espectáculo del viernes, cada vez más concurrido, la feria arrancó ayer, con la recreación de la llegada de los "arrieiros" que traen los toneles de vino desde tierras ourensanas. Guardas y alabarderos del antiguo coto de Xeve custodian el valioso cargamento de ribeiro que luego correrá a raudales en las tascas, fondas y banquetes de la zona antigua. El mercadillo medieval abrió sus puertas en la plaza de Santa María, mientras que A Ferrería volvía a acoger la muestra de oficios y los talleres de los artesanos. Los martillos volvieron a golpear los yunques al igual que en el siglo XV, rememorando aquellas forjas que dieron nombre a la plaza. Pero también se podía comprobar como trabajaban otros muchos artesanos de la época: canteiros, telleiros, redeiras, torneiros de gaitas, toneleros, tallistas... Como curiosidad, los asistentes pudieron observar como una "coroceira" confeccionaba una "coroza", es decir, una cubierta de paja que, a modo de chubasquero, protegía a los campesinos de la lluvia.

Montero Ríos volvía a convertirse en uno de los espacios preferidos por los más pequeños al acoger las demostraciones de tiro con arco, de cetrería o de esgrima, mientras que la plaza de España se convertía en un pequeño parque de atracciones medieval. En cada rincón del casco histórico había un puesto con empanadas o chorizos asados, con bebidas, dulces y postres, productos de artesanía.

A primera hora de la tarde la ciudad medieval se sienta a comer. Quien más y quien menos había consultado la previsión del tiempo y la mayoría de los puestos contaban con algún toldo para protegerse del líquido elemento por si el agua hacía acto de presencia. Y todo ello en medio de un ambiente festivo salpicado de dragones, malabaristas, trovadores.