-¿Usted en qué idioma piensa?

-No sabría decirle. Ahora creo que en castellano. O tal vez en inglés. Sí, para cosas del trabajo, en inglés. Para cosas más cotidianas, más de la vida, en castellano.

En realidad, Manuel Martínez Sánchez (León, 1942) suena a castellano y a inglés a la vez y de vez en cuando, seguramente sin darse cuenta, introduce un diminutivo, que descubre sus raíces, las que echó cuando era el hijo del policía y de la tendera, el chaval que iba para ajustador. Un día escuchó un bufido que le cambió la vida. El estruendo era el de un pequeño avión que manejaban unos chicos desde la playa. Y entonces ni se lo pensó. Y voló como un cohete: se metió en un curso de aeromodelismo, se fue a Madrid, quedó el primero de su promoción en Ingeniería Aeronáutica y de ahí viajó a Boston para aterrizar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Allí lleva 47 años y es catedrático y experto en propulsión espacial. También es padre de cuatro hijos, abuelo de seis nietos y un aficionado a la lectura y a la bicicleta. Su mujer, Teodora, le mira con complicidad durante toda la conversación.

-¿Qué recuerda de su infancia?

-La libertad. Andábamos como cabras por el barrio. No había ni reglas ni vigilancia. Los trabajos para la escuela nos los saltábamos. Yo trabajaba más con mis padres.

-¿Ya le gustaban los aviones?

-Hice aeromodelismo desde los 12 añinos a los 18. Fui tercero de España en competiciones de acrobacia aérea.

-¿Cómo le da a un niño de 12 años por hacer aeromodelismo?

-Éramos una familia humilde que no teníamos medios. Eso me abrió los ojos, algo tenía que hacer. Fue complicado, porque mis amigos a los 14 años dejaban de estudiar y se metían a hacer alguna cosa. Yo siempre pensé que mi meta era ser ajustador.

-Ahora es más normal soñar con ser piloto, por ejemplo.

-Algún día lo soñé, pero tuve problemas con la vista y supe que no era lo mío.

-¿Cómo llega uno de España al MIT?

-Con mucho esfuerzo. Me fui a Madrid, me alojé en el Colegio Mayor Diego de Covarrubias y cuando acabé la carrera me fui a Boston con una beca. Pensaba en estar uno o dos años y volver. Quería ser profesor en la Politécnica de Madrid. Y ya ve.

-Antes de ir se casó.

-No quería ir solo (risas). Cuando terminé la beca me vino un profesor y me dijo que hiciera el doctorado. Se supone que era un año. Fueron tres. Y luego llegaron los ascensos, los niños... Más de la mitad de mi vida, pero nunca dejé de ser español.

-¿Cómo es el MIT?

-Es una Universidad relativamente pequeña que tiene de todo.

-Con un nivel y un prestigio enormes.

-Eso es por la gente que está. Los alumnos tienen que pasar pruebas muy altas, el profesorado tiene un altísimo nivel. Hay un montón de premios Nobel. Un alumno inquieto puede pasarse una temporada de despacho en despacho hablando con premios Nobel.

-¿Por qué esto aquí no pasa?

-¿Por qué hay bares que siempre están llenos y otros que no? A lo mejor la calidad es la misma. Lo que pasa es que en uno como hay gente, va la gente. Allí pasa igual. Como allí están los buenos, pues los buenos quieren ir allí. ¿Y por qué están los buenos? Porque antes había otros buenos. Es así.

-¿Los estudiantes de Ingeniería españoles son buenos?

-Ahora sí. Tuve a dos estudiantes de doctorado hace poco que eran los mejores.

-¿En qué se diferencian de los alumnos americanos?

-La calidad es la misma,hay buenos aquí y allá. La principal diferencia tiene que ver con la actitud. La actitud del alumno americano es atrevida, a veces quizá por ignorancia, pero el atrevimiento vale mucho. Son valientes, se meten en berenjenales que, de entrada, no saben, pero de los que luego aprenden.

-¿Y la actitud del estudiante español?

-El español llega con una preparación superior, porque tiene más años de formación, pero es más reacio a meterse en cosas nuevas porque le dan miedo. Y le dan miedo porque se lo han metido. Aquí hay mucha cultura de que está todo hecho. Con cada cosa nueva, nosotros decimos: "Que si los alemanes ya lo tienen, que si esto los rusos lo han probado, que si los americanos lo saben"...

-Y, al final, no nos metemos.

-Y lo dejamos pasar. El alumno español no es tan atrevido como el americano porque piensa que todo está hecho. Y no puede ser así. No todo está hecho. Hay que pensar así porque es la manera de crear cosas nuevas. El estudiante americano llega queriendo hacer cosas nuevas y difíciles. Al principio hace aguas, pero luego cogen carrerilla.

-¿Un ingeniero aeronáutico tiene que irse de España para trabajar?

-No necesariamente, pero fuera adquiriría mayores conocimientos y estaría a la vanguardia. El sector aquí es pujante.

-¿Qué tiene que aprender la Universidad española de la americana?

-Aquí faltan centros intelectualmente elitistas, sitios que tengan pocos profesores, pocos estudiantes y que se dé una formación de máximo nivel. Pero, sinceramente, creo que aquí eso es imposible, porque cuando mencionas la palabra "élite" en seguida pensamos que es porque eres de la familia de tal o que tienes tanto dinero. Y no tiene que ver con eso. Este problema sociológico es difícil de cambiar. Quizá otros impedimentos para estos centros es el tamaño del país. Tal vez a nivel europeo se pudiesen plantear.

-¿Y qué puede aprovechar la Universidad americana de la española?

-La calidad humana. Aquí es muy alta.

-¿Allí no?

-En EE UU, la gente no sabe interaccionar socialmente como aquí. Hay pocos debates de calado. Yo cuando llegué a Boston lo primero que eché de menos fueron las discusiones. Aquí se habla de Dios, de política, de fútbol y de todo lo que haya que hablar. Sabes quién es quién y lo que piensa. En EE UU hay una serie de temas tabú:no puedes hablar de política, ni de religión... Al final sólo se debate de cosas básicas.

-¿La educación digital cambiará mucho las cosas?

-Tiene potencial para revolucionar completamente la Universidad, para abolirla. Pero es eso, potencial. Los cursos on line son muy interesantes y permiten, por ejemplo, recibir educación en tu propia casa.

-¿Pero estamos preparados para eso?

-Tiene que haber mecanismos de control. Para estudiantes y también para profesores. Como en cualquier trabajo.

-Usted se fue con beca. Y ahora las becas se han recortado.

-Si se prolonga esta situación, no sé cómo vamos a acabar.

-¿Cómo se ve desde allí la educación pública en España?

-Sé que ahora está peor y que hay compañeros sufriendo. Hasta hace unos años no estaba mal. Se estaban superando una serie de tabúes y se publicaba mucho más. Cuando yo llegué a EE UU a España no se le conocía en Ingeniería. Y ahora sí le conocen.

-Porque cada vez se marchan más talentos.

-Es imposible de frenar. Y menos en las condiciones actuales, que hay poco trabajo.

-Hablando de trabajo. Usted trabajó en la agencia espacial de la NASA.

-Sí, para ellos con distintos proyectos. Pero nunca trabajé allí.

-¿Cómo está ahora?

-En crisis, ya no es lo que era. En los años 50 o 60, la aeronáutica estaba en pleno despunte, se desarrollaban aviones nuevos, todo era novedoso. Ahora se fabrican aviones, pero se copian. En aquella época estaba la carrera con Rusia por mandar un hombre a la Luna porque era prestigio nacional. Se metió dinero, se metió esfuerzo. Se hicieron maravillas. Antes, los mejores de EE UU se pegaban por trabajar en la NASA.

-¿Y por qué ahora no?

-Ahora es como un Ministerio, es como ser funcionario. No hay la emoción de que vas allí a cambiar el mundo.

-¿Hasta qué punto influye en esto la reducción de la inversión espacial?

-La inversión es la misma que era entonces, pero en proporción a lo que es ahora la economía es mucho menos.

-¿Nos interesa menos el espacio?

-Sí. Las cosas que se hacen ahora ya no son novedosas y al gran público ya no le llaman tanto la atención. Y luego, si nos paramos a pensar, aquello que fue tan espectacular, en realidad, ¿para qué sirvió? Una vez hecho, está hecho, no tiene emoción.

-¿Pisar Marte no tiene emoción?

-Marte está muy lejos. Pisar Marte es cien veces más difícil que lo de la Luna. Siempre dicen que pisaremos Marte en treinta años. Cada vez actualizan el pronóstico con una treintena de años más. Últimamente ha salido algo que ya se sabía: que los astronautas se freirían en Marte. Hay una radiación muy dañina y que no se podría parar.

-Científicamente, ¿queda mucho por explorar?

-Eso es lo interesante, no la parte de los astronautas. A eso me refería. Los posibles planetas extraterrestres, por ejemplo. Ésa es una línea de investigación apasionante. La última evidencia que hay es que prácticamente todas las estrellas tienen un sistema solar, y dentro del sistema solar seguramente hay uno o dos planetas como la Tierra. Eso significa que hay trillones y trillones de planetas posiblemente habitables.

-¿Y cuándo los vamos a descubrir?

-Buff (risas). Si se descubren algún día, ni usted ni yo lo veremos.

-Usted es experto en propulsión espacial. Es lo que hace subir los cohetes.

-Subir y cambiarlos de órbita una vez en el espacio. En la Tierra es ese chorro fuerte que da una reacción y empuja al cohete. En el espacio no hay aire, de modo que hay que llevar a bordo combustible que luego se convierte en gas y ese gas se expulsa e impulsa el vehículo.

-Cada vehículo espacial, entonces, pesa mucho.

-Ése es uno de los obstáculos para el avance. El tamaño de un satélite puede ser de cinco toneladas. El cohete que lo lanza puede tener mil toneladas. De ésas, 990 son combustible.

-¿No hay manera de reducir todo eso?

-Teóricamente sí, pero en la práctica no. Hay una manera que es la de utilizar energía solar en vez de energía química. El problema es que el equipo que tienes que usar para convertir esa energía solar es muy pesado.

-¿Cuál es, entonces, el siguiente avance en materia de propulsión espacial?

-Tiene que venir la energía nuclear. Lo que pasa es que no le gusta a nadie. La energía nuclear está a mitad de camino entre la química y la solar. Tiene mucha energía y no es muy pesada. Podría resolver el problema, pero todos sabemos cuáles son las contrapartidas. Creo que la energía nuclear puede ser el futuro para despegar con menor masa. Echo mucho de menos que alguien en Europa, en Estados Unidos o en Rusia se atreviera de una vez a preparar un programa de energía nuclear serio. Creo que se podría hacer con seguridad.

-¿Qué ganaríamos?

-La exploración de Marte sería más fácil, porque podrías lanzar un cohete más pequeño que luego enlazara con otra nave que le llevaría a Marte. Con propulsión nuclear, como es poca masa, se puede llegar más fácil a Marte.

-¿A cuánta velocidad va un vehículo espacial?

-En órbita, lo que es alrededor de la Tierra, va a ocho kilómetros por segundo. Es lo mínimo para no caer. Si quieres escaparte a Marte tienes que ponerte a doce kilómetros por segundo. Y si quieres ya salir del sistema solar, lo mínimo es a treinta kilómetros por segundo.

-O lo que es lo mismo, Vigo-Pontevedra en un segundo.

-Son velocidades muy grandes, lo que pasa es que en el espacio las distancias son enormes.

-¿En cuántos despegues de cohetes estuvo usted?

-En uno solo, en realidad. Fue en Florida.

-¿Y cómo es?

-Espectacular. Te corta el habla. Ese día estábamos (mira para la mujer) a cinco kilómetros porque no te dejan acercarte más. Y de repente ves una columna gigante de fuego, notas que tiembla la tierra. Y ves que sube y sube y sube. Una columna de humo hasta el infinito.

-Se sigue despegando con cohetes. ¿No hay otra alternativa?

-Ahora se habla de unos cañones por unos raíles de cobre. Es algo electromagnético. Por ahí pasaría corriente y se lanzaría un cañón. El problema es que tendría que acelerar mucho en una distancia muy corta, de modo que lo que tengas allí lo aplastas.

-¿Se puede ir pensando en habitar planetas nuevos?

-Marte es un pedrusco seco y frío, no creo que se pueda aprovechar. La Luna, igual. En Venus te chamuscas. Yo creo que dentro del sistema solar no se puede pensar eso. Se podrían mandar, eso sí, grupos humanos. Aunque también creo que con el paso del tiempo no va a ser necesario tampoco mandar a gente, porque casi todo lo que puede hacer un humano lo hacen ya unas máquinas de forma automática con control remoto que mandan los datos, puedes verlo e incluso participar.

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