Genio y figura. Al instante de pulsar el timbre de esta casa en el Upper East Side de Manhattan, el anfitrión abre la puerta. Aquí está Gay Talese. Su estampa resulta literaria. Por su propia profesión -narrador de historias reales- y por su porte. Desciende de una estirpe dedicada a coser, sastres de profesión. Incluido su padre, Joseph, que emigró de Maida, en Calabria, y, previo pasó por París, desembarcó en Nueva York el 23 de Texto de Francesc Peirón diciembre de 1920. Tras una corta estancia en Ambler (Pensilvania), se instaló en Ocean City (Nueva Jersey). En esa ciudad de la costa atlántica nació Gay, americanización de Gaetano (por su abuelo), el 7 de febrero de 1932.

"Existe un tipo de trastorno mental leve que resulta endémico en la profesión de sastre", escribe Talese en ´Los hijos´ (´Unto the Sons´, 1992), libro que Alfaguara publica con traducción de Damià Alou y en el que el autor cuenta las tribulaciones de su familia y, por extensión, la diáspora migratoria. Desde los orígenes en el sur de Italia, cuando aún no era Italia, hasta que Gay ha cumplido los 11 años, punto que marca como el fin de su infancia. "Aunque nunca ha atraído la atención de los científicos, con lo que no se puede adjudicar un nombre oficial -dice Talese del mal del sastre-, mi padre la describió como una forma prolongada de melancolía que se presenta esporádicamente en ataques de mal humor; el resultado, sugería mi padre, de excesivas horas de un trabajo lento, exigente y microscópico que avanza puntada a puntada".

Su gesto causa la sensación en el intruso de seguir metido en el libro. Antonio Cristiani, su tío, se instaló en la capital francesa meses antes de la Primera Guerra Mundial, estuvo en las trincheras y forjó una marca costurera. "Es el personaje más interesante de mi relato, el mentor de mi padre", afirma. Sus dos primos, más o menos de su edad, continuaron el legado y son los creadores principales de su vestuario, que incluye entre 50 y 60 trajes. Como el que viste, que le confeccionaron a finales de los años setenta. "No está ni dentro ni fuera de la moda, es un diseño clásico e individual", aclara. La calidad perdura, subraya. Esta escena se produce cuando la conversación se encuentra más que avanzada. Atrás queda el prolegómeno. Ese momento de inicio, habitual cuando enfrente está Talese, catalogado como uno de los padres del nuevo periodismo. O, simplemente, periodista. Sin Twitter ni Facebook -sucumbió al e-mail porque cuenta que en The New Yorker no le aceptaban el envío de artículos en papel-, ejerce de lo que es, de reportero. ¿Y usted qué hace? En breve, responde, sacará un libro sobre constructores de puentes -es un oficio que pasa de padres a hijos, explica, ha trazado un árbol genealógico-; prepara otro sobre su matrimonio y algo más, de lo que no desea hablar, por si acaso.

¿Para qué tanto?

Mi tremenda curiosidad sigue funcionando. Aunque viva en la misma casa, con la misma mujer, con los mismos hábitos y disposiciones, todavía estoy interesado en la gente de afuera, esa gente que es diferente a mí y que, pese a disponer de una visión diferente, formamos parte de lo mismo.

Defina curiosidad€

Esta curiosidad es como una enfermedad. Es una enfermedad que no te mata, pero que, si la pierdes, te mueres. La necesitas. Es como una adicción a una droga buena que ha de tener cualquier periodista. Entre sus hábitos fi gura el levantarse a las seis de la mañana. Hay que sacar a los perros, dos terriers australianos que responden por Bricker (él) y Bronte (ella). Luego dedica un par de horas a la lectura de los diarios, de lo local a lo global, Siria, Ucrania, Rusia, China€

¿Qué piensa de...?

Pienso que si estuviera ahí, en Rusia, en China, explicaría las noticias de forma diferente.

¿Lo cree así?

Snowden está haciendo el trabajo que el periodismo no hace. Es el único buen periodista, encontró la noticia, descubrió los secretos de los mentirosos y los denunció. Este es el tipo, llámale whistleblower (denunciante, o literalmente, el que toca el silbato), filtrador, ladrón, terrorista, da lo mismo, pero él consigue sacar la verdad y hace que el presidente de Estados Unidos, la Administración americana, le acosen y le califiquen de mentiroso. El Gobierno estadounidense ha denunciado a cinco militares chinos por piratear secretos comerciales€ Afirmamos que los chinos invaden nuestro espacio y nosotros hacemos lo mismo. Snowden dio la prueba. Y ponemos a cinco chinos en el cartel de más buscados. Es ridículo. O esos magnates rusos que colocamos en la lista de malos chicos porque no nos gusta lo que está haciendo Putin. Como si fuera el director de una película, Washington elige que unos sean héroes y otros villanos, unos son militantes y otros ángeles de compasión. El periodismo no está haciendo un buen trabajo.

¿Demasiado cerca del poder?

Ahí está el problema. Hay demasiados periodistas en Washington. Reciben la información del gobierno, les tiran las migajas como a las palomas. Se debería cubrir desde la distancia, pulsar cómo afecta el gobierno en Iowa, en Colorado o en Texas.

¿Debe Snowden dejar Moscú y regresar?

¡Es una locura! Lo meterían en Guantánamo. No aceptamos la crítica. Hablamos de la libertad de expresión, de la democracia, señalamos con el dedo al que viola los derechos humanos, pero siempre que no se aplique a soldados estadounidenses. Nuestros soldados han cometido muchas atrocidades en Iraq, en Afganistán€ Gadafi era mejor que lo que hay ahora. Incluso Sadam Husein era mejor que lo de ahora. No tenemos problemas con los dictadores. Nuestro general en Egipto era Mubarak y ahora está en la cárcel. Nadie en el periodismo subraya esta hipocresía. Lo hizo Snowden.

¿Ha cambiado este oficio desde su época en ´The New York Times´?

Cuando era joven había reporteros valientes. Un nombre, Harrison Salisbury. Durante la guerra, insistían en que los vietnamitas cometían fechorías en el sur del país, pero nosotros no. Salisbury entró en el norte, por sus vías, porque no daban visados, y descubrió que los aviones estadounidenses bombardeaban hospitales de Hanói, matando a inocentes. Lo escribió en The New York Times. El gobierno contestó que era falso, que Salisbury era comunista. Pero escribió la verdad. Lo mismo podría decir de David Halberstam. Pero ya no hay Halberstam, en Iraq no hubo Salisbury.

El presidente Barack Obama ha jugado fuerte contra los filtradores€

La cárcel es un lugar honorable en el que estar, mejor que ganar el Pulitzer por las estupideces que se hacen en la actualidad. El periodista ha de tener coraje. No se supone que sea un trabajo fácil. Se supone que es peligroso. Para ganar dinero se va a la escuela de Derecho.

El país de la libertad de expresión€

Es una burla. Uno de los más grandes escritores en el mundo no puede acceder a la tierra de la libertad porque es amigo de Cuba. Al morir se le han dedicado grandes obituarios, pero en vida fue vilipendiado. Y nadie protesta. Protestamos por las Pussy Riot, que entraron en una iglesia ortodoxa e hicieron "ruido". Ve a la catedral de San Patricio o a la gran sinagoga del templo de Emanu-El, en la Quinta Avenida con la calle 66, y haz lo que hicieron ellas, a ver cómo responde el rabino o el cardenal.

Perdone, está muy crítico.

Cuanto más mayor me hago, peor me parece la situación. Cuando tenía 30 años, viajaba a Italia, a Francia, a cualquier lugar, y los estadounidenses éramos apreciados. Tenía la sensación de formar parte de un buen país. Hoy no lo siento. A América ya no se la mira con ese respeto. No me siento amenazado al viajar, pero me avergüenza. Esperaba que el presidente Obama lo cambiara.

A todo esto, aún no hemos hablado de su libro.

¡Oh!, no importa.

A su padre, el día que le rompió sus aviones de juguete€

Lo odié ese día y dudé de él durante años. Siempre fue de mentalidad fuerte. Como inmigrante has de tener una posición resistente. No era un hombre de humildad o de modestia. Era orgulloso y vestía como si fuera un diplomático en el Vaticano. Pero estaba determinado a expresarse por sí mismo.

Cuenta usted que hacía patrullas en Ocean City como estadounidense, vigilando que no llegaran los submarinos nazis, pero sufría por sus hermanos enrolados en el ejército enemigo de Estados Unidos.

Sí, sus hermanos eran "militantes". Escribir este libro me representó una experiencia de formación, me ayudó como periodista a plantearme que hay otros puntos de vista. Así que lo que estamos hablando sí que tiene que ver con mi libro. Represento ese otro punto. El periodismo se supone que ha de ser crítico, y yo estoy siendo crítico con los críticos. Al contrario que mi padre, el periodismo se ha empequeñecido ante el poder.

Usted ejerce la contra.

Aunque nací en Estados Unidos, en cierta manera me siento extranjero, tengo una manera de ver las cosas como un forastero. Tengo la actitud del hijo de un emigrante. Soy americano, pero he visto mucha de la hipocresía de Estados Unidos. Este es el libro de un forastero, y los periodistas se supone que han de ser forasteros. Han de ser militantes, traidores, tal vez terroristas en el sentido de que el ordenador ha de ser un serio adversario, no irrespetuoso, pero sí escéptico y descreído, del poder. El periodista no puede ser un cortesano, porque estos quieren viajar en el Air Force One o ir empotrados en el ejército. Ese no es el lugar en el que ha de estar el periodista. Ha de estar fuera del tanque. La burbuja de la entrevista se evapora en el momento que Bricker y Bronte empiezan a ladrar. Saben que es su hora. "El ojo del sastre -escribe Gay Talese en su libro- debe seguir la costura con precisión, pero el hilo de sus pensamientos es libre de desviarse en múltiples direcciones".