María Teresa Miras Portugal (Carballiño, 1948) mantiene un fuerte vínculo con su Galicia natal que la lleva incluso a plantar aquellas especies arbóreas que pueden facilitar en un futuro el retorno de fauna perdida como el urogallo. Casada con un matemático, madre de dos hijos, fue presidenta de la Real Academia de Farmacia, circunstancia insólita en estas instituciones del conocimiento. En el tramo final de su formación universitaria se orientó hacia la neurociencia, donde ha desarrollado una fructífera carrera como investigadora.

-Al margen de los recortes, ¿no hay un déficit de investigación en la Universidad, una carencia de siempre?

-Siempre hubo ese déficit. Eso depende de cómo se haga la selección del profesorado. Creo que si nos inclinamos por profesores con un componente investigador, la investigación irá hacia arriba, pero eso ha de compensarse con la docencia. La transmisión del conocimiento es crucial. Yo desconfío incluso de la capacidad investigadora de alguien que no sabe explicar bien lo que conoce. La Universidad no puede permitirse el lujo de tener a gente que no sepa entusiasmar a los alumnos, y más en estos tiempos tan duros. También es cierto que no todas las áreas de conocimiento son igual y es un error juzgar con los mismos parámetros áreas que son de producción científica y otras que son de creatividad. Hay que exigir una dedicación y una producción a cada uno en su área. Hay que saber seleccionar bien al profesorado. Alguien que haya trabajado bien en ciencia siempre puede ser un buen docente si se aplica, pero el que no haya hecho nada deductivo muy difícilmente será un docente con visión de futuro. En la Universidad la docencia es sagrada, el alumno es sagrado.

-Ahora domina la idea de que hay que adaptar la Universidad a las necesidades del mercado laboral.

-Siempre hubo licenciaturas que tenían una salida profesional bien definida, como Medicina, Farmacia, Veterinaria o el mismo Derecho, hasta que se masificó. Es bueno que uno sepa las salidas de que dispone. De entrada, las universidades tienen que tener en cuenta esas perspectivas de ocupación laborales de sus titulados, no se puede pensar sólo en la demanda que hay para acceder a una licenciatura. Quien escoge una Universidad tiene que saber de antemano la calidad de sus títulos y las posibilidades de futuro que le ofrecen. Es bueno que uno sepa qué salida profesional va a tener y que quien opte por algo que tiene una salida reducida no se llame a engaño sobre las posibilidades de dedicarse a eso que ha estudiado.

-Usted presidió la comisión de expertos encargada de hacer propuestas para la reforma de la Universidad. Un año después de terminado su trabajo, ¿en qué quedó todo ello?

-Fue una comisión muy enriquecedora, por la variedad de procedencias de los miembros. Constatamos que en materia de titulaciones España estaba en desventaja respecto a otros países de Europa. Por eso resultaba necesaria la armonización de Bolonia, pero aquí hemos complicado ese cambio y abordarlo en una época de crisis le ha restado efectividad. No se puede decir que los alumnos por aula han de ser 30 cuando yo tengo 127 y me veo obligada a adaptarme al programa de Bolonia con ese número. Alemania y Francia se han desmarcado de ese plan. A partir de eso, la Universidad tiene que moverse, no se puede quedar encogida. El futuro llega de forma inesperada y las reformas convendría hacerlas de forma sistemática y constante, sin embarcarnos cada cierto tiempo en un cambio de golpe.

-¿La Universidad es una institución demasiado rígida, como se le reprocha?

-Últimamente se ha vuelto muy rígida. Se necesita una forma de gobierno universitario más flexible, sin esos enormes claustros y en que la toma de decisiones se pudiera hacer en un entorno más reducido. Además hay que saber captar recursos y mantener las vinculaciones con los antiguos alumnos, algo que siempre aporta a la institución. Por ejemplo, creo que hay incentivar la entrada de alumnos, con matrículas más económicas, en áreas en las que sabemos que faltan titulados, como las Matemáticas. Hay un déficit de profesores de Matemáticas. Lo que hace falta es entusiasmar al alumno.

-¿Cómo es el paso de la Farmacia a la neurociencia?

-Estudié primero en Santiago y luego en Madrid. Al acabar la carrera me fui a hacer la tesis al Centro de Neuroquímica de Estrasburgo y esa especialidad me apasionó desde el primer momento. En esa área hay cantidad de investigación básica y yo me quedé en la secreción y síntesis de catecolaminas, las moléculas esenciales en el comportamiento agresivo o emotivo. Descubrí nuevos compuestos en la vesículas de secreción, neurotransmisores de la familia de nucleótidos. El ATP, la moneda energética de la célula, se reveló también como un neurotransmisor de pleno derecho. Como era tan corriente, fue una de las últimas investigaciones que se abordó y ello pese a que cuanto más corriente, más difícil. Nosotros estamos hechos de los átomos más comunes que hay sobre la superficie de la tierra.

-¿Es entonces de las que conduce el comportamiento humano a una interacción de elementos químicos?

-Creo bastante en la química y en las predicciones, pero esos elementos están dentro de las células, con una arquitectura determinada. Los elementos de nuestro cerebro son los mismos que el de la mosca, pero las diferencias son como las que hay entre una modesta capilla y una catedral gótica, aunque estén hechas con la misma piedra.

-¿Vivimos una explosión de las neurociencias?

-Siempre hemos estado en ello. Antes nos aproximábamos al cerebro y al pensamiento con la filosofía, con el "conócete a ti mismo" y similares. El desarrollo real llega cuando se empiezan a analizar componentes, cuando se extraía el cerebro y se empezó a comprobar que guardábamos un patrón común con el resto de los mamíferos. Nuestra singularidad consiste en las circunvoluciones cerebrales, en el enorme córtex frontal que permite que algunos vivamos de pensar, algo imposible en otras especies. Cuando transmites conocimiento o investigas estás viviendo del córtex frontal, la parte más desarrollada del cerebro en lo que se refiere a asociación de ideas y pensamiento. Pero todo eso tiene que partir de la información que nos aportan los sentidos. Ahora las técnicas de investigación han dado un gran salto que permite entrar en el cerebro de un modo no invasivo, sin destruir, a diferencia de otras épocas en las que sólo accedíamos después del fallecimiento de la persona. Hoy en día conocemos muy bien las áreas funcionales, especialmente las relacionadas con problemas visuales y lingüísticos.

-¿Y no hay un exceso de confianza en esos avances cuando se habla ya, por ejemplo, de "neuroeducación", de adaptar las pautas educativas a la neurociencia?

-El cerebro siempre se ha modificado con la educación, incluso a través de formas de enseñar que consideramos antiguas. Por ejemplo, repetir los poemas forma los patrones de entrada de las frases bien hechas. Cada día estamos más convencidos de la importancia de educar el cerebro desde el principio, de que a edades tempranas hay que ejercitar las formas de acumular información y acceder a ella. Otro tanto ocurre con los sonidos. En español tenemos una fonética pobre, pero en Holanda las variedades vocales son mucho mayores aunque muy difíciles de apreciar para quien no las haya captado antes de los 3 años. Nuestras neuronas en el oído interno desaparecen y mueren al efecto de percibir determinados sonidos si no son estimuladas en el momento adecuado. Educar el cerebro se ha venido haciendo desde siempre. Ahora que sabemos más habrá que emplear eso para que cada vez se haga mejor. El aprendizaje no es algo tan racional como pensamos es muy superior en calidad cuando va ligado a algo emocional, cuando lo