Las mujeres tienden a hablar de los hombres con desdén, calificándolos de simples, cuando son los maestros de la conspiración y la astucia. Los libros de historia nos cuentan sus grandes campañas y conquistas, maniobras que derrocaron regímenes o provocaron genocidios. Conspiranoicos que vemos a diario en los debates políticos, detrás de las guerras, al timón de grandes empresas. Defendiendo sus bulos y sus verdades.

Las mujeres suelen acusar a los hombres de insensibles, cuando los mejores poemarios y novelas de amor que se han escrito en la historia de la literatura Universal están firmados por hombres capaces de hacernos bracear en ese mar nocturno y profundo que es la pasión humana.

Las mujeres consideran que los hombres no profundizan, cuando son los grandes estudiosos del desarrollo histórico de la Humanidad, prolíficos en la producción de ensayos científicos o de pensamiento moderno en cualquier rama del saber, y las contribuciones originales hechas por hombres sobre cualquier disciplina suman cada año algunos miles.

Las mujeres dicen que los hombres carecen de imaginación, cuando el pensamiento mágico es invención de ellos: las leyendas, las religiones, los cuentos infantiles y toda la mitología universal.

Las mujeres acusan a los hombres de cobardes, cuando por fidelidad a un sueño han seguido en dirección contraria a los dogmas y se han enfrentado a las dictaduras, sufriendo en la mayoría de los casos la prisión, la tortura, la hoguera o la guillotina.

Las mujeres creen que los hombres son egoístas cuando en los países en conflicto casi el 100% de los periodistas asesinados son hombres. Hombres que a diario nos abren las esclusas del mundo para denunciar la verdad de las guerras, mostrándonos el estadío de desolación de las víctimas, empujados por una fe incasable en un futuro más justo.

Las mujeres acusan a los hombres de ser menos románticos, cuando por ellos podemos caminar por la letra de un tango o un fado como ciegos palpando los bordes de la desilusión. Cuando la pintura, la ópera y el cine firmado por ellos versa sobre el amor con fruición, con voracidad, con desesperación. Artistas que muchas veces vuelcan con una obsesión inusitada la representación de su amada.

Las mujeres piensan que los hombres no se paran en los detalles, cuando son ellos los que nos han explicado la naturaleza de la materia y sus transformaciones, son los grandes naturalistas de la historia, los alquimistas de ayer, y las teorías revolucionarias de la ciencia están basadas en sus observaciones minuciosas de porciones del Universo, explorando el espacio o estudiando las profundidades del océano.

Las mujeres repiten una y otra vez que los hombres son menos inteligentes, cuando inventaron la brújula, la anestesia, la vacuna, el motor eléctrico, nos han cartografiado el mapa genético humano, y nos han construido puentes, hospitales y ciudades enteras llenas de confort.

Los hombres han luchado con su vida para que las mujeres hoy tengamos los mismos derechos y oportunidades que ellos, en un tiempo incluso en que hacerlo suponía el ostracismo o la muerte, pues los brazos de un hombre siempre han sido nuestro mejor abrigo contra el aguacero.

Cuando en una reunión de mujeres alguna cuenta un episodio amoroso todas vociferan a un tiempo “ese tío es un cabrón”. Como si la cultura del tiro en la sien se hubiese instalado en la saliva de todas. Pero yo recibo esos juicios como un rodillazo en el vientre, porque los niños junto a los que crecí me contagiaron su insaciable apetito por saber, el rigor en los juicios y el valor de la libertad. A mis amigos hombres les debo el rescate de las violentas aguas en las que he naufragado una y otra vez en nombre del amor. A mis compañeros de trabajo el apoyo incondicional ante alguna jefa machista y despiadada. A los hombres a los que amé su firme lealtad. Y a mi padre, los bastiones que aún me protegen del mundo.

Qué le pasa a las mujeres es algo que mi razón no alcanza a comprender, pues yo soy mujer y se lo debo todo a los hombres. Incluso a ese único hombre que oscureció mis días, le debo mi capacidad para hoy detectar el mal a vista de pájaro. A los hombres les debo todo, y así será hasta el último soplo de mi existencia.