El maestro Rafael Frühbeck de Burgos falleció ayer en Pamplona a los 80 años a causa de un proceso canceroso que había obligado a su hospitalización. El director había tenido una actividad incansable hasta el pasado 15 de marzo, cuando sufrió un vahído mientras dirigía a la Sinfónica de Washington. Frühbeck empezó a mostrar signos de cansancio a las dos horas de dirigir y cuando faltaban diez minutos para que concluyera "Pini di Roma", de Respighi. Se apoyaba cada vez más en la barandilla del podio y pareció que se iba a caer, aunque consiguió recuperarse y concluir, ya sentado, la pieza, y luego levantarse para recibir la ovación del público.

Rafael Frühbeck de Burgos gozó de la misma fama que coetáneos como Maazel, Abbado o Mehta, gracias a una carrera internacional de excelente arquitectura, rigor y "chispa", defendida con tanto tesón como "la marca" España, que "predicó" cuando el país no era musicalmente más que una entelequia.

De verbo brillante y fuerte carácter, el director que más veces se ha puesto al frente de la Orquesta Nacional de España (ONE), en torno a 500, presumía de nacionalidad y contaba complacido el porqué de su apellido, a la vez que aprovechaba la circunstancia para hacer una defensa cerrada del potencial del talento musical español, con el que años de "dejadez educativa" no habían conseguido "acabar".

Se añadió el "de Burgos" porque al "comisario político" de los años 50 le parecía "muy extranjero y casi sospechoso" lo de "Frühbeck Frühbeck", aunque él hubiera nacido en la ciudad castellana, en la que su padre, un óptico, se había establecido "maravillado" por su clima y a la que llevó a vivir a la que entonces era su novia, además de prima segunda.

Frühbeck, con 110 conciertos de media al año, había conseguido superar la "edad fatídica" para los directores de los "cuarenta y tantos" -"se mueren muchos de infarto", decía-, y gozó desde los 60 de "una nueva juventud" y muchas glorias profesionales, aunque pensaba que "lo bueno" estaba por venir, porque la música, argumentaba, es "eterna e inacabable".

Este Marco Polo del 33, con giras de 30.000 kilómetros en un mes y siempre cargado de kilos de partituras, era un prodigio de "impulso vital", al que no cansaban los viajes sino los aviones y que aguantaba conciertos larguísimos sin dar nunca muestras de agotamiento...

Al regresar a España después del vahído en el concierto se puso en manos de su hija y su hijo, ambos médicos, que determinaron su ingreso en la Clínica Universitaria de Navarra. Allí estuvo desde el 13 de abril, y el 4 de junio su familia anunciaba que se retiraba "a causa del proceso canceroso" que padecía.

Temprano intérprete de Haydn y Mozart y entregado a "sus" clásicos, de Beethoven a Bach, de Korsakov a Ravel, pasando por Albéniz y Turina, que también orquestó, aquella noche en Wasghington interpretó piezas de Debussy y Rachmaninoff con el plato fuerte de "El fuego brujo", de Falla, una de sus temas más repetidos.