En nuestro país no está muy extendida la costumbre de producir películas con animal protagonista. A poco que exploremos la filmografía estadounidense, aparecen ejemplos múltiples: la mula "Francis", el perro "Beethoven" y la orca "Willy" son solo unas de las pocas muestras de cintas producidas con un objetivo industrial y con ganas de llenar los cines de familias felices que consuman entradas (y palomitas y bebidas y merchandising y? y? y...). Existe un truco: detrás de estas producciones hay una industria y por eso son siempre reseñables en estos artefactos su forma de manejar la publicidad o sus secuelas, tan perfectamente rentabilizadas por los grandes estudios.

En cambio, detrás de Pancho, el perro millonario no hay una industria. Este largometraje es, más bien, el intento de un grupo mediático de capitalizar el éxito de un perro que aparece en diversos anuncios de loterías. En medio de una trama principal de enfrentamientos de "slapstick", con esos Secun de la Rosa y Alex O'Dogherty mimetizando a Joe Pesci y Daniel Stern en "Solo en casa", el perro "Pancho" se mueve a sus anchas. Pero no solo eso basta para sostener una película: también se hace necesaria una historia de amor, una historia de preadolescente perdido y una historia de superación del can al más puro estilo de "Babe, el cerdito valiente".

Como se puede observar, el debe a títulos estadounidenses es máximo y el director Tom Fernández se deja llevar por ese libro de estilo. Como mandan los cánones del sub-subgénero, "Pancho, el perro millonario" solo es consumible si se lleva a los chiquillos de la casa al cine.