Los hasta ahora escasos pero todos ellos fallidos intentos de dar una oportunidad a las malas de los cuentos de contar su versión y los problemas de producción (a los mandamases Disney no les gustó el comienzo y se volvió a rodar meses después), así como la negativa de los estudios a enseñar el resultado antes de su estreno en salas hacían temerse lo peor respecto a "Maléfica".

Algo así como un desastre admitido por sus propios promotores, que temían que el pastón invertido se fuera por el sumidero. Pero, una vez olvidados los malos presagios y metidos en lo que pasa en la pantalla, hay que reconocer que "Maléfica", sin ser un peliculón que pase a la historia del cine, funciona como espectáculo bien engrasado, moderadamente travieso en sus planteamientos revisionistas y con dos puntos a su favor que la hacen en cierto modo encantadora. Primero, un abultado pero imaginativo despliegue de efectos especiales que buscan más la creación de atmósferas mágicas que asombrar al respetable con fuegos artificiales de quita y pon. Y segundo, la presencia de una de las pocas actrices capaces hoy día de salir en pantalla con semejantes atuendos y no sólo ser convincente sino desprender un aura de morbosa sensualidad que seguramente daría un pasmo al viejo Walt si levantara la cabeza. Aunque al director se le note a veces más preocupado por recrearse en los decorados que por hacer intensa la trama y en algunos instantes el exceso acabe por resultar un poco agobiante, Maléfica, beneficiada por un metraje de lo más mesurado, es un divertimento de lo más aconsejable, que hace con la villana de "La bella durmiente" lo mismo (pero mejor) que Lucas con su Darth Vader: mostrarla cuando era un ser luminoso y de sentimientos puros, sin envenenar.