Paul Daniel abrió, hace tiempo, una noche de clásica con Arvo Pärt. Un gesto casi atrevido pero muy sabio, que demuestra el buen gusto del director. Ayer la velada fue más clásica pero igualmente sabia, por los matices pariculares de las dos obras elegidas.

Strauss es una de las figuras claves del siglo XX, a él debemos una música apegadísima aún al clasicismo. Respeta la tonalidad, el rigor, la forma cuidada, la medida. Canaliza en su música su respeto por los clásicos. Pero al mismo tiempo es un autor de su presente, el cambio de siglo (XIX a XX, se entiende), por lo que su música es un desfile de curiosidades aún hoy chocantes.

Choque es una palabra nada ociosa. Chocan, colisionan en su música sonoridades diversas, imitativas a menudo, y chocan distintos temas en lo que algún autor ha tenido a bien bautizar como politematismo. Pero jamás abandona Strauss el orden. Buen ejemplo es el "Concierto para trompa núm. 2 en mi bemol mayor, Trv 283". Se trata de una obra de su última etapa, la post bélica, en la que retorna Strauss al género concertante, que no había cultivado desde su juventud. Y curiosamente con esta obra reverdece un ímpetu diríamos joven, sobreponiéndose al abatimiento que supone para el compositor la Segunda Guerra Mundial. La dirección de Paul Daniel y la interpretación de la trompa a cargo de Erik Terwilliger supieron captar el sabor mozartiano, su regusto melódico y sencillo, que nunca simple.

Luego sería turno para la "Sinfonía núm. 4 en sol mayor" de Gustav Mahler. El músico al que la música lo escogía a él, y no al revés. El peso trágico del alma atormentada y contemporánea. Mahler tuvo una vida de angustia (incluida la pérdida de hijos) y en sus sinfonías parece plantearse el desentrañamiento de la vida misma. Entender la totalidad para encontrar su fuerza. En el caso de la cuarta, es también su primera sinfonía tras abrazar el catolicismo, y al tiempo se baña de la temprana muerte de uno de sus hijos. Breve y sencilla, con un tercer movimiento lento de inspiradísima factura, que se continúa con un cuarto movimiento que vuelve a mirar a lo infante con agridulce sentimiento. Una obra que bordó la orquesta santiaguesa.