Hay irrupciones que ponen la pantalla a hervir. Cameron Díaz en La máscara. Lauren Bacall en Tener o no tener. Kathleen Turner en Fuego en el cuerpo. Michelle Pfeiffer en Lady Halcón. Y, ahora que la televisión ha dejado de ser la hermana pequeña del cine y demuestra muchas veces quién manda creativamente hablando, ha ocurrido lo mismo con Emilia Clarke en Juego de tronos, la serie reinante a la espera de que lleguen las corbatas con hielo y los malos humos almidonados de Mad men.

Ocurrió ya en su primera aparición en la gloriosa temporada con la que abrió la serie. El aspecto inocente, frágil y atemorizado de aquella desconocida actriz con peluca de rubia platino (es morena) que encarnaba a uno de los personajes más y mejor desarrollados (y con más probabilidades de seguir con vida, ajeno a los arranques de matarife que le dan al escritor George R.R. Martin), contrastaba de golpe y hachazo con las peripecias a cual más brutales que le deparaba la trama, incesto y humillación incluidas. Emilia tenía un papelón entre planos y no defraudó: con su 1,57 de estatura fue capaz de plantar cara a su sanguinario marido y enamorarlo, y enamorarse. Verse entre la espada y la pared. Y sobrevivir. Engendrar dragones y dar a luz entre fuego y cenizas. Pasó de ser una mujer esclavizada y humillada y ofendida a convertirse en una líder enérgica, segura de sí misma y convencida de su destino para cambiar el curso del tiempo. Al tiempo que sus muy comentados desnudos se iban reduciendo, Emilia hacía crecer su personaje a pesar de que la serie no le daba la cancha que merecía. La cuarta temporada da señales después de su primer episodio de que tendremos más de Emilia Clarke, esta nueva estrella que hace un par de meses fue elegida por una revista como la mujer más deseada del planeta por delante de Jennifer Lawrence, Beyoncé, Kate Moss o Scarlett Johanson. Un despegue fulgurante para alguien que muy pronto sintió la pasión por la interpretación. Su padre es un ingeniero de sonido de teatro y Emilia, con tres añinos, se convirtió en asidua espectadora del espectáculo musical "Show boat".

Nacida en Londres en 1987, el rostro de "Daenerys Targaryen" ya tiene en el horizonte su salto al cine, y no parece una elección equivocada si lo que busca es un hueco en el cine de acción con miras taquilleras: será "Sarah Connor" en el nuevo "Terminator". Pero sus miras no son tan cortas: el año pasado encarnó a la "Holly Golightly" creada por Truman Capote en una versión de "Desayuno con diamantes" para Broadway.

A medida que su presencia se ha hecho más poderosa e influyente los guionistas se lo piensan dos veces antes de escribirle escenas de desnudos. No como al principio. Cuando se presentó a la prueba para el papel, un año después de terminar su estancia en la escuela de arte dramático, un productor le avanzó que... bueno, ya sabes, quizás habrá que quitarse la ropa. Poca cosa. Vale, algo asumible para una actriz en los tiempos que corren. Pero cuando le dieron el guión final, la poca cosa había crecido, y mucho. Así que su principal problema pasó a ser cómo preparar a sus padres para ver cómo su hija lucía su cuerpo en situaciones bastante explícitas.

A sus padres no les sentó mal pero uno de sus tíos le espetó, escandalizado: "¡No me dijiste que ibas a estar desnuda durante tanto tiempo!" . Algo especialmente desagradable fue comerse el corazón de un caballo. Real. No necesitó interpretar: tras el "festín", vomitó en un cubo del asco que le dio. Por cierto: Clarke no fue la primera candidata para el papel. De hecho, lo "heredó" de Tamzin Merchant, que llegó a ser anunciada por la HBO como la elegida e incluso participó en el episodio piloto, siendo sus escenas nuevamente rodadas por Emilia. Las razones del cambio son un misterio.

En 2013 se rumoreó que que había sufrido un aneurisma cerebral del que se recuperó satisfactoriamente, pero ni ella ni su entorno confirmaron o desmintieron la preocupante noticia.