Con "Las tres bodas de Manolita" (Tusquets) alcanza el ecuador de sus galdosianos "Episodios de una guerra interminable". La novela le ha llevado a liderar, otra vez, las listas de ventas. "Soy una vendida", bromea entre pañuelos y medicinas contra la congestión, producto de un catarro que no ha frenado su actividad con la promoción de la novela.

-Lleva casi diez años apartada literariamente de la actualidad?

-Desde 2007, porque la trama principal de "Un corazón helado" se desarrollaba en el siglo XXI.

-Y lo que le queda, hasta completar sus "Episodios" ¿No le pide el cuerpo un cambio de registro o siente que cumple con una misión histórica?

-Tengo oportunidades de escribir sobre la actualidad en columnas y artículos, que son como cuentecitos. No me lo planteo como un sacerdocio o una misión, porque soy una escritora del siglo XX...

-¿No querrá decir del XXI?

-Del XX. Lo digo porque no tengo contratos firmados ni nada, así que si me apetece escribir una ficción más contemporánea, lo haré.

-En la novela transita un cura de Valencia que se forraba rebajando las penas de los presos. ¿Llevamos la corrupción en nuestro ADN político?

-Heriberto Quiñones salió de la cárcel por ese personaje. Es verdad que la novela está atravesada por la corrupción, pero la de los años 40 tiene poco que ver con la de ahora. Entonces no era más inmoral, pero sí más siniestra: era hacer negocio con los vencidos, con la desesperación de la gente.

-Que las guerras no son solo de armas lo demuestran esos comunistas tan felices con sus dos multicopistas en 1940, ¿no?

-Sí. Toda la trama relacionada con la clandestinidad gira alrededor de esas multicopistas que, efectivamente, el PCE logró meter en España en 1940 y que, efectivamente, la policía incautó en 1942 sin que nadie hubiera sido capaz de ponerlas en marcha. Es una chapuza tan encantadora y española...

-No se le ha visto glorificar la santa Transición estos días. A ver si la multan...

-A estas alturas? Acepto que la Transición fue el proceso que una generación creyó honestamente que tenía que hacer, pero el problema es que transición, como su nombre indica, es un camino entre dos puntos y aquí se ha convertido en un régimen permanente. No somos conscientes de que 2014 será Transición todavía en los libros de texto del futuro, porque no ha habido ningún cambio de régimen ni de ninguna clase. Y dicho esto, creo que dentro de 50 años Adolfo Suárez es el único personaje al que los manuales de Historia tratarán mejor que los periódicos de 1975.

-¿No ha sido por necrofilia hispánica lo vivido estos días?

-Lo malo es que es un viaje sin vuelta, pero en este país conviene morirse para que te quieran. Es triste, pero es así.

-Ayúdeme con la ecuación: el realismo es conservador, se dice, y usted es declaradamente de izquierdas; entonces, ¿no es moderna?

-La modernidad se ha quedado muy antigua. Ahora estamos en la posmodernidad y la recuperación de los géneros narrativos clásicos forma parte de ella. La experimentación se ha desplazado de la forma al argumento y tiene que ver con mezclar materiales y géneros distintos, ficción y no ficción. Y en eso, soy muy moderna.

-También está la primera en las listas de ventas.

-No quiero ni pensar en eso, me pone muy nerviosa. Como dice Mendicutti, soy una vendida.

-¿Le doy la enhorabuena o no le suena bien ser "best seller"?

-Tengo 53 años y ni se imagina la cantidad de cosas que me dan igual de las que me quitaban el sueño hace veinte. Sé que existo y existiré por los libros que he escrito y, si vendo, me alegro. ¿Que me llaman best seller? No creo que un librero o un lector meta las cosas en un mismo saco.

-Bueno, los "best sellers" cuentan historias, como sus libros?

-Sí, sí, ese es un rasgo de la posmodernidad: contar historias. Para ser novelista has de ser un buen trilero, has de ser capaz de engañar al lector.

-¿Un ejemplo?

-Ken Follett es un trilero sobrenaturalmente bueno.

-Tras su inmersión en la guerra civil y sus consecuencias, ¿ha cambiado su opinión sobre los protagonistas principales?

-Y tanto. Sobre todo, me he hecho mucho más tolerante y flexible, y me enternezco con mucha más facilidad a medida que voy entendiendo cómo fue de complicada la vida de esa gente. España está llena de gente que cree que lo sabe todo. Eso hace posible que se hayan perpetuado deformaciones históricas que la gente como Rouco Varela repite. La guerra civil fue un golpe de unos generales que fracasó. Y convertir a las víctimas en culpables es algo específicamente asqueroso del pensamiento español.

-Bueno, Rouco ya se va...

-Sí, no voy a decir a dónde.