En la Edad Media y especialmente a lo largo del siglo XII, los tres grandes centros de la cristiandad formaban un eje simétrico cuyos extremos occidental y oriental eran Compostela y Jerusalén, mientras que su centro geométrico y jerárquico se situaba en Roma. Los dos primeros por aquel entonces se encontraban en zonas de conflicto con los infieles, lo que les hacía peculiares frente a Roma. Eso motivó que reforzasen las relaciones entre si hasta el punto de establecer una "confraternitas", según nos recuerda el profesor de la Universidad del Ruhr, en Bochum, Nikolas Jaspert.

Todo ello favoreció que la participación de gallegos en las peregrinaciones a Tierra Santa fuese considerable. A ello hay que añadir otra circunstancia: los gallegos no podían peregrinar a Compostela por razones de obvia proximidad. Por eso tuvieron que procurar las indulgencias en otros lugares como la lejana pero atrayente Jerusalén, Roma o Rocamador (por un documento de Monfero, datado en 1238, conocemos que hasta allí viajó doña Guntrode Suárez, hija de don Sueiro Suárez y de doña Loba de San Xurxo).

Tras los primeros viajes de Egeria, Paulo Orosio e Idacio, entre los siglos IV y V, hubo que esperar a la llamada de la Primera Cruzada en 1096, convocada en el Concilio de Clermont un año antes, con participación de obispos de Galicia.

Tal vez porque el establecimiento de la frontera cristiana en el río Tajo tras la conquista de Toledo en 1085 auguraba un período de tregua contra los almorávides, lo cierto es que la respuesta de clérigos y caballeros gallegos y leoneses a esa cruzada fue tan numerosa que los papas Urbano II y Pascual II tuvieron que prohibir que participasen para así no desatender la resistencia contra el Islam en la península Ibérica, según nos cuenta la Historia Compostellana.

En las siguientes expediciones hacia Tierra Santa que partieron desde el noroeste de Europa, especialmente desde Inglaterra, los puertos de Galicia de (la vieja Gallaecia) fueron lugar de parada de las naves cruzadas. La conquista cristiana de Jerusalén en 1120 animó la formación de órdenes militares y la movilización -esta vez sí- de caballeros gallegos como cruzados. Conocemos los nombres de alguno de ellos y de los que les siguieron años después: el noble Bernardo, presente en Jaifa en 1102; los canónigos Pedro Anáyez y Pedro Díaz que viajaron en 1118; Rodrigo Velaz de Sarria (cuyo nieto fundó la Orden de Monte Gaudio), Pedro Infanzón y Fernando Pérez de Traba, cuyo hermano Rodrigo estaba en 1138 en Jerusalén con diversos "amici et compatriote": Arissa Varich (de Ribas de Miño), Johan Arias, el abad Roi, Johanes Tirant (hermano del obispo de Tui), un posible Nuño Raña (el Nunuranna de la Limia), Helvitu Saniz (de Santiago) o el templario Pedro Hispanense. Otros formularon donaciones sin que tengamos la certeza de que viajaran, como bien ha estudiado el profesor J. I. Fernández de Vieites. Con todo, el profesor Carlos A. González Paz se preguntaba recientemente cuántos palmeros gallegos cumplieron la promesa de ir a Tierra Santa y en este sentido señalaba la excepcionalidad del caballero Pedro Arias, que testó en Toxosoutos en 1172, antes de partir a Tierra Santa, y lo hizo de nuevo -también a favor de este monasterio- después de su regreso en 1206. Sin olvidar las donaciones que, entre otras muchas, doña Urraca Fernández -hija del conde Fernando Pérez de Traba- hizo en su testamento redactado en Sobrado a favor de los caballeros del Hospital, del Temple, del Santo Sepulcro y de Santiago ("frayres de Spatis").

Con todo, podemos sospechar con mucha certeza que desde el siglo XIII las menciones a hacer el viaje no pasarían de argumento retórico tanto porque disminuyó el empuje hacia las cruzadas -señala Jonathan Riley-Smith en su breve pero magnífico estudio- como porque estas ya no siguieron la ruta atlántica sino que zarparon de puertos mediterráneos. La población de las ciudades había aumentado y participar en una cruzada era una manera de obtener indulgencias pero pocos querían jugarse el pellejo. La aprobación de ganarlas mediante colaboración económica llevó a una masiva movilización de candidatos y a que la Iglesia tuviese que prohibir la participación de mujeres solas, de viejos, de pobres y de enfermos.

Enviar a otros

A cambio, desde el papado de Alejandro III se ofreció la posibilidad de ganar las (cada vez mayores) indulgencias que daba la condición de cruzado si se hacía bajo las figuras de la sustitución (enviar a alguien en lugar del cruzado), la redención (pagar el coste de la participación y no ir) o la conmutación (hacer otro acto penitencial). Entre otros casos de sustitución sabemos el del canónigo tudense citado por el profesor Ermelindo Portela, que destinó una parte de sus bienes a quien fuese por el a tierras de Ultramar; un caso no muy distinto al de la riojana doña Toda Martínez, quien en 1356 firmó: "[...] por mi ánima y el ánima de Pero Martínez mi marido que envíen un romero a pie a mi costa y misión a la casa santa de Jerusalén [...]", documento que dio a la imprenta el marino e historiador Martín Fernández de Navarrete hace casi doscientos años.

Sin embargo, hubo una mujer gallega que obtuvo fama por su participación en una cruzada: la soldadera María Pérez "Balteira", nacida en tierras de Betanzos y presente en Toledo y Sevilla a mediados del siglo XIII. Y por ese tema fue objeto de diversas sátiras por parte de trovadores y segreles coetáneos, burlas que fueron recogidas en los cancioneros apócrifos italianos que conservan las bibliotecas Nacional de Lisboa y Vaticana. El más explícito, sin duda, fue Pero da Ponte, quien en la cantiga de escarnio "María Pérez, a nossa cruzada" le censuraba que a causa de su vida disoluta, fuese perdiendo los perdones que llevaba guardados en su maleta. Tal condición de cruzada la tenemos confirmada por un documento que María Pérez firmó en 1257 con el monasterio de Sobrado y que Andrés Martínez Salazar dio a conocer en 1897. En ese diploma se hace constar que ella era cruzada. Esta confirmación, unida a la cantiga de Pero da Ponte y a alguna otra burla que le dedicaron a ella y a su acompañante Pedro [García] de Ambroa (a quien Pedro Amigo de Sevilla hizo decir en una cantiga "Venho de Ultramar"), estableció el convencimiento de que la soldadera viajara, efectivamente, a Tierra Santa como cruzada. Una afirmación que, un siglo largo después de la publicación del contrato con el monasterio de Sobrado, adquirió dimensión de axioma, de verdad absoluta.

A partir de tal aseveración sólo quedaba ponerle fecha, es decir averiguar en qué cruzada participó en compañía de Pero de Ambroa. A priori, pocas posibilidades había, puesto que en los años de actividad de la Balteira solo hubo dos expediciones a Tierra Santa: las que convocaron San Luís de Francia en 1248 (y que duró hasta 1254) y Jaime I de Aragón en 1269. Ambas acabaron en fracaso.

Pero en todos los órdenes de la vida, y en la investigación aún más, conviene seguir aquel consejo de Cunqueiro que sostiene que un poco de desconfianza y un poco de caldo nunca le hicieron daño a nadie. Y es esa chispa de desconfianza la que me llevó a leer (y releer) con detalle el texto del diploma firmado por la Balteira en 1257. Y, efectivamente, ahí aparece su condición de cruzada pero con el añadido -que nadie supo ver hasta ahora- que las cláusulas pactadas con el abad de Sobrado variarían en función de que fuese o no fuese a la cruzada: "[...] Et ela e cruzada [e] se for na cruzada deuen le aadar de carvalio torto cc. soldos. [€] et se ela non for ena cruzada et ficar [€]". Señal evidente de que por entonces, en 1257, no había viajado a Tierra Santa.

Si a eso le añadimos que su supuesto acompañante, Pedro (García) de Ambroa, murió con casi absoluta certeza a finales de 1260 (1261 a mucho tardar), podemos descartar por completo a realización de tal expedición ya que entre 1248-1254 y 1269 no hubo ninguna cruzada, por lo menos realizada efectivamente. Sin embargo, en 1255 Alejandro IV promulgó la bula "Terre Ierosolymitane periculosa" en petición de ayuda económica para los cristianos de Palestina, como bien nos informa el profesor eclesiástico navarro José Goñi Gaztambide. Para predicarla, el papa envió a Castilla y León al franciscano Fray Lorenzo de Portugal, quien ya había sido emisario suyo en Rusia y Tartaria unos años antes.

Precisaba un acompañante

A pesar de que la predicación fue un fracaso económico, el franciscano portugués tendría arreos y argumentos suficientes como para hacer que el rey Alfonso X el Sabio enviase en su lugar (bula de cruzada de sustitución) a su primo Fernán Pérez Ponce de León, que no regresó hasta 1273. Podemos sospechar con bastantes probabilidades de acierto que fue en esa predicación cuando María Pérez "Balteira" obtuvo su bula de cruzada. Para ello -era mujer sola- precisaba de un acompañante apto, como establecía la normativa canónica, nos recuerda Riley-Smith. Aunque fuese para no viajar. Y ese papel lo asumió Pedro (García) de Ambroa, que solo pagaría como peregrino y no como cruzado, y por eso le hizo burlas Pedro Amigo de Sevilla cuando lo vio "como romeu que vem cansado", con el mismo tono de burla que le dedicaron Pero Gomes Barroso, Gonçalo Eanes do Vinhal y Joham Baveca.

¿Qué beneficio obtenía la Balteira con ser cruzada? Por lo que leemos en el contrato con Sobrado, la soldadera había recibido de su madre Azenda Peláez una importante herencia, a juzgar por las compensaciones que el monasterio le da. Una herencia situada en Dormeá, en tierras de Betanzos, muy lejos de donde ella residía, Toledo y Sevilla, para vigilarla. Pero las bulas de cruzada tenían una cláusula pensada para cubrir las ausencias de los peregrinos y guerreros que viajasen a Tierra Santa: sus propiedades pasaban a estar protegidas por la Iglesia.

Y eso fue lo que haría María Pérez "Balteira": firmar en Toledo la compra de una bula de cruzada por redención y, una vez adquirida la condición de cruzada, establecer con el abad de Sobrado ese pacto que podemos considerar, perfectamente, como una póliza de seguros a la manera del siglo XIII.