Muchos creen que Halloween es una fiesta de importación. Sin embargo, se trata de una celebración con profundas raíces en esta tierra, solo que ahora se impone un modelo con marketing norteamericano que choca con las formas más "enxebres" de la celebración.

El evento de esta noche es una adaptación americana que cruzó el atlántico en los cofres culturales de descendientes de los celtas, que varios siglos atrás conmemoraban en estas fechas el Samaín, un rito místico de comunión con sus difuntos.

Según la teoría más difundida, el Samaín es una celebración en la que la comunidad recibe el invierno, los días oscuros y fríos, intentando espantar los malos espíritus.

Son los inmigrantes irlandeses, también de raíces celtas los que llevan esta costumbre a América y que con el devenir de los años se convierte en el más actual Halloween. La etimología de esta palabra, que es una contracción de All Hallow's Eve, hace referencia a la Vigilia de los Santos, en una nueva transmutación de la celebración, esta vez del cristianismo a una forma pagana.

Pero en definitiva, en ambos casos se trata de lo mismo, una comunión entre los vivos y los muertos, en unos casos lleno de solemnidad y respeto y en otros con un espíritu de diversión y sarcasmo.