Nostalgia, poesía, romanticismo, pureza y estética sombría son algunos de los apellidos que ha recibido la obra del fotógrafo gallego Manuel Vilariño (Premio Nacional de Fotografía, 2007) en los últimos años a cargo de críticos de arte. Desde que en el año 2007, su "Paraíso fragmentado" se expuso en el pabellón español de la Bienal de Venecia, seleccionada por otro gallego, el comisario Alberto Ruiz de Samaniego, los reconocimientos a este artista se han sucedido de forma continua. El Ministerio de Cultura, a través de la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes, ha querido en este 2013 ofrecer la mayor exposición sobre su obra hasta el momento: "Seda de caballo".

"El horizonte de pureza estremecedora de las fotografías de Manuel Vilariño hace que nos enfrentemos a una estética de una belleza poética incomparable y sombría", señala el comisario de la exposición, Fernando Castro Flórez, quien añade en el texto escrito para la muestra que "el fotógrafo nos hechiza con sus nidos de especias".

Quizás, por ello, la exposición en el Espacio de Promoción de Arte de Tabacalera, en Madrid, arranca con una montaña de cúrcuma, la misma a la que canta el "fotógrafo-poeta", maestro de la naturaleza muerta, (como lo califican desde Cultura) en su poema "Círculos sombríos": "Pájaro solitario llegaste aquí/ en esta tarde sumergida/ de raíz de cúrcuma y chapa de cobre/ cercadas tus plumas/ ocultos tus ojos/ un hilo impalpable de sangre/ y tu mirada quebrada". Los pájaros inertes y las especias fueron la base de su naturaleza muerta para "Paraísos fragmentados". Ya lo dice Castro Flórez: "Vilariño evoca la soledad, el silencio o la muerte". Por eso, su estética sombría.

El centenar de fotografías y esculturas que se muestran en Tabacalera suponen una retrospectiva que muestra su recorrido; no así su evolución. "No se puede hablar literalmente de evolución; en realidad, es el task work (tarea) de un artista que es alguien fiel a una obsesión. Vilariño no realiza mutaciones, intensifica en profundidad una serie de problemas que forman parte de su universo creativo", señala Samaniego.

Entre las obsesiones del fotógrafo, Ruiz de Samaniego -gran conocer de su obra, de hecho, repasó su trayectoria en 2003 con la muestra "Fío e sombra" en el CGAC de Santiago)- sitúa "la vida y la muerte, el animal y casi podríamos decir la presencia orgánica de la vida. En ese sentido, las obsesiones no han variado en exceso, quizás haya ampliado los referentes en cierto modo. En la primera parte de su trabajo, focalizada casi en blanco y negro, la idea del animal está muy presente y la idea de pulsión de muerte es muy fuerte".

En la fase siguiente, añade Samaniego, "hay un momento importante en donde pasa al color en la serie de velas y cráneos. Tal vez desde la época de la Bienal de Venecia, en 2007, esas vías de color y naturalezas muertas se funden para después ampliarlo a una vertiente más paisajística, donde su fotografía se abre a acantilados, icebergs y bosques".

"La mirada que fotografía un iceberg y un lagarto busca lo mismo: fuerzas dinámicas en progresión o desaparición", indica Ruiz de Samaniego quien reconoce que "Vilariño ha tenido un antes y después a Venecia que funcionó como una buena proyección para el artista en el extranjero. Su obra se vende y expone mucho en Alemania y Estados Unidos".