El 12 de mayo de 1973 zarpaba del Puerto de La Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, una de las expediciones más insólitas de la historia mundial de la navegación marítima:once personas, seis mujeres y cinco hombres, de diez nacionalidades y cuatro razas, procedentes de cuatro continentes (solo faltó un representante de Oceanía), se embarcaban a bordo de una balsa impulsada únicamente por una vela. Estaban dispuestas a convivir en un espacio de 4,10 por 3,90 metros para recorrer una travesía de casi 5.000 millas que les llevarían a su destino: México. Tardaron 101 días, pero lo consiguieron.

Al frente de la expedición figuraba un antropólogo nacido el 31 de diciembre de 1923 en Ourense que, ya en su adolescencia, tras la guerra civil española, se había exiliado en el país mexicano, donde se graduó y labró su carrera profesional. Se llamaba Santiago Genovés Tarazaga y falleció el pasado día 5 de septiembre, menos de un mes después de haberse cumplido 40 años de aquella singular hazaña cuyo objetivo no era precisamente aventurero, sino científico: Genovés trataba de profundizar en sus investigaciones sobre la violencia y los grupos humanos en una situación límite y, para ello, quería observar y analizar "in situ" el comportamiento de un variado grupo de seres humanos aislados voluntariamente durante un prolongado período de tiempo y conviviendo en un espacio minúsculo. Algunos han tachado este experimento como un antecedente del programa "Gran Hermano" pero de la "Acali", que así se llamaba la balsa, al contrario que de la "casa", no se podía escapar hasta tocar tierra.

"Excepto Genovés, yo, y una oficial sueca, ninguno de los participantes tenía costumbres marinas ni había navegado nunca -recordaba en una entrevista el antropólogo uruguayo e integrante de la "tripulación" José María Montero Pérez, también fallecido recientemente, el pasado día 7 de agosto- . De modo que primero los viajeros tuvimos que padecer una adaptación física al medio marino. Hubo cuatro o cinco que se marearon durante varias semanas".

Además de por el gallego y el uruguayo, la lista de integrantes de la "tripulación", término que nunca fue del gusto de Genovés, estaba constituida por la médica checa Edna Jonas (encargada de vigilar el estado físico de sus compañeros), las norteamericana Mary Gydley (blanca) y Fe Evangelina Seymor (negra), la sueca María Bjornstan (oficial de la Marina Mercante de su país), el griego Charles Anthony, el jesuita angolano Bernardo Bongo, la argelina Rachida Mazani, la francesa Servante Zanotti y el japonés Elsuki Yamaki.

Antes de salir de Las Palmas, hubo varias deserciones, entre ellas la de la israelí Ilana Kochen, quien en unas explosivas declaraciones afirmó que los expedicionarios habían firmado una carta que daba al doctor Genovés poderes omnípodos sobre su comportamiento, incluida la posterior publicación del diario de la travesía en "todos sus aspectos". Este extremo fue desmentido por el investigador gallego y el resto de sus compañeros, lo cuales llegaron a denunciar a la israelí por falsedad y calumnia. Santiago Genovés escribiría, posteriormente, dos libros sobre el "Experimento Acali" pero en ambos se centró en aspectos rigurosamente científicos, al punto de que apenas si narró anécdota alguna de la navegación. De hecho, al llegar a México, sus primeras palabras, y una de sus escasas concesiones a las peripecias vitales que vio a bordo de la balsa que dio a lo largo del resto de su vida, fueron "Estamos vivos y nadie se ha peleado".

La cabina

"Dormíamos en una cabina situada en medio de la balsa que se podía cerrar casi herméticamente -relataba Montero en la citada entrevista- tenía un piso plano con unas bodeguitas debajo donde cada cual guardaba su ropa. En una esquina había un equipo de radioaficionados y otro de radio marina que no nos sirvió para nada porque la triste comprobación fue la de que alta mar no hay un solo barco que dé pelota a nadie. La famosa hermandad del mar es una frase. Los barcos grandes no socorren, jamás he conocido uno que lo haga. Un velero puede auxiliar a otro, por supuesto, pero un carguero, un mercante o un petrolero, te ven en peligro y siguen de largo". La balsa transportaba, además de a las once personas, cinco toneladas de alimentos y agua "en cantidad suficiente"; de aperos de navegación, "un compás, unos timones pesadísimos y un sextante", así como "algún instrumento musical, herramientas en abundancia y elementos de pesca", según un Montero que confesaba que "cada uno tenía sus manías y sus cosas, de modo que hubo fricciones y discusiones"... Pero parece ser que nunca se llegó a extremos graves.

La convivencia de hombres y mujeres -por cierto, que la mayoría de ellos y ellas estaban casados/as y con hijos- propició que, desde algunos medios de comunicación, el "Experimento Acali" fuese rebautizado con expresiones del tipo "Pasiones desenfrenadas en el mar", "El viaje del amor", "Orgías entre las olas"... pero "todo eso es mentira", recalcaba en su narración el antropólogo uruguayo: "La vida sexual en ese ambiente tan promiscuo no fue lo que la gente se imaginó. Fue pobre y escasa. Cualquiera que haya navegado sabe el laburo que significa andar en una balsa tan endeble a la que solo impulsa una vela. Permanentemente se están rompiendo cosas y no hay tiempo para pensar en la vida sexual; las guardias hay que respetarlas y la intimidad casi no existe. Todo eso es inhibitorio para la vida sexual". Y, otro detalle poco erótico: "Todos teníamos que hacer nuestras necesidades en un sucucho abierto que había sobre una borda, a la vista de todo el mundo, y a nadie le llamaba la atención".

El 22 de agosto de 1973 la balsa "Acali", con todo su pasaje, llegaba a la isla de Cozumel y, de allí, "un remolcador nos condujo a tierra porque la balsa no tenía ninguna maniobrabilidad, no era un bote a remo. Durante toda la travesía, nos habían conducido la corriente y los vientos alisios".

"Se han cumplido los objetivos -declaró Genovés, poco después de salir de la cuarentena obligada-. Regresamos con muchas esperanzas de haber contribuido humildemente al estudio del comportamiento humano. El mar es hermoso, pero la tierra puede también serlo si nos empeñamos en ello. Para conseguirlo es necesario que cada cual haga esfuerzos para una mejor comprensión a todos los niveles. Hay que determinar las causas que provocan la violencia humana. Hace cincuenta años, moría un hombre cada minuto, víctima de la violencia de sus semejantes. Pero hoy día muere un hombre cada veinte segundos por la misma razón. ¡Estamos contentos de conservar la vida!".

Un antropólogo apasionado

La arriesgada expedición de la balsa "Acali" no fue la única en la que participó Santiago Genovés Tarazaga. Tres años antes, en su afán por estudiar las claves del comportamiento humano, el investigador gallego se embarcó en otra expedición de similares características: un grupo de personas reunido en una balsa de reducidas dimensiones navegando a merced de los vientos y las mareas. Era la dirigida por el explorador y etnólogo sueco Thor Heyerdahl, que tenía por objetivo verificar la posibilidad de que se hubiesen podido realizar travesías por el Atlántico antes de la efectuada por Cristóbal Colón.

Hasta tal punto llegaba la pasión de Genovés por experimentar, en su propia persona, los efectos del comportamiento humano en situaciones límite que, después del "Experimento Acali", decidió embarcarse él solo en una balsa sin rumbo fijo y sin alimento alguno, a la manera del mismísimo Jesucristo en el desierto: duró diez días.

Santiago Genovés y su familia se exiliaron en México tras haber pasado por uno de los campos de concentración que los franceses habilitaron para los españoles que huían de la guerra civil. Graduado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia mexicano y doctor de Antropología por la Universidad de Cambridge, sus aportaciones científicas han sido valoradas y reconocidas internacionalmente.