El festival Sinsal San Simón es un pacto entre dos partes. El público acude a ciegas, sabiendo del exquisito gusto de la gente de Sinsal. No nos importa quién tocará, sino que acudimos sabedores de que, sea cual sea el cartel, auténtica incógnita, va a haber calidad. Y Sinsal hace su parte atrayendo al antiguo lazareto a propuestas musicales siempre interesantes, aderezadas con algún nombre consolidado (el año pasado esa "figura" pudo ser Alela Diane).

Abrió la jornada ayer al mediodía la zanfona de Germán Díaz, un concierto para vinilos de cardiólogo (con añejas grabaciones de corazones humanos) y zanfonista virtuoso. Aires centroeuropeos, folk y melodías que discurren al ritmo bombeante de un gramófono. Díaz se mueve entre la ciencia y el onirismo, y la pequeña Isla de San Antón se convirtió en un cruce de caminos único, bajo sus melodías.

Cerró en la isla madre, San Simón, a las ocho y cuarto de la tarde el rock abrasivo de Triángulo de Amor Bizarro, una apisonadora que tritura influencias de fuera (el muro de sonido de My Bloody Valentine) y de aquí (Los Planetas o Surfin' Bichos) en una experiencia personal, intensa y volcánica que ya acapara merecidamente portadas en la prensa especializada. Ruido y furia para despedir Sinsal con una mano ganadora y en llamas.

Y entre uno y otros, diversidad. Tras Germán Díaz fue turno para un neo folk gallego con aires de jazz y mediterránea zíngara (Caxade). Interesante. Desde Inglaterra, delicado, el folk a media luz de Gravenhurst, que pedía silencio y recogimiento y recibió ¿inevitables? dosis de charloteo generalizado. Merecía atención y la recibió a medias, o en parte.

Todo esto sucedió en el escenario San Antón New Balance, con la ría de fondo. Volveríamos a visitarlo para las inclasificables Stealing Sheep pasadas las siete de la tarde. Posiblemente fue este trío femenino de Liverpool el que trajo a San Simón la propuesta más desarmante. Lo suyo fue una performance como traída de un reino de las hadas (pintura facial incluida). Folk, electrónica, percusiones casi tribales y un dominio vocal que las acerca a la música medieval.

El Escenario SanSimón Estrella de Galicia abrió tras la hora de comer, con Denis Jones. Su mezcla de folk y electrónica no es novedosa, pero sí atractiva. El cruce de melodías del palo Nick Drake con samples y ritmos sintéticos fue bien recibido, aunque epató bastante un final algo catastrófico, sin poder completar un último tema.

Le Parody, con una propuesta bastante inclasificable, también cuajó con su pastiche de sampladelia, música pop lolailo y toques de trompeta. Divertido.

Los nombres más sonados, dentro de un cartel que apuesta por descubrir antes que por atraer a figuras consolidadas, serían, aparte de los gallegos Triángulo, los franceses Baden Baden. El quinteto ofreció un concierto sólido, perfectamente coordinados para levantar una catedral de dream pop envolvente, de regusto agradable incluso en los momentos que elevaban tímidamente los pies del suelo a base de imprimir distorsión. Aparentemente encantados con el concierto, el lugar y la respuesta del público, fueron sin duda una de las propuestas ganadoras del festival.

Y además hubo músicas escondidas, ajenas a escenarios, ocultas en algunos de los preciosos rincones de las dos islas. Propuestas a descubrir casi inesperadamente, paseado. Sensación de verdadera Isla de la Música, sin duda, como corona de un festival pequeño pero que puede contarse entre lo más original, especial y defendible ya no de Galicia, sino del panorama nacional.