Solo un evocador epitafio en un panteón familiar del cementerio de Camos (Nigrán) recuerda que allí reposan las cenizas de un ilustre de Uruguay y un desconocido en su tierra: Francisco San Román, coronado "Rey de los cafeteros" en Montevideo gracias a su glorioso establecimiento Tupí- Nambá (1889-1959). Considerado en la época como el gran café de Sudamérica y uno de los más lujosos del mundo, por él desfilaron los más relevantes intelectuales de principios de siglo: allí hacían la tertulia los escritores del grupo Teseo liderado por Eduardo Dieste, la generación del 900 uruguaya (Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, Ernesto Herrera, Emilio Frugoni...), el presidente de la república José Batllee, etc. Y entre sus más reconocidos visitantes de fuera se encontraban Carlos Gardel (con mesa propia), Enrico Caruso, Federico García Lorca, Margarita Xirgú, Ramón Gómez de la Senra o Jacinto Benavente. En aquellos años, como sucedía en Europa o en Buenos Aires con el Tortoni, los cafés ejercían como foco intelectual, y en el Tupí Nambá Francisco brillaba con luz propia atendiendo a los clientes de mesa en mesa y al mismo tiempo participando en sus charlas. Todos se disputaban su amistad, desde ministros a poetas.

Conocido entre sus paisanos como Don Pancho y respetado en todo el país por ser un mecenas de las artes y las letras, nació en 1861 en Camos y con solo 11 años emigró a Montevideo. Nada se sabe de si Francisco se fue junto a su hermano Severino o si les acompañaron sus padres. Lo cierto es que pese a su corta edad al marcharse, su vínculo con su tierra fue más allá de ser enterrado en ella: regresó en más de una ocasión, fue el primer presidente en Uruguay de la Unión de Unión Hispanoamericana Pro Valle Miñor y formó parte de la "Asociación Protectora de la Cultura Gallega".

Él mismo resumió su vida para FARO en 1926 en una entrevista en el Tupí-Nambá: "Al poco de mi estancia [en Montevideo], entré de mozo de café; con este trabajo estuve 14 años, hasta que con el sudor de mi frente pude reunir alguna plata y con ella me establecí por mi cuenta y riesgo. Puse un café con el nombre de Polo Bamba. En 1888, traspasé ese negocio a mi hermano, el cual tuvo que clausurarlo en el año 1913. Mi primera visita a España fue en 1908. Luego volví a mi patria con mis queridos hijos a los que idolatro por lo buenos que son. Durante tres años recorrimos España y los llevé a la aldea donde su padre vio por primera vez la luz del nuevo mundo". En Camos, añade, vive una hermana que dice venerar con todo su corazón y a quien corresponde la única descendencia de la familia San Román en la parroquia.

Y si el carácter progresista y filosófico de Don Pancho asombraba a la sociedad uruguaya a finales del siglo XIX, más aún lo hizo el de Severino, su hermano anarquista. Juntos abrieron el 25 de julio de 1885 en el centro de Montevideo el citado Polo Bamba, donde la personalidad idealista y bohemia de este último marcó el local, convirtiéndose rápidamente en punto de encuentro de los vanguardistas como él. Su espacio, relata en la revista Carta de España el escritor uruguayo Juan Antonio Varese, representaba un nuevo tipo de café en la ciudad acorde con los que existían en París o Madrid: el café literario. Allí se daban cita los más destacados pintores, poetas o arquitectos de la época. Era corriente que Severino, coronado años más tarde como "Emperador de los cafeteros", arengase a los presentes con sus "Pelipondias" -como bautizó el mismo a sus discursos disparatados- o representase sus propias obras teatrales que incluso llegó a publicar. Con temperamentos completamente dispares, analiza Varese, en Severino primaban los factores humanos sobre los económicos, siendo frecuente que invitase a los artistas y descuidase el negocio. Esta inclinación parece que contribuyó a su pronto cierre en 1913. Consta que Severino regresó a Nigrán al menos en agosto de 1907 para entregar el dinero recaudado por los emigrantes para la construcción de la Escuela de Artes y Oficios del Valle Miñor.

Desavenencias entre ambos hermanos o no, el bibliófilo empedernido de Francisco -descrito como un hombre "generoso, abierto, amable y con simpatía personal" además de con "disposición a la retórica"- decidió emprender cuatro años más tarde (1889) su propia aventura empresarial en el bautizado como Tupí Nambá, enfrente del teatro Solís. Su nombre, como el mismo explicó, respondía a un homenaje "a bravos guerreros de Bahía que unidos pelearon por su suelo, hasta que fueron dominados por los portugueses". Para esta nueva andadura hizo venir expresamente desde Camos a su sobrino Casiano Estévez, a quien la prensa alabó por ser un "socio leal, trabajador, honrado y lleno de iniciativas". FARO los menciona el 1 de enero de 1908, cuando ganaron 750.000 pesetas en la lotería. "Recordamos una inscripción que hasta hace poco tiempo tenía San Román escrita en el espejo: El trabajo es en vano si Dios no pone la mano", dice el artículo. Él fue la otra mitad de Francisco hasta que en 1911 abandonó el negocio y se asociaron los tres hijos de Don Pancho. (Francisco, Juan José y Luis María). Su relación siempre fue excelente, hasta el punto de que en la muerte tampoco quisieron separarse: solo las cenizas de ambos reposan en Camos, en el panteón familiar que ambos mandaron construir en 1913 y que les recuerda en su epitafio como socios. Fallecieron en Montevideo y, no se sabe en qué fecha, se cumplieron sus deseos regresando a Camos.

Ya desde esta etapa (1889-1911) el Tupí se convirtió en el centro de reunión de los más relevantes personajes de la época. Solo una década después de haber abierto, estos mismos coronaron a Francisco, que solía presidir las tertulias, como "Rey de los cafeteros" por la inigualable calidad de su bebida. Como curiosidad, en el interior de este local predominaban los bustos de Voltaire, a quien San Román atribuía haber introducido el café en la corte de Prusia.

En 1912, ya asociado a sus vástagos y sirviendo 2.500 tazas diarias, el Tupí Nambá reabrió completamente reformado. Su espíritu modernista le valió la admiración en la prensa de la época: "Nada de lo que hemos visto en la capital argentina o brasilera puede igualarse. Es un café único en esta parte del continente sudamericano". El nuevo local contaba con un salón "al estilo Imperio" con grandes cortinones y mesas cubiertas de cristal. En el otro, más amplio, dominaban los espejos y las lamparillas o rosetones de gas y luz eléctrica. Los frisos de ambos lados hacían honor a los talleres de la Escuela de Artes y Oficios, donde fueron ejecutados. Investigadores como la arquitecta uruguaya Laura Fernández Quinteiro dedican su tesis doctoral a reseñar las características de este café.

Alcanzó tal fama que, fruto de una apuesta, al local llegó una carta desde Europa con las únicas señas "Tupí Nambá Sudamérica". Este éxito imbatible se visualiza en 1926, cuando abrió otra sucursal todavía más suntuosa y con capacidad para 800 personas. Se encontraba en la Avenida 18 de julio y se ganó el calificativo de "Palacio de oriente". A su inauguración acudió el propio presidente de la República. "Es el más lujoso de cuantos existen en el mundo", decía El Plata. En esta línea, el corresponsal de FARO aseguró en su visita que era "uno de los mejores cafés de Sudamérica y quizás de Europa también". Sin embargo, no convenció a los parroquianos del viejo establecimiento y pronto tuvo que cerrar sus puertas.

Aunque no cabe duda de que el carácter abierto y la inteligencia de Don Pancho para los negocios atrajo a centenares de intelectuales, fue la calidad del néctar que servía la clave de su éxito durante más de 60 años. La fórmula secreta del puro grano de Brasil y Yemen fue alabada y premiada en toda Sudamérica, colocando a Francisco como el primer industrial en la torrefacción y valiéndole el título de "Rey de los cafeteros". Su prestigio era tal que en 1926 los dos establecimientos servían 5.000 tazas diarias, siendo un año más tarde invitado expresamente al "Congreso y Exposición del Café" en Sao Paulo. Este talento para obtener las mezclas hace que algunos investigadores sitúen los primeros pasos del Francisco emigrante en Brasil, donde habría conocido el oficio.

Este ilustre mecenas falleció el 22 de febrero de 1932 a los 71 años viendo triunfar sus negocios y sin intuir que los nuevos tiempos y las costumbres acabarían con el Tupí Nambá original en 1959, cuando fue demolido para construir el Edificio Ciudadela. Pese a todos sus logros, 80 años después de su muerte solo su propio epitafio recuerda en Nigrán la historia de uno de sus paisanos más universales: "Francisco San Román Valverde y Casiano Estévez San Román. Al regresar a Camos, tierra bendita que les viera nacer, de Montevideo, República Oriental del Uruguay, en donde residieron, trabajando honradamente con la ayuda de Dios, como socios de la casa comercial cafe Tupi-Namba, desde mayo de 1889 hasta junio de 1911. Levantaron este modesto mausoleo, destinado a guardar decorosa y perpetuamente las sagradas cenizas los autores de sus días".

Los descendientes en Camos mantienen viva su historia

Los descendientes en Camos de la familia San Román proceden de una hermana de Francisco y Severino. El vínculo más cercano hoy en día es Zoraida Estévez, sobrinanieta de Francisco de 96 años (en el centro de la imagen junto a su hija,nieta,bisnieta y sobrino). Su padre, Manuel Estévez,se exilió en Montevideo en 1936 y acabó regentando el Tupí Nambá, por lo que asegura haber recibido 50.000 pesetas cuando cerró sus puertas. La familia todavía conserva fotos,cartas y documentación relativa al café.