Sobre las doce y media del mediodía de ayer acceder a las Torres do Oeste de Catoira, ubicadas a orillas del río Ulla, resultaba una misión casi imposible. El esperado desembarco vikingo que cada año representan vecinos y visitantes volvió a atraer a miles de personas, que se agolparon en el entorno de las torres para intentar hacerse un hueco en primer fila. Aunque no todos lo lograron.

Ante la gran muchedumbre -la afluencia superó la del año pasado según los datos del Concello-, algunos ni siquiera lo intentaron y se decantaron por disfrutar de la recreación histórica desde el otro lado del río -en el municipio de Rianxo- o desde el puente que conecta las provincias de Pontevedra y A Coruña. Incluso se generó una gran expectación desde el propio río, donde multitud de embarcaciones de recreo como yates o motos de agua se entremezclaban entre los tres "drakkars" en los que los vikingos remontaron el Ulla.

Los espectadores que se estrenaron en esta fiesta de interés turístico internacional se sorprendían a cada rato. Y es que mientras que una embarcación repleta de bárbaros del norte dispuestos a invadir Catoira atracaba en las Torres do Oeste -simulando así los hechos ocurridos en el siglo XI-, otra lo hacía por la retaguardia, en otro punto de la orilla.

Muchos visitantes -entre los que figuraban multitud de extranjeros- que no querían perderse ni un minuto del asalto vikingo se iban desplazando a modo de marea humana con los propios luchadores por el lugar en el que se celebró la fiesta, bajo el puente interprovincial y con un sol de justicia. Pero las representaciones eran simultáneas en varios escenarios, por lo que verlas todas era muy complicado. Hay que tener en cuenta que la gran cantidad de personas que se concentraron en el entorno de las torres dificultaba los desplazamientos.

"Ur-su-la", entonaban los guerreros del norte a cada paso. Cuando tocaron tierra, el protagonismo lo acaparó un grupo de vikingos que montaron un espectáculo de animación en el que también participaba el público. Dos zancudos con una especie de antorchas sobre las que escupían gasolina para lograr vistosas llamaradas y otros guerreros con bombos y otros instrumentos pusieron la música a una fiesta que comenzó como una incursión vikinga y terminó como una confraternización entre catoirenses e invasores. Y es que los incursores se rindieron al vino tinto del Ullán y a otros manjares de la gastronomía gallega.

Sin mejillones

Con todo, este año la organización no pudo servir a los asistentes la mejillonada gratuita que solía ofrecer en anteriores ediciones debido a la presencia de toxina.

Pero la ausencia de este bivalvo no deslució en absoluto la fiesta, puesto que los visitantes pudieron degustar muchos otros productos que se vendían en los puestos repartidos a orillas del Ulla, como bollos preñados, churrasco, pulpo, pizza o bocadillos variados.

Pero sin duda, el producto estrella en la Romería Vikinga siempre es el vino, el fiel aliado de los luchadores. Y en esta 53ª edición se mantuvo la tradición, aunque no cumplió exactamente este papel. En anteriores años el tinto corría a raudales simulando la sangre que se derramaría en una contienda real, incluso algunos guerreros se echaban barriles repletos por encima. En la fiesta de ayer hubo vino, y mucho, pero se desperdició en menor cantidad. El que se gastaba bajaba por las gargantas de los asistentes, quienes lo portaban en los característicos cuernos de los vikingos.

Visitantes y lugareños no desaprovecharon la oportunidad de inmortalizar el famoso desembarco de Catoira. Aparte de las representaciones ya preparadas, a medida que transcurría la jornada se iban improvisando actuaciones entre los guerreros que se quedaron en el pueblo que habían tomado. Fue entonces cuando aparecieron un obispo y un cura, que bendecían a los invasores.

Si bien lo más esperado de la Romería era el desembarco de los bravos marinos, pasadas las dos de la tarde la fiesta continuaba, aunque con menor intensidad. El día anterior, el sábado, tuvo lugar la cena vikinga y la queimada, ambos actos también muy concurridos.

Para garantizar el correcto desarrollo de la celebración se desplegó un importante dispositivo de Protección Civil y Guardia Civil. En la vía del tren, justo a la salid del recinto, se colocaron varios operarios para regular el paso de los viandantes. Y es que por mucho que se lleva advirtiendo desde hace años de la peligrosidad de cruzar por la vía, muchos visitantes hacen caso omiso de los avisos.

Durante el transcurso del evento no hubo que lamentar incidentes, más allá de pisotones o empujones debido a la muchedumbre concentrada en el recinto. Ahora Catoira debe esperar un año para volver a repeler el asalto de los vikingos.