La primera flauta de Carlos era una caña de escoba; ahí nació la ilusión de un niño por la música, a quien la vida le ha enseñado que sólo la fantasía permanece siempre joven. Aquella ilusión nacida a los cuatro años, probablemente despertó todo el enorme empeño que pondría más tarde para desarrollar, con mucha paciencia, su labor musical.

Los recuerdos de la lareira doméstica, en donde todo el grupo familiar manteníamos el contacto más cotidiano, todavía sigue hoy de actualidad cuando tenemos la suerte de volver a encontrarlos en casa. La música ha sido siempre uno de los principales motivos de prolongadas charlas y relatos de historias; en la lareira había una regla de oro: el valor de un buen trabajo consiste en que su cinco por ciento reside en el talento creativo y el resto, el noventa y cinco por ciento, en la capacidad de empuje y ejecución. Eran años en los que la disciplina formaba parte consustancial de la labor educativa en casa. Aquella lareira sigue siendo hoy el lugar más universal en donde seguimos alimentando el noble oficio de hablar, de comunicarnos.

Su primera gaita costó 7.500 ptas. y cuando la probó en la tienda musical, tanto sopló que se desvaneció. Yo me compré un tambor para acompañarlo, pero muy pronto su ascensión en el dominio del instrumento, lo llevó a la sombra de gaiteiros consumados, profesores de flauta de pico, conservatorios de Vigo y Madrid, MattoCongrio, conciertos, festivales, los Chieftains..., la subida de nivel era imparable. Y yo aquí sigo con mi tambor, esperando.

Estoy viendo al adolescente Carlos, sentado en la proa de la chalana; siempre quería sentir el viento en la cara cuando atravesábamos la Ría, desde San Adrián de Cobres a la isla de San Simón. Le gustaba escuchar las historias que guardaba la misteriosa isla: las de los monjes de aquel convento medieval, las del lugar de inspiración del trovador Martín Códax, las del tenebroso lugar del que ha sido presidio franquista...

La Batalla de Rande ha sido otra de sus intrigas; se imaginaba una leyenda de tres marineros gaiteiros: uno gallego, un bretón y un irlandés; me decía que todas las noches de luna llena tocaban una melodía en honor a los muertos, puestos de pié sobre la proa de un barco hundido. ¡Ellos fueron los verdaderos perdedores de aquella batalla!, me dijo un día.

Siempre le atrajo la inspiración del mar, la libertad del viento, subirse a lo alto de la última roca sobre el acantilado, imaginar fantasías musicales con barcos cargados de emigrantes, de intrépidos Colones gallegos que se fueron al otro lado del océano -como el músico de su bisabuelo al Brasil- a recoger mejores fortunas. Detrás de todo gallego siempre ha habido un descubridor de mundos y culturas diferentes, que han recorrido el universo de la fantasía, pero siempre con los pies de plomo.

Recuerdo un Festival de Lorient en el que Carlos me invitó, como premio a mi insistencia, ante miles de espectadores a subir al escenario para acompañar a su banda con un bodram -percusión irlandesa-. "Mi alto sentido del ritmo y afinación, hace que esto funcione muy bien" decía para mis adentros en pleno desarrollo musical. Finalizada aquella pieza, saludé con gran prestancia y satisfacción a la audiencia; me había convertido en el músico número ocho del grupo, pensaba. Días más tarde me entero que a mi bodram le habían cortado el sonido. Me sentía ridículo, pero muy feliz. Espero otra oportunidad más afortunada.

Es un privilegio escuchar a Carlos las historias de sus músicas por el mundo, pero también las del inseparable e ingenioso Xurxo, gran artífice musical que, junto a su hermana Helena y su manager Fernando Conde, hacen posible el arco iris.

*Publicista y padre de Carlos Núñez