El Premio Príncipe de Asturias se revistió ayer de la mayor fugacidad que quepa imaginar. El galardón de Investigación Científica y Técnica recayó en el denominado "bosón de Higgs", una partícula de tamaño tan minúsculo cuyo promedio de vida es del orden del zeptosegundo -para hacerse una idea, un segundo se compone de mil trillones de zeptosegundos-.

Los premiados son los físicos Peter Higgs (Newcastle, Reino Unido, 1929) y François Englert (Bélgica, 1932), junto a la Organización Europea para la Investigación Nuclear -CERN, por sus siglas en francés-. El jurado decidió por unanimidad otorgarles el galardón por la predicción teórica y la posterior detección experimental del bosón de Higgs. El acta sostiene que esta partícula "completa el modelo estándar, que describe los componentes fundamentales de la Naturaleza, y es responsable de que ciertas partículas elementales posean masa". Así de simple y de complejo es la que ha sido bautizada como "partícula de Dios".

Quizá nunca el Premio Príncipe había distinguido un logro tan difícil de explicar y, a la vez, tan crucial para explicar el Universo. El logro se gestó en dos momentos entre los que ha mediado casi medio siglo: los trabajos pioneros de Higgs, por un lado, y de Englert y Brout (este último fallecido en 2011) por otro, establecieron en el año 1964 la base teórica de la existencia de la ya célebre partícula. El jurado, presidido por el físico Pedro Echenique, señala que, desde entonces, los esfuerzos para hallarla "resultaron infructuosos debido a las enormes dificultades experimentales que conlleva su detección precisa e inequívoca". En el año 2012, el bosón de Higgs fue finalmente identificado por los detectores ATLAS y CMS del acelerador de partículas LHC del CERN, "un hito histórico para toda la comunidad científica".