El fallecimiento de Margaret Thatcher, la conocida ex titular del puesto de primer ministro del Reino Unido, está encontrando el esperado abundante y justificado eco en la prensa española.

Aquí no voy a hablar de las virtudes y defectos de la ya extinta política, hacia quien es sabido los sentimientos y opiniones han sido y siguen siendo para todos los gustos: dejo con placer esta tarea al cuidado de politólogos e historiadores. Aquí voy a hablar de lenguaje: de lengua española en los dos sentidos de esta palabra en este contexto, el de castellano, extendido también por tierras ultramarinas, y el de las lenguas de España no castellanas. En concreto, voy a hablar de cómo gran parte de los medios del país han ido expresando la realidad encarnada en la susodicha señora durante los últimos casi 40 años.

La historia empezó con su calificación casi unánime, tras iniciales titubeos, como "primera ministra". Ahora, supongo, ya estamos acostumbrados. Pero al comienzo (y aún perdura) el regustillo que deja esta expresión es de que vienen otras ministras detrás de ella: la segunda, la tercera, ? Parece en efecto más cabal designarla como "la primer ministro": el puesto ("primer ministro") no conlleva sexo, y el artículo "la" basta para señalar la feminidad de este particular ocupante suyo, como basta en "la miembro", sin necesidad de forzarle una "a" final y parir "miembra" -lo hizo en su día toda una ministra y suscitó un colosal estruendo popular.

Pero vayamos al orden del día. Un repaso superficial de la prensa de estas jornadas nos ofrece verdaderas joyas. La más preciada, sin duda, la afirmación de que Mrs. Thatcher fue "la única mujer que llegó al puesto de primera ministra en el Reino Unido". Primero, ¿por ventura piensa el escribiente que un hombre podía haber llegado a ser "primera ministra"? Y segundo, en el Reino Unido no existe el cargo de "primera ministra", por tanto no ejercible, y la aseveración así flagrantemente falsa.

Codo a codo por la segunda posición, varias frases fallan en el halago sin duda pretendido por el halagador. En algunos casos se trata probablemente de defecto de traducción, como cuando se trasladan unas palabras es de suponer inglesas del actual primer ministro británico David Cameron como "Hemos perdido a una gran líder". El "leader" del inglés, como su "prime minister", no indica sexo, y así se aplica por igual a hombres y a mujeres. En su elección forzosa entre "un" y "una", el traductor español torpemente se decantó (en más de un diario) por "una", la elección menos lisonjera para la persona objeto de la lisonja: ser una gran líder no garantiza ser un gran líder (no descarta que haya hombres más grandes), la idea que presumiblemente deseó expresar Cameron. Su supuesta descripción por parte de Obama como "una campeona de la libertad" reproduce el problema: "champion" tampoco tiene sexo, pero "campeona" sí, y restringe su alcance a mujeres. Lo mismo el "fue una líder de impacto mundial" que se atribuye a Tony Blair: circunscribe el encomio, al excluir a los varones de la competición.

En un tercer pelotón las firmas responsables del mal elogio son directamente hispanas, y las palabras por tanto no traducidas. Elijo una vez más una pequeña muestra, en el anonimato:

-"Thatcher fue una de las grandes adalides del neoliberalismo": menos grande que si hubiera sido uno de los grandes adalides.

- La primera líder occidental que confió en Gorbachov y la Perestroika": de ámbito más reducido que si fuera el primer líder.

-"Mariano Rajoy (?) (la) ha ensalzado como una de las dirigentes políticas importantes del siglo XX": otra vez el resto de dirigentes (los varones) pudieran ser todos más importantes.

El denominador común del repetido problema radica en el uso ciego de la forma "femenina" de una palabra por su correspondiente "masculina", que lo es en género gramatical ("el", "un") pero no en sexo, al no poseerlo - "los primer ministros de ambos sexos" es perfectamente aceptable, y de lleno comprensible, pero no lo sería si "ministro" llevara sexo varón, como "ministra" lo lleva hembra: "las primeras ministras de ambos sexos" es absurda. Esto es lengua, lengua castellana (de manera similar en las correspondiente hispanas), y lo demás prejuicios originados en la ignorancia.

El fallo, y garrafal, de esta práctica proviene en efecto de la confusión (no sé si por ingenuidad, inexplicable en hablantes de cuna, o por una voluntad política mal fundada y mal entendida) entre el significado de sexo de la palabra, que puede estar ausente de ella, y el sexo biológico del referente, siempre existente en él, un problema ahora recalcitrante sacado ya a la luz pública entre otros por el presente autor (Faro de Vigo 11/3/12, El País 8/8/2012, Faro de Vigo 18/3/2013). Es hora, pues, de espabilarse todos y usar la lengua con fidelidad, abandonando esta praxis de ofrecerla en sacrificio en aras de un objetivo parcial de propaganda partidista falazmente presentado como realidad.

*Catedrático de Lingüística, Universidad de Essex