Tatiana Nikolayeva es reconocida como una de las más grandes pianistas del siglo XX, y de Lugansky, alumno suyo cuando este contaba diecinueve primaveras, aseveró que "podría ser el nuevo Richter". Por supuesto, esto supone a un mito del piano contemporáneo señalando como sucesor de otro mito del piano a un joven alumno casi imberbe. Ese joven ahora es una gran figura del piano, más allá de etiquetas. Se ha consagrado con premios y grabaciones de enjundia y ahora viene a acompañar a la filharmonía compostelana, dirigida por Christoph Köning. Una trinidad musical que solo podía augurar buenos resultados. De la solvencia y sensibilidad del director ya teníamos en la plaza olívica suficientes demostraciones, así que no son de extrañar los buenos resultados de taquilla, cuando además se hace acompañar de un pianista reputado.

El programa de la cita comprendió una doble apuesta. Para abrir la velada, el "Concierto para piano número 1 en si bemol, op. 23", de Chaikovski. Hay poco que comentar respecto a una obra de resonancias ya universales, y resta centrarnos en la ejecución. La orquesta fue magníficamente poderosa bajo la dirección de Köning. Lugansky resultó soberbio, orgánico con el todo y enormemente virtuoso sin resultar nunca exhibicionista, ni en sus sobrecogedores solos. Muy al contrario, supo fluir continuamente con la orquesta, conduciéndola hasta un movimiento final,"Allegro con fuoco", sencillamente apoteósico. La ovación fue merecida y generosa.

Y tras el espectáculo de un Lugansky por momentos impactante, una apuesta por un nombre menos conocido que el de Chaikovski: Hans Rott, con la "Sinfonía numero 1 en mi mayor", obra de ecos Brucknerianos, de exaltación romántica. Un compositor que terminó su (corta) vida en un hospital psiquiátrico, víctima de una locura que sin duda agudizó el fracaso profesional(su descubrimiento se daría en los ochenta). Tras la demostración de poderío previa, la Real Filharmonía de Galicia parecía contagiada del ímpetu, sin sacrificar con ello la delicadeza que pide la obra.