Una calle, un parque, un instituto. El nombre Padre Feijoo forma parte de las vidas cotidianas de los gallegos pero, en realidad, pocos conocen de primera mano quién era ese hombre del siglo XVIII y qué hizo para merecer estos pequeños homenajes. La Real Academia Galega de Ciencias (RAGC) quiere que el pensador y ensayista recobre al menos una parte del enorme protagonismo que tuvo en su tiempo y, para ello, este año le dedica el Día do Científico Galego, una celebración que tiene su núcleo central el 23 de abril pero que pretende extender las actividades de difusión de la figura y obra del homenajeado durante todo el año.

"Es el primer hombre de Letras que elige la Academia para este día, pero es que el Padre Feijoo se distinguió por una tremenda labor de difusión y defensa de la ciencia y tenía una libertad de pensamiento muy avanzada para su tiempo", justifica Miguel Ángel Ríos, vicepresidente de la RAGC. "Para ayudarnos a difundir su legado también entre los más jóvenes contamos con la Fundación Barrié, que está elaborando una unidad didáctica y varios talleres", añade el químico.

El Padre Feijoo "fue un intelectual sabio, rebelde y generoso que, además de ser figura clave de la Ilustración española, desempeña un papel fundamental en la formación del innovador género del ensayo y en la modernización de la prosa castellana", resume Inmaculada Urzainqui, investigadora del Instituto Feijoo de estudios del siglo XVIII, en Oviedo, y una de las máximas expertas en la obra del autor gallego. Su extensísima obra tiene como pilares el "Teatro crítico universal" (entendiendo teatro como panorama), 8 volúmenes; las "Cartas eruditas y curiosas", 5 volúmenes, así como numerosa obra poética y epistolar. "Era un hombre que promovía la tolerancia y el espíritu científico y que su mayor afán era romper con la xenofobia y desengañar al vulgo de sus errores e ideas equivocadas", asegura la catedrática.

En Oviedo se encuentra la sede del Instituto Feijoo de estudios del siglo XVIII, un centro de investigación dedicado al estudio multidisciplinar del Siglo de las Luces en el ámbito español e iberoamericano aunque, admite Urzainqui, "tiene predilección por el autor que lleva su nombre". Y es que en Oviedo fue donde el Padre Feijoo escribió la mayor parte de su obra.

Benito Jerónimo Feijoo (Pereiro de Aguiar, Ourense, 1676- Oviedo, 1764) realizó sus primeros estudios en Allariz y en el colegio benedictino de San Estevo de Ribas del Sil. Cuando tenía 14 años renunció al mayorazgo que le correspondía como primogénito para ingresar en el monasterio benedictino de San Xulián de Samos (Lugo), al que según los estatutos de la Orden, perteneció toda su vida. Tras dos años de noviciado fue enviado a estudiar Artes al colegio de San Salvador de Lérez (Pontevedra) y Teología a Salamanca. Finalizados sus estudios, regresó a Galicia en 1702, donde fue profesor de Artes en el colegio de Lérez y maestro de Teología en Poio y en el arzobispado de Santiago.

Después fue destinado a Oviedo, ciudad a la que llegó a los 33 años y en la que permaneció hasta su muerte.

Hasta 1725 Feijoo no comenzó a publicar sus obras, recopilaciones de reflexiones que, en realidad, eran verdaderos ensayos. "Tenía un gran interés por estar al tanto de lo que se escribía en Europa y consiguió hacerse con una biblioteca muy moderna, lo que era todo un mérito desde Oviedo", apunta Urzainqui. La experta destaca la capacidad que tuvo para llegar al pueblo "por su forma tan amena de escribir, con una prosa sencilla y fluida y con mucha gracia. Escribía mucho también desde su punto de vista personal, con muchas anécdotas que hacían referencia a su Galicia natal".

Feijoo fue ante todo un defensor de la razón. Su escepticismo en relación con la ciencia dogmática que defendía la Iglesia, con los milagros y las supersticiones, y su defensa a ultranza de la mujer en un momento en el que se la consideraba un ser indiscutiblemente inferior al hombre, le convirtieron en un precursor del pensamiento moderno y tener muchos discípulos. "Fue el autor más polémico de su tiempo y tenía muchos defensores y detractores por todo el mundo; era un hombre famoso y gracias a ello tenemos imágenes de él, por todos los pintores que le retrataron. Era un auténtico fenómeno editorial", destaca la investigadora Inmaculada Urzainqui. Tan extraordinaria era su popularidad y reconocimiento que de todas partes acudían a verle y recibía infinidad de cartas que le pedían su opinión o le sugerían que tratara determinados asuntos (muchas de sus "Cartas eruditas" tienen su origen aquí).

Actualmente se conservan muy pocos manuscritos del autor. Todos sus papeles así como su biblioteca estaban depositados en el Monasterio de Samos (Lugo) pero se dispersaron con las medidas desamortizadoras y los que se recuperaron después ardieron en el incendio que en 1951 asoló la abadía.

El lector actual tiene también limitaciones para acceder al corpus completo de su obra porque mientras que en el siglo XVIII alcanza un éxito sin precedentes y se suceden las ediciones y reediciones de sus obras mayores, en los dos siguientes el ritmo decrece ostensiblemente ya que sólo se publican ediciones parciales y antológicas. "Su obra es muy voluminosa y estamos preparando los materiales para una edición crítica pero es complicado por la gran cantidad de temas que trata, desde ciencia a medicina, filosofía, literatura, música, política y teología (aunque es de lo que menos escribió)... nada le era ajeno. Esta enorme variedad obliga a que, en su edición, trabajen igualmente especialistas en los distintos campos de los que escribe", explica la investigadora ovetense.