Al conciliar bajo un mismo nombre al "poverello" de Asís y al Apóstol de las Indias, el Papa 266 de la Iglesia Católica, Francisco ha querido adelantarnos los que, presumiblemente, serán dos de los referentes principales de su pontificado: ardiente conciencia de los males de la pobreza y servicio a los humildes, vocación evangelizadora desde la austeridad y la cercanía. Como San Francisco de Asís y San Francisco Javier, jesuitas como él, el Papa Francisco, quien une al intelectual de gabinete una acción pastoral directa entre su grey desde la sencillez y la humildad, ha asumido con claridad su Papado.

No será fácil. Además, tendrá que enfrentarse a los graves problemas que debe asumir la Institución - la falta de transparencia, la corrupción, los escándalos de pederastia - y sortear las dificultades que en ciertos sectores de la intrincada curia romana puedan poner en su camino. Temperamento parece no faltarle, tampoco el apoyo mayoritario del colegio cardenalicio, que lo seleccionó con inusual brevedad de tiempo y que con ello ha querido demostrar una voluntad de cambio.

Quizás el primero de ellos haya sido haber quebrado por primera vez la norma no escrita de favorecer a un candidato italiano o europeo. Fijar la mirada en un purpurado del Sur, un hispanoamericano, subraya una vocación de universalidad, consecuente con la propia identidad que la catolicidad exige. Desde esta columna me atreví a señalar la buena noticia que para la Iglesia sería llamar a un prelado que por sus orígenes se pudiese identificar con el servicio a la humanidad toda. Estoy seguro de que no le faltaron las simpatías de asiáticos y africanos.

Pero hay más. Vivimos en un mundo carente de personalidades de un fuerte referente ético, capaces de enfrentarse a los abusos del orbe financiero, de luchar por la paz y los derechos de los humildes. Juan XXIII y Juan Pablo II lo fueron en su momento. Desde la humildad y la austeridad como ejemplo, desde una experiencia pastoral que revelaba la fuerza de un carácter, el Papa Francisco bien pudiera asumir ese papel que tanto necesitamos.

Con la intensidad de la blanca fumata que lo precedió, el Papa Francisco se nos presenta a los creyentes como una sorpresa esperanzadora.