Hay varios Bergoglios en un mismo Papa Francisco. A saber: uno, el jesuita que siendo superior provincial de Argentina (1973-1979) puso énfasis en la espiritualidad más que en el compromiso socio-politico y la Teología de la Liberación; dos, el jesuita que a la tardía edad de 50 años, en 1986, fue destinado un tiempo a Alemania a redactar su tesis doctoral; tres, el jesuita que retornó a Argentina como confesor y director espiritual y cosechó gran aceptación, particularmente entre el clero diocesano; cuatro, el obispo auxiliar y arzobispo de Buenos Aires (de 1992 al presente), que alcanzó liderazgo entre el clero y pudo experimentar un proceso similar al del obispo Romero en El Salvador, en contacto con los sectores más marginados de la sociedad; cinco, el cardenal creado por Juan Pablo IIen 2001 y que en el cónclave de 2005 no quiso ser contendiente de Joseph Ratzinger; y seis, el cardenal que con ocho años más fue elegido Pontífice y que este miércoles inició con un rezo su presentación ante los católicos en la Plaza de San Pedro.

Son el mismo Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires en 1936 e ingresado en la Compañía de Jesús en 1958, pero incluso quienes muestran ciertas reticencias con el nuevo Pontífice, jesuitas incluidos, reconocen que en su persona se ha producido una evolución a lo largo de las décadas y que podría deparar sorpresas al frente de la Iglesia católica. No sorpresas en materia de fe y de moral, en cuestiones doctrinales fijadas por sus predecesores e inamovibles de hecho, pero sí en otras dos dimensiones: los gestos en materia de justicia social y la falta de ataduras con la que puede actuar en el gobierno de la Iglesia y de la curia vaticana, al ser un eclesiástico que como él mismo manifestó el mismo día de su elección, llega "del fin del mundo".

Su pontificado será de "oración, pobreza y libertad de espíritu", coincidían en afirmar ayer varios jesuitas que repasaban su trayectoria hasta el presente.

¿Era el jesuita Jorge Mario Bergoglio en los años setenta un "arrupista", es decir, decidido seguidor del Padre Pedro Arrupe, superior general de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1981? No lo era. El argentino había sido nombrado superior provincial de su país en 1973, pero en 1974 iba a producirse un hecho que modificaría la faz de la Compañía: la Congregación General 32.º de los Jesuitas reformulaba el sentido de la orden fundada por San Ignacio en 1540 y precisaba que "el servicio de la fe y la promoción de la justicia" eran sus objetivos. Lo primero no ofrecía dudas, pero uncido con lo segundo abría una abanico de posibilidades de trabajo y de riesgos. ¿Cómo promover la justicia? Redactando una nueva Teología (que sería la de la Liberación), o estudiando científicamente el marxismo, pero también animando comunidades de base de seglares que junto a los propios jesuitas denunciaran las estructuras injustas y pasasen de trabajar en las residencias y colegios de los centros urbanos a los suburbios.

No toda la Compañía, aunque sí buen parte de ella, reaccionó favorablemente a dichos planteamientos. La Iglesia y la Compañía en Argentina eran en aquel momento unas estructuras muy tradicionales y la postura de Bergoglio se orientó por otra senda. Él, que ya era una persona de profunda espiritualidad y un hombre de intensa oración, alertó a sus hermanos jesuitas "de que se mantuvieran en la tradición de la Compañía, y quizás exageró en los términos y más que una espiritualidad propugnaba un espiritualismo alejado de la realidad", comentaba ayer un hijo de San Ignacio.

Sea como fuere, y sin restarle "intención recta y sana a Bergoglio", su liderazgo como padre provincial se vio mermado y los jesuitas se "dividieron entre quienes le respetaban y seguían y quienes se iban a las comunidades de base y leían Teología de la Liberación".

Por si los problemas eran pocos, desde 1976 se habían apoderado de Argentina las juntas militares. En medio de una maraña de datos que aún circulan sobre la posición de Bergoglio ante los dictadores -excesivamente benigna según algunos-, la denuncia contra Bergoglio se centró en que dos jesuitas habían sido secuestrados por los militares en 1976. Un abogado argentino perteneciente a una organización de Derechos Humanos presentó, nada menos que tres días antes del cónclave de 2005, una queja formal contra el ya cardenal Bergoglio, que éste negó rotundamente. De hecho, en el momento de aquellos sucesos "Bergoglio manifestó haberse entrevistado con el militar Videla y ambos jesuitas salieron del país, para regresar años después y abandonar el sacerdocio", explicaba ayer un jesuita. En consecuencia, y según esta versión, el provincial Bergoglio no habría incurrido en actos de colaboracionismo, sino que habría utilizado sus contactos con el régimen golpista para evitar males mayores.

Finalizado su tiempo de provincial, fue destinado de 1980 a 1986 como rector del Colegio Máximo (facultad de Filosofía y de Teología de los jesuitas) en la diócesis de San Miguel, y también como párroco de la iglesia del Patriarca San José.

Al cabo de ese tiempo, el gobierno de la Compañía de Jesús en Roma, ya bajo el generalato del holandés Peter Hans Kolvenbach (elegido por los Jesuitas después de que la orden fuera intervenida en 1981 por Juan Pablo II), remodeló sus centros de formación en Argentina y Bergoglio dispuso de un tiempo sabático en Alemania para redactar su tesis doctoral.

No había sintonía con sus superiores romanos, que, no obstante, reconocían sus valores espirituales. Aquella salida al extranjero vino a significar un tiempo de reflexión cuando el jesuita contaba ya 50 años. Y pese a su preparación académica, ya no fue destinado a la formación en centros de los jesuitas, sino a la iglesia de la Compañía en la ciudad argentina de Córdoba, como director espiritual y confesor.

Se iniciaba una nueva etapa en la vida de Bergoglio. Pese a las diferencias sobre su persona en el seno de la Compañía, no pocos jesuitas le tenían como una referencia en espiritualidad a la par que sacerdotes diocesanos se acercaban a recibir su consejo.

Su prestigio fue creciendo y también estaba presente el hecho de que como gobernante en la Compañía había sido hombre de voluntad fuerte y de decisiones llevadas siempre a cabo.

En mayo de 1992 Juan Pablo II le nombra obispo auxiliar de Buenos Aires y tras el fallecimiento del arzobispo cardenal Quarracino, en 1998, Bergoglio le sucede en la sede episcopal. En febrero de 2001 el mismo Papa le crea cardenal y en octubre de ese mismo año una carambola le hace ser ampliamente conocido: era nombrado relator adjunto de la 10.ª Asamblea del Sínodo de Obispos en el Vaticano, pero el relator, el cardenal Egan de Nueva York, hubo de regresar de inmediato a su ciudad tras los atentados del once de noviembre. Entonces Bergoglio se puso a los mandos y dejó buena impresión.

Al mismo tiempo, su labor como arzobispo reunía dos notas: se había aproximado a Comunión y Liberación, uno de los nuevos movimientos de la Iglesia crecidos al calor del pontificado de Juan Pablo II. Esa aproximación no gustó a los jesuitas y algunos consideraron que su antiguo compañero había cambiado de familia.

Y la segunda nota dominante es que aquel hombre al que no le había convencido la Teología de la Liberación se estremecía ante los niveles de pobreza de su país y exclamaba: "En Buenos Aires, tan vanidosa, tan orgullosa, sigue habiendo esclavos", o "Buenos Aires es una fábrica de esclavos y una picadora de carne".

"Sería un caso paralelo al del arzobispo de El Salvador, Óscar Romero, un hombre muy conservador y clásico que no obstante se dejó impresionar por la postración de su pueblo", señalaba ayer un jesuita a este periódico, y agregaba que "en Bergoglio hay un antes y un después", una etapa de dificultades propias y de otros jesuitas en la Compañía y un periodo como arzobispo comprometido. "Bergoglio rompe códigos", agrega otro jesuita, que incide además en que "comenzó rezando, cosa que no ha hecho ninguno de los últimos papas". Los diversos Bergoglios se concentran ahora en un sólo Papa, Francisco.