En el concierto de ayer de la Real Filharmonía de Galicia en el teatro Novacaixagalicia había un plus de curiosidad, ya que volvía a Vigo un director que ya nos es conocido (actuó en abril del 2012). Dicho "principal director invitado" es el joven Christoph König. Como director triunfó ante orquestas de medio mundo, lo cual también avalaba esta nueva presentación en Vigo (la anterior ya se saldó en rotundo éxito).

El programa elegido fue un concierto de Edwin York Bowen y una sinfonía de Antonín Dvorák, y si el autor postromántico nacionalista es sobradamente conocido, podríamos comentar algo sobre Bowen. Señalado como un compositor de formas musicales de romanticismo tardío, lo más pintoresco será recordar que, durante su vida, fue apodado "el Rachmaninoff inglés". Sin embargo la obra de Bowen decreció en popularidad con los años, desde su fallecimiento en 1962. Es bueno, sí, que los programas, las orquestas y los directores sepan recuperar para el gran público autores y obras reivindicables, como es el caso.

En su "concierto para viola en do menor, op 25", que abrió la velada, destacó por descontado la interpretación del viola Lawrence Power, quien consiguió establecer un ajustado diálogo entre su instrumento (por cierto, de 1610, se intuye un tesoro) y la orquesta, diálogo bellamente contrapuntístico, melódico y en ocasiones juguetón.

El solo de viola del "Allegro cherzando" fue, seguramente, de lo más emotivo de la noche.

Y después (pues no hubo bises) fue el turno de la sexta sinfonía de Dvokák. Supo Köning potenciar esa poderosa orquestación, colorista, que cabe desear en el compositor checo, con un segundo movimiento "Adagio" delicadamente sostenido, y un final ("Finalle: allegro con presto") sorpresivo y diría de carácter casi mutante que fue creciendo en una intensidad nunca desmadrada. Bien por el director (y por la orquesta).