Solamente una vez -y fue allá por 1415- un Papa había dejado de serlo en vida, y seguramente nunca un Pontífice había prometido «respeto incondicional y obediencia» a su sucesor. Tras una jornada repleta de emociones -incluso lágrimas- e imágenes inéditas, Benedicto XVI dejó de ser el pastor supremo de la Iglesia católica a las ocho de la tarde de ayer. Tres horas antes, en un viaje de una plasticidad sin parangón, un helicóptero sobrevolaba la cúpula de la basílica de San Pedro y transportaba a Joseph Ratzinger al palacio de Castelgandolfo, localidad situada a poco más de veinte kilómetros de Roma.

"Desde las ocho de esta tarde ya no seré más el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, sino un simple peregrino que inicia la última etapa de su vida", afirmó Benedicto XVI a su llegada a Castelgandolfo, ante miles de fieles, en el último acto público de un Pontificado que se había iniciado el 19 de abril de 2005, cuando el cardenal alemán fue elegido, en el primer cónclave de este tercer milenio, sucesor de Juan Pablo II. En el palacio de verano de los pontífices, el ya Papa emérito pasará los dos próximos meses, hasta que termine de ser restaurado el convento de monjas de clausura del Vaticano en el que tiene previsto que transcurran el resto de sus días. El próximo 16 de abril cumplirá 86 años.

Desde que el pasado día 11 sorprendiera al mundo anunciando su renuncia por razones de edad y pérdida de vigor, Benedicto XVI ha ido desplegando una serie de imágenes y discursos que sin duda se convertirán en objeto de estudio más pronto que tarde.

Ayer, en su última jornada en la Cátedra de Pedro, no hizo una excepción. En una intervención en la que, una vez más, compaginó la exigencia y la humildad, el Pontífice se despidió de los cardenales. Les transmitió un mensaje que carece de precedentes por razones obvias: «Entre vosotros, en el Colegio Cardenalicio, está el futuro Papa, al que ya prometo mi respeto incondicional y obediencia». Y también un toque de atención con una sutileza marca de la casa: «Hemos de dar gracias al Señor que nos ha hecho crecer en la comunión y pedirle que nos ayude a seguir creciendo con esta unidad profunda de modo que el Colegio de Cardenales sea como una orquesta donde las diversidades de la Iglesia Universal confluyan siempre con la armonía superior y acorde».

Ya con la vista en el futuro inmediato, Benedicto XVI añadió: "Continuaré cerca de vosotros con las plegarias, especialmente en estos días (del cónclave), para que seáis plenamente dóciles a la acción del Espíritu Santo en la elección del Papa". Sereno y relajado, el Pontífice tenía ante sí a un total de 144 cardenales. Algunos de ellos no participarán en la elección de su sucesor por haber cumplido 80 años. Se prevé que en el cónclave participen 115 purpurados, de los cuales más de la mitad han sido nombrados por el teólogo alemán.

"En estos años hemos vivido con fe momentos bellísimos de luz radiante en el camino de la Iglesia, junto a momentos en los que las nubes se condensaban en el cielo. Hemos intentado servir a Cristo y a su Iglesia con amor profundo y total, que es el alma de nuestro ministerio", señaló el Papa, en un encuentro que se desarrolló en la monumental Sala Clementina.

Tras sus palabras, departió uno a uno con los cardenales. Incluso se le vio reír con ganas, como sucedió cuando el filipino Luis Antonio Tagle, de 55 años, el más joven de los purpurados, le dijo algo al oído. En nombre de los cardenales, el decano del Colegio, Angelo Sodano, le expresó "gratitud" por sus ocho años de pontificado y «el ejemplo que nos ha dado» en este periodo.

Luego vinieron más emociones, que se desbordaron cuando el 265º sucesor de Pedro abandonó el Vaticano a bordo de un helicóptero. Desde varias horas antes, cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, religiosas y numerosos laicos que prestan su servicio en el pequeño Estado aguardaban en el patio de San Dámaso para despedirse. Ni siquiera el secretario del Papa y Prefecto de la Casa Pontificia, Georg Ganswein, pudo contener las lágrimas.

Mientras tanto, en la plaza de San Pedro, miles de personas se congregaban ante las pantallas gigantes de televisión. También había ojos llorosos. Un grupo de jóvenes alemanas sentadas en corro, algunas de ellas vestidas con el traje típico de Baviera -tierra natal de Benedicto XVI-, dedicaron al Pontífice canciones de despedida. Los cantos sólo se vieron interrumpidos por el rezo de un rosario colectivo, al que se unieron fieles de todo el mundo.

Ya en Castelgandolfo, el Papa fue recibido por cerca de 10.000 fieles. Les recordó que a las ocho de la tarde -la hora en que dejaba de trabajar todos los días- dejaría de ser el líder de los más de 1.200 millones de católicos del planeta para convertirse en un «simple peregrino más que inicia la última etapa de su vida».

La única señal visible que anunció que Benedicto XVI ya no era Papa fue el momento en el que se escucharon, en el reloj de palacio, las campanadas de las ocho de la tarde. Inmediatamente, la Guardia Suiza cerró la puerta del edificio, dando por concluido su servicio al Papa Ratzinger y abandonando el lugar. A partir de ese momento, dio comienzo la Sede Vacante y el gobierno provisional de la Iglesia pasó a manos del cardenal camarlengo: el secretario de Estado, Tarcisio Bertone. Hoy, el cardenal decano, Angelo Sodano, comenzará a llamar a los purpurados para preparar el cónclave que elegirá al nuevo Pontífice y participar en las congregaciones preparatorias. La primera congregación se celebrará el próximo lunes, según el cardenal de Nápoles, Crescenzio Sepe. Tal vez ya ese día se anuncie la fecha del cónclave.