Cuando vi a Dover en directo en el Festival de Bennicasssim de 1996, la banda venía a defender su primer disco, "Sister", del año anterior. No los conocía ni el gato, y a plena tarde y rondando los cuarenta a la sombra de Agosto defendieron como un ciclón su propuesta. Un rock vehemente y fiero que abrevaba de el "foxcore", antes que del grunge como la radiofórmula comenzó, un año más tarde, a promocionar: Dover, en sus inicios, guarda más parentelas con L7 que con Soundgarden.

Pero volvamos al FIB en su segunda edición. Allí estaban las hermanas Llanos demostrando que no se les hace grande ningún escenario, soltando bofetones sonoros de punkhard con melodías simples. Era buen momento para ser así, fiero y tarareable. Era la resaca Nirvana, el rock a volumen como opción de éxito comercial, y su segundo trabajo un año más tarde lo demostró.

"Devil came to me" fue ese larga duración, y es lo que vinieron a defender ayer en a La Iguana. El éxito de ese trabajo cambió a la banda, su urgencia primigenia mutó en fórmula, aunque por aquellos años noventa aún la defendían sobre las tablas con convicción. ¿Lo siguen haciendo hoy?

Con una sala llena hasta la bandera pese al tiempo de perros (doble éxito, por tanto) se presentaron los madrileños sin demasiado saludo al respetable y ante una audiencia más atenta que explosiva. No entregada desde el minuto cero sino esperando que le diesen lo que querían. Y evidentemente "lo que querían" era ese rock urgente marca de la casa, esas guitarras envueltas en fuzz, una percusión monolítica y la voz especialísima, ígnea, de Cristina en temas minerales como "Push".

Las hermanas Llanos, pues, revalidaron en Vigo su faceta más celebrada, la que se deja de pistas de baile o aldeas globales y le pisa duro al pedal de distorsión y al alarido domado. No inventan nada ahí, pero tampoco defraudó su musculatura hard en temas de aquellos discos de la era grunge.