Que Robert Zemeckis es un director con buen gusto visual es algo que no admite discusión. Elegante en muchas ocasiones, y poco dado a dejarse llevar por los cantos de sirena de las modas estéticas que tanto daño hacen a cineastas de su generación. También es indiscutible que no ha cumplido las expectativas creadas en sus comienzos y que su bandazo al cine donde los efectos especiales importan más que los personajes le ha dejado en una tierra de nadie, sobre todo tras los últimos tropiezos en taquilla. Con El vuelo Zemeckis intenta demostrar que no se le ha olvidado trabajar con seres humanos, aunque sin renegar de la aplicación de las nuevas tecnologías en el rodaje, como hizo con Forrest Gump y Náufrago. Se cubre las espaldas con un reparto más que sólido comandado por un Denzel Washington descomunal y dedica su primer tramo a mostrar con todo lujo de detalles un accidente aéreo que hace posible lo (aparentemente) imposible, y que en algún momento recuerda más a Aterriza como puedas que a una película seria.

Y es que El vuelo es muy seria. Excesivamente seria, aunque se meta con calzador el personaje de John Goodman para aligerar el aliño. Y si bien aguanta el tipo cuando se muestra el derrumbe de su protagonista anegado en alcohol y sin voluntad de salir del pozo, insinuando incluso tímidamente que las causas de su ruina pueden haber sido también las causas de su heroicidad, el tinglado se viene abajo en un desenlace que traiciona sin piedad las intenciones apuntadas antes, con un discurso de Washington que minimiza los daños colaterales y dos escenas finales que obligan a contar hasta diez. Una pena que Zemeckis claudicara de forma tan burda cuando antes había mostrado un camino muy distinto en escenas tan buenas como una conversación de Washington con una azafata superviviente que provoca en el espectador una sensación de incomodidad por sentir simpatía por un tipo así.