Es una de las estrellas más brillantes y también una de las más desconocidas. Robert Redford, expuesto a la fama durante décadas, es uno de los actores con más alambradas alrededor de su vida personal. Michael Feeney Callan lo sabía cuando se lanzó a escribir su biografía. Además: "Redford tenía fama de llegar siempre tarde (Titula el libro "El tardón de Robert Redford", me aconsejó Paul Newman), y pronto entendí lo que eso suponía. Viajé hasta la otra punta del mundo para acudir a encuentros que nunca tuvieron lugar o fueron improductivos a causa de las interrupciones".

En seguida vio que "las contradicciones y las paradojas lo definían. En sus películas, ya sea tratando temas como la política, la familia o el sistema, siempre está el prevalente predominio de un hombre y sus acciones. Incluso en el punto más álgido de su carrera como ídolo romántico en los años setenta, cuando las mujeres le enviaban su ropa interior, los periodistas más sagaces detectaban algo de verdad contradictoria subyacente".

A los que conocen al Robert Redford más cotidiano "no les sorprende su fijación por la tierra. Cuenta que se enamoró de los Estados Unidos cuando, siendo adolescente, visitó por primera vez Yosemite en compañía de su madre. El carácter sagrado de este prístino entorno lo abrumó". Reconocer su determinación "incondicional de proteger la Tierra se convirtió en la primera clave para comprender de un modo fructífero a Redford".

Al igual que el festival de Sundance, Redford cabalga entre dos mundos. "Es producto de dos familias muy diferentes y dispares: por un lado, un colono de Nueva Inglaterra, y por otro, una mujer del Oeste. Su vida ha sido peripatética. Ha hecho carrera tanto en la costa Este como en la Oeste. Puede que no sea una coincidencia que su laboratorio de las artes, su gran experimento, se encuentre a pocos kilómetros de la cima de Promontory, donde, en 1869, se colocó el clavo de oro que unía la costa Este y la Oeste mediante la vía férrea transcontinental. Tal vez la elusiva naturaleza de Redford no sea tan misteriosa y esté presente en el material artístico de los laboratorios y en las propias piedras de Sundance". Un viaje hacia la integración del conocimiento personal y la armonía del hogar.

Según recuerda el actor, "para un niño de cinco años cuyo padre trabajaba agotadoras jornadas de catorce horas como lechero, Los Ángeles era un lugar mágico que olía a jazmín. Había un ritual, recuerda: Al anochecer iba en bicicleta hasta el final de la calle y mantenía la rueda delantera sobre el bordillo de piedra en equilibrio, como si estuviese embrujado; me decían que ni podía bajar a la calle, así que me acercaba lo máximo que podía. Desde allí esperaba la puesta de sol, y el aire era tan claro en Los Ángeles de la época que aquellos anocheceres eran increíbles. Veía cómo la oscuridad ascendía desde el Este. Y después, poco a poco, iban apareciendo las estrellas. Era algo fascinante. La inmensidad del cielo. La belleza. ¿Qué podía significar aquello? ¿Dónde empezaba? A Redford le encanta este primero recuerdo de su infancia: para él representa la incesante curiosidad que le aseguró una vida en movimiento".

Su viaje artístico por Europa, sus primeros pasos en el teatro y la televisión, su matrimonio con Lola. Los niños. Las dudas. La gran decisión: pequeña o gran pantalla. El éxito de "Descalzos en el parque" en escena. Sus escarceos primerizos con el cine. Su primer gran papel: "La rebelde", con Natalie Wood. Tan guapa. Tan dulce. Tan... "Abundaban los rumores de que existía un romance entre ellos", pero Redford "era muy consciente desde el principio de lo que implicaba intimar con las mujeres con las que actuabas. Había dos industrias: la industria cinematográfica, y la llamada industria del cotilleo, un parásito que podía devorarte". En "La jauría humana" encontró el grial de la interpretación: "Interpretar bien no es más que un juego de niños. Es fantástico verlo de ese modo, disfrutar de una extensión de esa maravillosa parte de la infancia. Por completo, dejándose llevar. Las reacciones espontáneas, sin normas, plenas y libres. Si eres realmente bueno, sigues siendo un niño. Él actúa porque es fácil y porque puede divertirse y seguir siendo un niño.Siempre está jugando, siempre. Habla como un niño. Sólo lo muestra ante las cámaras. No es ningún genio, ni un ser brillante, ni nada parecido, sólo es un niño que ha seguido siendo un niño". Triunfos. Fracasos. Decepciones. Y, de repente, "Dos hombres y un destino." Nadie imaginó el éxito que aguardaba tras unos primeros pases desastrosos. Como dijo Paul Newman: "Las películas son como los niños, siempre sorprenden. Dos hombres... era sólo uno de esos chiquillos que actúan de una manera que no esperas".

Los efectos tuvieron grandes consecuencias para Redford: "En febrero de 1968 había estado durmiendo en recibidores de hotel de Grenoble con James Salter para ahorrar dinero. Dos años después, en febrero de 1970, era un icono nacional que ocupaba la portada de la revista "Life", en la que se leía: La nueva estrella Robert Redford, un auténtico Sundance Kid".

El resto es una larga e intensa historia: su provechosa relación artística con su gran amigo Sidney Pollack (truncada durante el rodaje de "Memorias de África", al parecer por la obsesión del director de tener bajo control permanente al actor) en títulos como "Las aventuras de Jeremías Johnson", "Tal como éramos" ("Redford era incapaz de hacer la misma escena dos veces") o "Los tres días del cóndor", las presiones de la fama, los sudores de "El golpe" ("la película empieza conmigo y acaba conmigo, y en el transcurso, soy yo el que huye de los mafiosos y de los federales. Soy yo el que le transmite la trama al público y el que se esconde en las esquinas"), el desastre de "El gran Gatsby," la odisea de "Todos los hombres del presidente" (en la que el director Alan Pakula notó que "la frescura que yo recordaba ya no estaba"), su premiado debut como director en "Gente corriente", sus esfuerzos por levantar el festival de cine independiente de Sundance, su divorcio, sus cuitas como padre, las dolorosas pérdidas de amigos como Newman o su inevitable declive como estrella, con fallidos intentos de reubicarse en una pantalla que se había vuelto pequeña para estrellas tan grandes como él.