En un concierto benéfico de los ochenta, George Harrison y Bob Dylan invitaron al escenario a John Fogerty, el líder de la Creedence Clearwater Revival. Cayeron varios "standards" de rock and roll, el "Watching the river flow" de Dylan y finalmente, le tocó el turno a "Proud Mary", una composición de Fogerty sobre un barco que surca el Missisipi y de la que se han hecho muchísimas versiones. Pero el cantautor, bastante quemado con su antiguo grupo, se negaba a cantarla. Entonces intervino sabiamente Harrison: "John, si no la tocas, todo el mundo va a acabar pensando que "Proud Mary" es una canción de Tina Turner".

Un proceso semejante ha ocurrido con "Los miserables", la novela de Victor Hugo que, por obra y gracia de las partituras de Claude-Michel Schönberg y de la letra de Alain Boublil y Jean-Marc Natel, ha enterrado al texto original y ha acabado convertida en un musical arraigadísimo en el imaginario colectivo. Por eso, la versión de 1998 dirigida por Billie August se quedó, al menos en el aspecto comercial, en un discreto éxito que, refrendado por el paso del tiempo, se olvidó en las carteleras.

Ahora, Universal Pictures no comete ese error y se embarca en la aventura de rodar el musical con Tom Hopper, el director de "El discurso del Rey", ese telefilme venido a más. Producción de elevadísimo presupuesto, Hopper está permanentemente dedicado a demostrárnoslo: más picados y contrapicados y lluvia y mucho drama y, por supuesto, un gran reparto de actores que puedan sostener todo el tinglado. Aquí quizá estaría lo meritorio de la cinta. A pesar de haber sido contratados en turba, Jackman, Crowe, Hathaway y Seyfried aguantan el interminable espectáculo de más de dos horas y media con una dignidad que solo podría otorgar el oficio (Jackman y Crowe ya tienen experiencia en la canción). En cambio, la fílmica de Hopper es tan milimetrada, tan vacía, que uno piensa solo en comprarse la BSO y dejarse de películas.