No es la mejor película de la historia del cine. Hay quien ni siquiera la considera una buena película. Es, simplemente, la Película, el título que convoca con su sola pronunciación una corriente universal de reconocimiento emocional. "Casablanca". Hoy cumple 70 años y su capacidad de fascinación sigue intacta. Su rodaje fue caótico. Los actores no recibían sus páginas hasta horas antes de rodarlas. La pobre Ingrid Bergman no sabía con qué personaje debía suspirar. "¿De quién estoy enamorada? ¿De Víctor Lazslo o de Rick?", preguntaba al director. "No se sabe todavía", era la respuesta, "intenta encontrar un punto intermedio". Nadie creía que lo que estaba haciendo pasaría a la historia del cine, y el director, el férreo Michael Curtiz, cumplía con su trabajo sin inmutarse ni perder el tiempo.

El guion dispara ráfagas de ocurrencias e ingeniosidades ("¿son cañonazos o los latidos de mi corazón?", "los alemanes iban de gris, y tú ibas vestida de azul"), algunas de las cuales han pasado a ser frases hechas ("siempre nos quedará París"), y hay escenas, como el canto rebelde de la Marsellesa, que sobre el papel resulta grotesca y, en cambio, en la pantalla funciona. "Casablanca" no se ve: se visita. Aunque la hayas visto cien veces, si la pillas empezada en televisión te quedas a ver cómo acaba. A ver si esta vez Rick no despide a Ilsa en el aeropuerto y se queda con ella. "Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizá mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida". El mismo dilema que atormentó a los guionistas.

"Casablanca" es un estado de ánimo, una explosión de casualidades que hicieron de ella algo más que un clásico. Se rodó en plena II Guerra Mundial y al público le cayó en gracia desde el principio su historia de desgracias. No fue flor de un día. Aquel romance desesperado entre un hombre que parece estar de vuelta de todo, que combatió en España con el bando perdedor (detalle ocultado por la censura franquista, claro) y que regenta un café escondido en un pliegue del mundo, y una mujer casada con un tipo valiente y heroico tocó la tecla justa para hacerse insustituible en la memoria de muchas generaciones. Incluso alberga momentos que no existieron, como ese "tócala otra vez, Sam", que nunca se pronuncia. "Tócala" ("play it once") y "tócala, Sam" ("play it, Sam"), eso es lo que dice Ilsa. Woody Allen, el sarcástico poeta del amor profiláctico, le rindió homenaje en una de sus mejores películas, Sueños de un seductor ("Play it again, Sam", de ahí el equívoco), que curiosamente no dirigía.

Humphrey Bogart se convirtió en un icono indiscutible, el tipo duro con el corazón en cabestrillo y la gabardina empapada en lágrimas no derramadas. Pasó a ser un símbolo de cierta masculinidad adornada por la nobleza, la lealtad y un toque fatalista con vocación de sacrificio. Y la canción. "As time goes by". Su canción. La que amortaja el recuerdo de un París que pasó del amor al horror demasiado rápido. Sam, el pianista en blanco y negro, la canta a petición de Ella, y Él irrumpe para recordarle que le había prohibido volver a cantarla. Y entonces la ve. A Ella. Quizás el guión se improvisaba y Curtiz se limitaba a rodar lo mejor que podía, pero ahí los dioses del cine se conjuraron y las miradas de Bogart y Bergman pusieron la pantalla al rojo vivo. Lo siguen haciendo setenta años después. Aquella canción, por cierto, casi se quedó fuera porque alguien pensó que chirriaba en la convencional banda sonora de Max Steiner.

El amor, el desamor, la pérdida, las decisiones vitales que hay que tomar aunque te duela en el alma. Casablanca, que ganó en 1944 el Óscar a mejor película, mejor director y mejor guion, se rodó porque había que animar a las audiencias en tiempos de dolor y furia. De miedo e incertidumbre. "Los problemas de tres pequeños seres no cuentan nada en este loco mundo", le decía él a ella en el aeropuerto y de paso al público: las historias personales no importan, todos a una contra la bestia nazi.

La frase con la que se cierra, "presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad", podía haber sido muy distinta, pero la idea de un productor fue aceptada y, con ella, se abrieron las puertas a teorías disparatadas sobre una supuesta relación homosexual entre el capitán Renault y Rick, alimentada por frases como "Rick es... un hombre del que yo me enamoraría si fuera mujer. Un ser extraño, misterioso. Así veo yo a Rick. Pero ¡qué estupidez hablar a una bella mujer de otro hombre!".

Veámosla otra vez, Sam.